jueves, 4 de noviembre de 2021

 

Coleccionista de ilusiones (por Rosana)

Relatos de los jueves, hoy con una propuesta de "La TRastienda del Pecado"  que invita a escribir un relato sobre profesiones raras o inventadas o curiosas, así que aquí está mi humilde aporte a este desafío que cada vez me entusiasma más y más


Harta de recorrer todos los días el mismo camino hacia el encierro, decidió buscar algo que engrandeciese su alma, le dé sentido a su existencia y, sobre todo, la divirtiera.

Para lograrlo debía comenzar quebrando las reglas. Nada de comprar el diario y buscar en los clasificados, no, no, eso no lo iba a hacer. Tampoco le preguntaría a ningún conocido, porque lo suyo debía de ser original.

En primer lugar, tendría que ser al aire libre. El asfixiante encierro de la oficina le oprimía el pecho y la empalidecía cada vez más. Sentía que su espacio se achicaba y que alguna vez lograría aplastarla por completo, que jamás logró que arreglaran las bisagras de la ventana y por ende jamás pudo abrirla y que los papeles en algún momento comenzarían a entrarle hasta por la boca.

De pronto pensó que todo lo que estaba planteándose, era exactamente disconformidad, que le encantaría que alguien le preguntase qué quisiera realmente hacer en la vida, una especie de Aladino del Siglo XXI, que ofreciese preguntas, que ofreciese esperanzas, que hiciese recapacitar a la gente acerca de qué espera realmente en esta vida.

Se puso a caminar y a mirar la mísera parte del cielo que la ciudad permite que la gente vea y allá en ese pedacito, ese recuadro celeste que queda perfectamente dibujado entre dos edificios contiguos, un globo se elevaba sin rumbo. Soñó que adentro llevaba las esperanzas de alguien como ella, que se iría desinflando con el correr de los días y que de golpe caería en manos de alguien que leyese la petición e intercediese para que esto ocurriera.

Salió de la oficina apurada, entró al cotillón más cercano y compró algunos globos verde esperanza, otros naranja energía y algunos otros,  rojo deseo y se auto nominó “Coleccionista de Ilusiones”. Tarde a tarde, recorría la ciudad, después del agobio del encierro, llevando los globos desinflados e iba pidiéndole a la gente que escribiera en un papelito cuál era su mayor anhelo. Le indicaba cómo doblar el papel y también cómo introducirlo adentro del globo. Armaba ramilletes de los colores del Arco Iris y se sentaba en la plaza a lanzarlos y verlos elevarse junto a los deseos de la gente.

En algún lugar de su corazón sabía que todo era una sarta de mentiras, pero acumulaba sospechas esperanzadoras, se llenaba de sol y se permitía soñar que tal vez, del otro lado del horizonte alguien pondría en marcha el plan de concretar los sueños de todos.


miércoles, 3 de noviembre de 2021

 



Los secretos de la abuela

Si había algo que me fascinaba hacer de niña, era revisar los cajones de la casa de mi abuela. Buscaba el momento en que ella no estuviera o durmiera profundamente la siesta, entonces yo, sigilosamente, comenzaba por el cajón del aparador que estaba ubicado contra la pared del  largo comedor.  Ese mueble verde claro con agarraderas de vidrio en forma de flores y vitrina biselada me invitaba a sumergirme en un mundo fantástico.

A la abuela no le gustaba que revisaran sus cajones. Para ella siempre podía romperse algo. Cuidaba y preservaba todo, cada elemento, adorno, herramienta. En aquel momento no se hablaba de reciclar, pero ella fue pionera en el arte de utilizar cualquier cosa rota para convertirla en algo útil y necesario.

Esa tarde se había ido a visitar a su hermano, así que el aparador estaba solito para mí, invitándome a viajar a su interior, descubrir tesoros antiguos traídos de Italia. Tal vez alguna carta de amor secreto o fotos que yo jamás había visto.

