jueves, 2 de diciembre de 2021

 Sed de esclavitud (por Rosana Colombo)

Nos sumamos una vez más a los desafíos de los jueves. Esta vez "CAMPIRELLA"  nos invitó a escribir sobre la esclavitud y aquí les dejo qué salió.

Extraído de la web


Alguna vez leí de qué forma nacieron los pueblos que finalmente fueron potencias y de qué forma fueron creciendo a expensas del sometimiento de otros que hoy, tal vez,  siguen siendo sometidos

 Por ende, la ambición y el lujo desmedido obtenido manipulando a otros, serían inherentes al ser humano desde los inicios de la vida en las cavernas.

Finalizada la etapa cavernícola y habiendo creado eso que nos distingue totalmente del resto de los animales: la palabra oral y escrita, el hombre inició el camino de la escritura placentera y ficcional y dio vida a un sin fin de personajes que son íconos de estereotipos que causan temor, asco, horror, aberración, rechazo.  Tal es el caso del Minotauro o de Frankenstein,  dos emblemas de la literatura clásica que se nos sirven entre los menúes que consumimos durante la escuela secundaria.

Ambos fueron condenados por sus autores a ser eternamente odiados por la humanidad letrada. Ambos, esclavos de su condición:  una vida que no eligieron sino que adquirieron por obra y gracia de sus creadores que se vieron tentados por  las infinitas posibilidades que da la imaginación y les dieron vida para ser temidos eternamente.

Me uno a la propuesta de escribir sobre la esclavitud y me rehuso a pensar y escribir sobre ese tipo de esclavitud tan manoseada por la costumbre, esa de la que todo el mundo habla y decido ponerme a pensar qué mecanismo perverso será el que hace que no le baste con el sufrimiento real, al ser humano, sino que además, necesite crear personajes esclavos de su condición, como una necesidad constante de que haya sometidos hasta en las letras.

Me encantaría saber qué me diría el Minotauro, una tarde cualquiera si le abriera las puertas del Laberinto para decirle que el rey Minos - su padrastro -  ha muerto, que puede comenzar a disfrutar de su libre orfandad. Si le mostrara los campos sembrados o las verdes planicies de algún rincón de Creta y lo invitara a olfatear el aroma del rocío de la mañana y así, pastar un rato y tenderse al sol.

Hemos sido redundantes esclavizando lo que sea por años, tan reincidentes que no nos alcanza con el sometimiento de los seres de carne y hueso, sino que además, vamos creando ficciones para continuar con el vicio.

 

Viento (por Silvy Olivieri)




Todas las hojas son del viento... esa frase me da vueltas en la cabeza. Tal vez porque muchas veces me siento hoja desprendida del árbol, sin rumbo elegido; bailando a merced del invisible destino. ¿El otoño debería ser mi enemigo o mi salvador? Porque caer también es liberarse, dejar de estar amarrado a una raíz que me obliga a quedarme quieta. Pero, alejada del tronco, me marchito inexorablemente mientras no soy dueña de mi andar.

¿Quién sería el viento si soy hoja? ¿Acaso ese Dios del que todos hablan y pocos conocen? ¿O son mis pensamientos y acciones pasadas las que me llevan a caer donde hoy no quiero?

Las hojas podrán ser del viento... yo, no.

Me gusta creerme gaviota o marea. Volar sin prisa ni pausa o acariciar playas doradas.

Claro... también necesito del viento.

Todas las hojas, las gaviotas y el mar son del viento.

El mundo es del viento, mi pelo alborotado, mi pollera suelta, las notas que canto... todo se lo puede llevar el viento.

Solo hay una cosa que él no podrá sacarme si no quiero, no podrá mover si no lo dejo: mis pensamientos y sueños, mis deseos y amores. Mis ganas, mi locura, mis pasiones.

Todo será del viento menos lo que llevo dentro. Hasta que sea cenizas, solo en ese momento, cuando él sople y yo desaparezca, me entregaré a su encuentro.


domingo, 28 de noviembre de 2021