Resiliencia (por Rosana)
Foto capturada por mi |
24 de diciembre de 2020. Vísperas de Noche Buena. Olvidé
comprar el helado. Siento un terrible calor y tan pocas ganas de ir a
comprarlo. El helado comienza a
saborearse cuando se empiezan a tener ganas de comerlo, se va haciendo agua la
boca y requiere de rapidez para conseguirlo e ingerirlo rápidamente para saciar
ese deseo. Hacer cola para comprarlo no me entusiasmaba. Rezongo, tomo mi
bandolera y subo por Defensa, me pesan las piernas y la voluntad se escondió de
tal manera que voy arrastrándome. Llego a Caseros, asomo la cabeza y la sombra
de la cola en la heladería me fastidia, me hace bromas desde lejos, la veo reír a carcajadas. Sabe lo que me gusta esa crema fría, sabe que es lo que más me
gusta y también sabe que con 33° a la sombra es difícil cumplir con los
rituales navideños. Sabe que para mí es un sacrificio enorme salir; en casa el
aire acondicionado me estaba regalando un abrazo de 24 grados que me costaba soltar.
A pesar del desgano, el obturador de la cámara de mi celu
siempre está listo. Voy intentando captar y guardar momentos que luego serán
relatos. Mi intención era fotografiar la cola para mostrarle a mi marido cuánto
lo quiero y cómo dejé la comodidad del hogar para disfrutar juntos, luego, el
preciado postre congelado. Pero una se propone y la realidad dispone, así es
que hice click, justo en el momento exacto que salía de la heladería. Vi salir
una espalda curvada, muy curvada como buscando algo que se había perdido, las
rodillas se unían formando un único vértice. Iba casi arrastrando los pies con
pasitos muy cortos. En la mano izquierda un bastón de metal que años antes había
sido una frustración y hoy, su mejor amigo y compañía. En la derecha,
tensionada y apretadas entre los dedos de esa mano deformada por la artrosis,
las manijas de la bolsa que casi arrastra con casi tres kilos de helado. Su
cuerpo lucha contra su realidad e intenta ponerse erguido, pero la edad y la vida
no se lo permiten. Camina con torpeza. El
calor no pareciera ser su enemigo. Está realizando un acto heroico
porque a pesar de los tantos años que empujan esa espalda encorvada, va con
suma autonomía hacia un taxi que lo va a llevar junto a los suyos después de
tanto encierro, después de tanta soledad acumulada por la cuarentena. Sube al
taxi su cuerpo de ochenta y pico portando un semblante de treinta: hoy va a
saborear no sólo helado, sino ese abrazo familiar que hace tanto no recibe.
Quedé mirándolo un rato largo, hasta que el taxi desapareció. Sin querer, fotografíe lo que querría para mi futuro: ser libre y autónoma hasta que el Señor disponga pasarme a otro plano.