miércoles, 14 de agosto de 2024

Sakura. (Por Patricia F.)

 


Esta semana Mónica en su blog Neogéminis nos deja la propuesta de los jueves, esta vez el tema es libre, "lo que surja", yo elegí escribir sobre mi sakura, porque en estos momentos está estallado de flores y aprovecho a compartir algunas fotos de mi cerezo y al final un video de música relajante japonesa, música que inspira como el mismo sakura.

Me sumo a la convocatoria y con Rosana decidimos participar las dos de esta propuesta, cada una con su historia.









                                                         Mi Sakura.


Sakura. (Por Patricia F.) 


Aún falta un mes para que llegue la primavera, pero él, mi hermoso sakura está floreciendo.  

Cada año un mes antes, él la anuncia, yo no puedo dejar de mirarlo embelesada, ejerce una atracción conmigo, algo que no puedo explicar. 

Según cuentan las leyendas japonesas, este árbol simboliza el amor verdadero y la esperanza, pero también representa la belleza, la renovación, la fugacidad y fragilidad de la vida. 

Por ejemplo, en la época de los samuráis, la flor del cerezo se convirtió en un símbolo importante para estos guerreros, pues se creía que el sakura representaba la transitoriedad de la vida y la disposición a aceptar la muerte con honor y valentía. La corta vida de la flor simboliza la brevedad de la vida humana. 

Su belleza efímera resalta su conexión con aspectos culturales y espirituales en Japón. 

Y para mí es la belleza en estado puro, como dije anteriormente, me atrae a tal punto que me tiene enamorada, siento que encierra un secreto mágico, al verlo mi alma se conmueve, esos tonos rosados de sus flores en contraste con el gris oscuro de su tronco.  

Las abejas en un desenfrenado baile lo visitan apresuradas por libar ese néctar encerrado entre sus pétalos, el punto máximo fue ver la otra mañana a un colibrí allí, me quede extasiada, en esa mañana helada con ese aleteo rápido y sus colores verdes tornasolados resaltaban aún más entre los sonrosados capullos. 

Así, de esa magia que emana del cerezo, mi mente se contagia, nace la inspiración y escribo estas palabras de amor y reconocimiento al sakura, a mi sakura, al que me regaló mi hijo y cada año inunda de alegría mi jardín. 









No logro congeniar con la objetividad (por Rosana)

 

Hemos decidido, Patricia y yo, presentarnos y escribir ambas, cuando las propuestas nos agradasen. Así que van a encontrar dos relatos jueveros.

Esta semana NEOGEMINIS, nos invita a explayarnos y a hablar sobre lo que nos venga en mente, precisamente. tal como ella lo expresa "Lo que surja". Así que intentando respetar su consigna, aquí estamos frente a lo que surgió  


"NO LOGRO CONGENIAR CON LA OBJETIVIDAD"


Siempre me pregunté qué sentirían los lugareños de cualquier sitio ante la invasión de turistas conmocionados por el maravilloso paisaje que tienen delante. Sea cual sea ese lugar, los visitantes, siempre se diferencian de los que (a veces), padecen la geografía del sitio en donde viven.

Así pues partí ayer a la mañana, feliz de poder ir a comprarle el regalo por el día del niño a mi nieta. Lo tenía decidido, sabía lo que quería y eso es un milagro y había que aprovecharlo. Crucé la calle y llegué a la parada del 168 - para ubicarlos, muy a pesar mío, debo dar como referencia que vivo a seis cuadras de la cancha de Boca - Tengo una relación de amor- odio con todos los colectivos que, a pesar de llegar rápido a los lugares, pasan primero cerca de las estaciones del tren.

Buenos Aires es preciosa los domingos a la hora de la siesta, o entrada la madrugada. No duerme jamás, pero a esa hora dormita, se silencia, se desierta y es ahí donde se la puede ver en su extensión y apreciar, por lo tanto, llegar de día a las cercanías de una estación de tren, es como adentrarse en la jungla. Nunca estuve en la jungla, pero la imagino llena de simios de todas las especies y tamaño: comiendo vorazmente bananas a granel y tirando su cáscara en donde sea, así tal cual, son las estaciones de trenes en mi querida ciudad y el colectivo pasa y se detiene un rato largo, porque una inmensa fila de primates se encima para poder abordar este ómnibus que suele venir vacío. Es muy común también, que un simio le quite al otro sus pertenencias y el otro quede impresionado y abatido, pero sigue y sigue su monotonía habitual.

Una vez pasada la estación Constitución, toma derecho hasta doblar
cerca de otra estación mucho más popular y habitada por diferentes especies: ya no sólo simios, sino algún que otro león, jirafa, elefante, transitan con cotidianeidad. En este punto, un señor sentado en esos asientos que hacen que viajes a contramano, levanta la cabeza y pregunta al aire: - ¿ya llegó a Once?. Mi compañera de asiento y yo al unísono le indicamos que faltaban tres cuadras, que pasando la avenida Pueyrredón se daría cuenta de que habíamos llegado; que el colectivo pararía justo frente a la entrada a la estación.



No me van a decir que no es preciosa...



El señor, comenzó a sonreír y a decir:- ¡Qué hermoso que es todo esto!!!

