Este mes el blog El Tintero de Oro nos propone en su concurso de relatos XLIII ed. el camino de Miguel Delibes.
Se trata de escribir un relato ambientado en el mundo rural o donde la naturaleza desempeñe un papel fundamental. La extensión del texto no debe superar las 900 palabras.
Mi historia se inspira en una canción de los años 80 que me gustaba mucho, con la cual me sentía identificada en aquellos tiempos y que hoy al escucharla me emociona no sólo por los recuerdos, sino por su significado, dejo la canción para que puedan escucharla mientras leen mi historia.
Espero que la disfruten como yo al oírla.
Un nuevo comienzo. (Por Patricia F.)
El vivir poco a poco se le fue transformando en agobio, sentía que estaba viviendo la vida de otro, una vida prestada, no la suya.
Se cuestionaba, dónde habían quedado sus sueños y proyectos de otro tiempo, qué la arrastró a esta vorágine vacía de toda ilusión...
Respiró profundamente, cerró con llave por última vez la puerta, la miró y se despidió de la que fuera su casa durante tanto tiempo. El cartel de vendido, instalado en el frente.
Su vida rutinaria, estática por tantos años llegaba a su fin, un nuevo capítulo comenzaba en ese mismo instante.
Deseaba vivir nuevas aventuras, diferentes a todo lo vivido hasta ahora, aprender cosas nuevas ya que siempre pensó que la vida es un aprendizaje constante. Soñaba con revivir la vida en el campo y en contacto con la naturaleza como cuando era niña, anhelaba llevar un ritmo más calmo.
La ciudad y el cemento la tenían HARTA (sí así con mayúscula). Escribiría un libro, tal vez, algo que siempre pensó hacer y aunque a nadie le interesen sus aventuras de todas formas lo haría; volvería a su viejo amor, la fotografía.
Se compró una casa rodante con parte del dinero de la venta de su casa y salió a recorrer los caminos.
Sus hijos pensaron que estaba loca cuando les contó de su proyecto, a ella no le importó. Les dedicó gran parte de su vida, los crio, educo y ya eran todos adultos, era tiempo que pensara en ella.
Respiró profundo, dio media vuelta y se sentó frente al volante, en el asiento del acompañante ya la esperaba cómodamente sentado, Rufino, su perro rescatado un pequeño peludo mezcla de razas.
Puso música y emprendió el viaje a su nueva vida.
Llevaba un mapa donde fue marcando la primera parte del recorrido, a medida que se alejaba la ciudad, se abría ante sus ojos la inmensidad del campo.
Al fin podría respirar profundamente, hondo y relajarse, desintoxicar su cerebro, ser dueña de su destino.
Amaba sentarse en la puerta de su rodante y mirar el atardecer, mate en mano y simplemente eso: observar...
El placer de ver los caballos trotando en las verdes planicies, algún que otro ñandú o guanaco a la vera de la ruta, las ballenas y pingüinos en las costas patagónicas, las cataratas, los salitrales, los viñedos dispersos en diferentes lugares del país, podría disfrutar la experiencia de la vendimia o la cosecha de aceitunas o tal vez ... tantos tal vez, tanto por hacer, ver y recorrer que hasta le daba miedo que la vida no llegara a alcanzarle.
Volvió a escuchar aquella vieja canción de la adolescencia, sonrió, tomó un terrón de tierra entre sus manos, supo que había elegido el camino correcto.