domingo, 5 de noviembre de 2023

ex 903 - 604

 Hace muchos años, casi veinte, mientras cursaba el profesorado de Castellano, Literatura e Historia, tuve que leer "Artículos de Costumbres", del español Mariano José de Larra. El autor, con un envidiable toque ácido e irónico, cuenta en el volumen, los mil y un problemas que provocaba la burocracia de su país, por aquel entonces.

En este país, el mío, mi querida Argentina que hoy se rifa en cientos de trozos hecha toda un manojo de harapos, la burocracia asciende a pasos agigantados, ganando posiciones increíbles en la cima de toda la pirámide que tiene el poder por estos lares. La burocracia en esta República, no tiene tiempos ni límites, crece y crece como crece el cáncer maligno en los cuerpos enfermos, provocando metástasis.


EX 903 - 604


¿ Su nombre?

Ex – 903

¿Su apellido?

704 GBCBA

El empleado del ministerio aún debe mirarme a los ojos, caminé a tientas hacia el ascensor, me persigné, pensé “Me pongo en tus manos, Señor” y cuando entré al receptáculo busqué entre tantos números el  0 que indicaría la planta baja.

El día anterior, había acompañado a los alumnos de 7mo grado a un partido de vóley junto a la profesora de Educación Física. Tuvimos que tomar el 25, caminar unas cuantas cuadras. No sé realmente quién le dijo a los políticos de turno que el metrobus es lo mejor para los transeúntes. Las paradas se descolocaron, las vías para llegar a destino se hacen eternas, más cuando van intentando que doce adolescentes caminen mirando por dónde van y dejen de hablar y pensar en cualquier cosa.

Llevo veintidós años de servicio, al servicio, valga la redundancia, de la educación.

Si hoy me volvieran a preguntar por qué lo elegí, diría nuevamente y con total convicción: porque es la escuela la que puede modificar el pensamiento y convertir a las personas en seres de bien y productivos para su propia Patria. Volvería a repetirlo porque debería ser así, pero en realidad, en nuestra realidad cotidiana, es una gran mentira.

Me encontraba en una cruel maraña de verbos pretéritos, intentando explicarle a la alumna que en dos o tres días más iría a competir por el premio Beca, qué es el sujeto y el predicado; darle esa explicación que a mí misma me costó darme, cuando analizaba en el aire, colgada en el subte cuanto pensamiento me viniese, mientras iba al profesorado: “La señora de remera verde”, sujeto, “mira distraída el techo del subte”, predicado. Distraída sería predicativo subjetivo no obligatorio…y así, todos los lunes, día en que me tocaban las clases de sintaxis.

Hay varios pretéritos Mari

¿Y eso seño?

La niña es víctima de nuestro sistema educativo, desconoce todo. Aprendió a leer y a escribir, contenidos que hoy se hacen necesarios para justificar que los estudiantes van a la escuela, pero de complejizarlos, ni hablemos. Los chicos pasan por las baldosas de la escuela, las pisan, las corren, les patean pelotitas de papel encintadas con cinta adhesiva y además, comen. Esto último es un clásico, que no falte la comida en todos lados: en la carpeta, en la cartuchera, en los libros, en las mochilas. Las aulas parecen las jaulas de un zoológico de gente, un aspecto siniestro que refleja la realidad social en la que vivimos.

Imaginen ustedes lo que podía ser para Mari, procesar todos los tipos de pretéritos del tiempo indicativo, en una sola hora de una sola mañana. La criatura había sido elegida de entre sus compañeros, por venir habitualmente y tener la cara más parecida a un ser cumplidor y estudioso.

En el momento exacto en que Mari intentaba discernir entre el pretérito perfecto e imperfecto del verbo ser, cae en la casilla de mail de mi celular, uno de esos comunicados que no le deseás ni al peor de tus enemigos. Mentira, bah. A mis enemigos les he deseado cosas aún peores, pero esa parte no es la que necesitamos explicar ahora.

Con un ojo en el pretérito y otro en “cese de oficio”, la mano tambaleando buscando los números que coincidiesen con la clave de mi dispositivo, desplegué la cuchilla que segundos después, se incrustó en mi estómago de un solo movimiento.

¿Estaaaaaaá bieeeen seeeeño?

La voz de Mari llegaba como fantasmal, dejé de mirarla a la cara. “Cese de oficio de todos sus cargos” era lo único que yo podía leer.

Odio esos momentos en que pierdo el control y no puedo acaparar todo lo que sucede a mi alrededor como suelo hacer habitualmente. Soy conocida por saberlo casi todo, pero hay un punto de debilidad en mí que hace que mi radar pierda sus propiedades: el miedo y las malas noticias.

No logro dominarlo, me cuesta hacer como que nada está pasando, a pesar que desde lejos lleguen voces que entonen todas juntas “ya vas a encontrarle la solución”

¿A qué? ¿Qué debería de solucionar una persona que solamente conoce los pretéritos y los presentes del verbo trabajar en todos sus modos? ¿Qué solución tenemos que encontrar los que cada mes, somos irrumpidos en nuestros recibos de sueldo y sin que obre permiso alguno, presenciamos el escandaloso descuento jubilatorio que mucho tiempo después, debe de ser perfectamente certificado y justificado por un centenar de ñoquis de turno que no saben ni quiénes somos, ni cómo trabajamos, ni cuáles son nuestros sentimientos ni nuestros problemas en el preciso instante que deciden informar que ya no podemos más concurrir a trabajar.

Si tuviera que definir la impotencia, mostraría la película del día jueves por la mañana. Llegando al colegio, las mismas calles que a diario transito me resultaban totalmente extrañas. “Cese de oficio” se había esculpido en mis retinas, del mismo modo que los rayos del sol cuando se los mira por un instante prolongado.

Subí al auto dispuesta a dirigirme hacia la otra escuela y ahí fue cuando el folio que me cubre hizo un sonido extraño, se me había metido en el pliegue del asiento y no me permitía manejar. El extremo superior derecho de mi cuerpo se plegaba y varias arrugas y grietas comenzaron a verse con claridad. Pisé el embrague y el botón de arranque y confié que mi mejor amiga siguiera de memoria el camino hasta Dock Sud, porque yo estaba ocupada en alisarme y meterme nuevamente en el folio. Si me presentaba así, las cosas serían peores de los que ustedes creen. Todo expediente debe ser perfecto, prolijo, sin comas ni puntos de más.

El día terminó, no puedo decir que como todos los días, pero pasó y llegó la mañana y me presenté estoica en la mesa de entrada.

¿Su nombre?

Ex -903

¿Su apellido?

704 GBCBA

El sello se adhirió a mi frente,  que me quedaría como comprobante de que me había recibido con total cordialidad.

Mi original sigue dando vueltas entre los escritorios, ya estoy mareada. Siento náuseas y ganas de vomitar seguido. Al lado mío se encuentra el de ese que hace que trabaja en la escuela. Viene sí, pero a caminar por las baldosas junto a los chicos, pero por suerte y gracias a los derechos de todos, aquí, los dos somos iguales. 

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

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