Coleccionista de ilusiones (por Rosana)
Relatos de los jueves, hoy con una propuesta de "La TRastienda del Pecado" que invita a escribir un relato sobre profesiones raras o inventadas o curiosas, así que aquí está mi humilde aporte a este desafío que cada vez me entusiasma más y más
Harta de recorrer todos los días el mismo camino hacia el
encierro, decidió buscar algo que engrandeciese su alma, le dé sentido a su
existencia y, sobre todo, la divirtiera.
Para lograrlo debía comenzar quebrando las reglas. Nada de
comprar el diario y buscar en los clasificados, no, no, eso no lo iba a hacer.
Tampoco le preguntaría a ningún conocido, porque lo suyo debía de ser original.
En primer lugar, tendría que ser al aire libre. El
asfixiante encierro de la oficina le oprimía el pecho y la empalidecía cada vez
más. Sentía que su espacio se achicaba y que alguna vez lograría aplastarla por
completo, que jamás logró que arreglaran las bisagras de la ventana y por ende
jamás pudo abrirla y que los papeles en algún momento comenzarían a entrarle
hasta por la boca.
De pronto pensó que todo lo que estaba planteándose, era
exactamente disconformidad, que le encantaría que alguien le preguntase qué quisiera
realmente hacer en la vida, una especie de Aladino del Siglo XXI, que ofreciese
preguntas, que ofreciese esperanzas, que hiciese recapacitar a la gente acerca
de qué espera realmente en esta vida.
Se puso a caminar y a mirar la mísera parte del cielo que la
ciudad permite que la gente vea y allá en ese pedacito, ese recuadro celeste
que queda perfectamente dibujado entre dos edificios contiguos, un globo se
elevaba sin rumbo. Soñó que adentro llevaba las esperanzas de alguien como ella,
que se iría desinflando con el correr de los días y que de golpe caería en
manos de alguien que leyese la petición e intercediese para que esto ocurriera.
Salió de la oficina apurada, entró al cotillón más cercano y
compró algunos globos verde esperanza, otros naranja energía y algunos otros, rojo deseo y se auto nominó “Coleccionista de
Ilusiones”. Tarde a tarde, recorría la ciudad, después del agobio del encierro,
llevando los globos desinflados e iba pidiéndole a la gente que escribiera en
un papelito cuál era su mayor anhelo. Le indicaba cómo doblar el papel y también
cómo introducirlo adentro del globo. Armaba ramilletes de los colores del Arco
Iris y se sentaba en la plaza a lanzarlos y verlos elevarse junto a los deseos
de la gente.
En algún lugar de su corazón sabía que todo era una sarta de
mentiras, pero acumulaba sospechas esperanzadoras, se llenaba de sol y se
permitía soñar que tal vez, del otro lado del horizonte alguien pondría en marcha
el plan de concretar los sueños de todos.