Seguramente allí habría algo con lo que yo pudiera hacer viajar mi imaginación hasta lugares remotos. ¿Y si la abuela fue una princesa que escapó de la persecución? ¿Y si era una espía secreta que llegó al país persiguiendo el crimen?

El cajón del medio era mi gran desafío. Nunca había podido verlo porque era el que no se abría con facilidad. Las veces que vi a mi nona guardando algo allí, mis escasos centímetros de altura no me dejaban alcanzar su interior.

Pero aquella tarde de enero, con el calor de la tarde entrando por la puerta y el silencio de la siesta, la ausencia de mi abuela me daba tiempo para averiguar por fin qué escondía.

Agarré el picaporte y tiré suavemente. Nada pasó. No se abrió ni un centímetro. Tomé una silla, la acerqué al mueble, me subí y desde allí tenía una mejor posición para hacer fuerza. El secreto fue ese, levanté un poco el cajón hacia arriba y hacia atrás y como en un “ábrete Sésamo” la caja celeste se deslizó para que yo buceara en ella.

No me animé a meter mis manos enseguida. Creo que en el fondo lo sentí como un sacrilegio. ¿Y si se daba cuenta? ¿Y si movía algo importante? ¿Y si rompía alguna reliquia valiosa?

A simple vista solo pude ver unas pocas cosas:  botones de carey, algunos pequeños ovillos de lana, la mitad de un broche para la ropa, una aguja para crochet y una bolita de vidrio verde con destellos amarillos. También sobres para cartas, un lapicito gastado y estampillas

Iba a empezar a revisar cuando escuché que se abría el portón del frente. La abuela volvía para dormir su siesta y yo era un polizón merodeando su lugar.

Cerré el cajón haciendo mucha fuerza, tratando que el movimiento no desubicara las reliquias. Bajé de la silla, la puse junto a la mesa y justo en ese instante mi nona entró.

-¿Cosa fai? –preguntó.

- Nada, abuela. Quería saber si esta noche podía dormir acá con vos.

-Sí, claro.

Yo sabía que aquel mueble  verde con vidrios biselados guardaba secretos increíbles. Y los guardaba tan bien que solo estaban disfrazados para que nadie los robara, ni siquiera una niña de 7 años que siguió buscando mil y una maravillas en los cajones mágicos con agarraderas de flor.

martes, 2 de noviembre de 2021

 Tío Beto (por Patricia F.) 


Hoy tuve ganas de escribir algo sobre él, fue nuestro tío abuelo realmente, pero que cumplió el rol de abuelo, puesto que nuestros abuelos verdaderos murieron mucho antes de nacer nosotros, hoy que se cumple un año más de su partida a otro plano, pensé en dedicarle este texto. 

Es tan lindo recordar la infancia con la imaginación encendida por sus cuentos inventados, sentados a su lado en la cocina de mi nonna, mi hermano y yo con los ojos bien abiertos lo escuchábamos, él comenzaba a contar y nuestra mente volaba, siempre fuimos protagonistas y héroes de sus narraciones. 

Nuestras mentes infantiles de alguna forma vivían esas historias y el entorno ayudaba, pensábamos que algún día descubriríamos al Lobo viejo y su familia escondidos entre los matorrales de lirios silvestres. 

“Vamos a ver a las comadrejas” nos decía y así de la mano nos llevaba hasta el viejo sauce, que en su tronco tenía un hueco donde anidaban estos animales, allí estaban con sus crías. 

Nos contaba de los tigres, que habitaban del otro lado del mundo, de los leones en África y tantas historias más. 

Siempre andaba silbando por el caminito a la quinta seguido por su perro “el Negro” y a veces su caballo “Chitán”. 

Hoy salió este recuerdo que siento le debía, quizá solitario como se volvió los últimos años de su vida no hubiese querido esto, pero es tanto el cariño y el agradecimiento por es linda infancia, que bien valió la pena sentarme a escribir. 

 

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...