Mis dos cejas se unieron sobre mi diminuta nariz y con fervientes deseos de esbozar una carcajada, carraspeé un poco y pregunté demasiado despacio a lo que solía hacerlo: ¿Hermoso?

El señor confesó que había llegado de Perú a los 20 años, que se había alojado en Lanús - Provincia de Buenos Aires, para los que no se ubican - , que aquello era bastante feo y que esto le resultaba hermoso y colorido. Su rostro seguía iluminándose y confesó: justo donde usted dice que tengo que bajar, hacen un ceviche soñado, y unos carlitos que me  hacen venir agua a la boca. Informo que ambos son platos típicos de Perú y que a este hombre, la nostalgia le estaba ganando la partida contra la realidad.

Así pues, él extranjero y radicado aquí, en esta ciudad que provoca repugnancia – vista desde un colectivo – no logra ver con el mismo sentimiento herido y la misma desilusión que yo, a esta Patria que se va diluyendo. Ël viene de otra, de otra que lo expulsó por la pobreza y no pudo sostenerlo dándole trabajo y por eso, ve esta Patria mía hermosa por donde se la mire-

Como un cachetazo de madre enojada, esa sonrisa y ese apetito, me dieron una excelente lección: la objetividad no existe, y cada uno ve las cosas, como puede, como siente, como se le está permitido.

Y para concluir, no crean que yo me creo Tarzán en medio de la jungla que habito, solo que fui destinada a ser escorpión de nacimiento, y cada vez que puedo, pico y cuando no, muero aplastada por la pisada de un mamut. 


Rosana

 

lunes, 12 de agosto de 2024

Filosofando sobre el mar (Rosana)

 Hola cómo va. Voy a seguir la invitación de "ACERVO de LETRAS" y voy a participar del VADE RETO de Agosto, así que no me queda otra opción que escribir sobre el mar
Escribo y me sonrío, sonó a resignación el párrafo anterior; no voy a mentir, un poco sí, no es lo que más me atrae en la vida, escribir sobre el mar, pero como soy muy en extremo caprichosa, sí me atrae escribir y entonces, voy, me arrojo sobre el teclado y la magia de las palabras encima, me permiten encontrarle la explicación exacta al por qué no me atrae en absoluto escribir sobre el mar... así que mil gracias "ACERVO de LETRAS", por la incómoda propuesta.


                                                    Filosofando sobre el mar

Esta es la playa de Porto Recanati - Italia, donde nació mi madre

Si tengo que elegir a dónde ir jamás elijo el mar. Es que desde antes de mi nacimiento, el mar, siempre fue mi contrincante. Reconozco su belleza. ¿Quién dijo que aquellos contra los que competimos son horrorosos?  No, qué va, para poder explicar el por qué siento que debo alejarme y competir, debo poder ser objetiva, algo que sostengo que es imposible.

Creo que son varias las razones, pero todas confluyen en una sola: jamás logré ocupar todos los pensamientos de mi madre, (o eso sentí siempre), ni ganar el primer lugar.  Porque yo estuve siempre ahí, a su lado; es ese mar extraño, verde y calmo, lleno de piedras en lugar de arena, el que se alejó cada día más de su existencia y pasó a ser inalcanzable, y todo lo inalcanzable se convierte en obsesión. La playa que la vio nacer,  se convirtió en una obsesión para ella y si bien a mí me amó muchísimo, a ese lugar que solamente la tuvo durante once años, también lo amó y extrañó hasta el final.

De chica íbamos al mar, precisamente a Santa Teresita, un pueblo que en sus comienzos se parecía mucho al pueblo del Adriático que mi madre dejó atrás, pero en lugar de estar feliz por la similitud, se empeñaba en comparar cada elemento: la arena era gruesa, no había piedras, las olas no permitían nadar como en una pileta olímpica y el color, ese marrón oscuro propio del río caprichoso que se mezcla con el Atlántico, le causaba repugnancia. Y así crecí, entre el desprecio de lo propio comparado con la existencia de otros sitios que no conocía pero se me iban haciendo míos, porque una niña vive a través de los relatos de sus padres.

Hoy, no puedo dominar esa inmensidad, no logro tener la visión exploradora de los adelantados, culpables hoy, de que esté yo, escribiendo en castellano y en este punto cardinal del planisferio

Creo que eso me pasa, si me proyecto frente a esa masa inmensa de agua salada, me siento tan infinitamente pequeña que me duele imaginarlo. Me gusta ser grande, poder dominar por donde camino. La profundidad es oscura, infinita, guarda secretos que tal vez me harían desaparecer. Hay muchas bocas, dentro de la boca del mar, como si allí, la naturaleza no hubiese evolucionado y el peligro, puede salir y rozar la orilla en cualquier momento.

Sigo reconociendo que tiene una belleza infinita, pero también es bello el Hades porque cobija a Ulises, a Aquiles, a Telémaco, a las Sirenas que impedían el regreso a casa de Odiseo; que sea bello e inmenso no le quita ese poder eterno de hacerme ver el dolor en los ojos de quien me dio la vida. 

Rosana

¿Cerramos las redes sociales? por Rosana

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