Por este lugar del Planeta, estamos en pleno verano y tenemos más tiempo para explayarnos y escribir, entonces, me decidí a participar en un desafío de escritura y este es mi primer logro de esa experiencia.
Isla Maciel - Avellaneda - Buenos Aires, Argentina. Una imagen de una inundación cualquiera |
La Inundación - Por Rosana
Octubre siempre fue traicionero: por un lado hermoso,
cálido, lleno de flores; mi jardín también era el más lindo, le habíamos puesto
muchas azaleas, pero a pesar de que el sol ya se iba incrustando
despacio en la piel y en las habitaciones, la sudestada podía borrar todo
atisbo de felicidad, a pesar de que mi casa era la más alta del barrio.
Ya habíamos comprado todo para vender en Navidad. El
galponcito estaba lleno de sidras, duraznos al natural y otros enlatados que
sabíamos que iban a venderse. Así eran nuestras primaveras, siempre oliendo a
esperanza de vender en Noche Buena y hacer alguna diferencia que nos permitiera
ahorrar algo
Ese día las zanjas se estaban llenando un poco más que de
costumbre: hay sudestada - me dijo mi
marido. Llamé inmediatamente a mi madre, sabía que su casa jamás se salvaba de
bañarse entera del agua del río que se iría desbordando. Me dijo que ya estaba embalando las piezas del juego de
copas para colocarlas en los fuentones
de zinc. Ya está en el patio, me contestó. Tu papá ya subió la heladera a los cajones…está por entrar a la cocina.
Yo podía ver la escena porque la
había vivido y en cierto modo sentía un alivio importante, porque esta vez sólo
lo imaginaba.
Al otro día, mi
marido salió a trabajar. Me quede´ durmiendo. Mi hijo también dormía.
Escuché un golpe fuerte y seco en la puerta. Puse el pie derecho en el piso y quedó
sumergido por completo. El horror corrió por mi cuerpo: no estaba soñando. Bajé
el otro pie, ambos quedaron mojados al
unísono. El penetrante olor a petróleo inundaba mi nariz. Me levanté, tambaleando llegué hasta la
puerta, la abrí temblando. Agradecí a mi
vecino el aviso del desastre. Tomé a mi
bebé en mis brazos y me cuesta recordar qué hice después. Giré y arrastrando
los pies en el agua llegué hasta la cuna, lo levanté y llamé a mi madre y lloramos juntas, lloramos mucho.
Sé que más tarde un bote me sacó de casa con mi hijo sobre los hombros; recuerdo el asco que me causaba
sentir esa agua sucia y tibia cubriendo
mi cuerpo hasta el cuello, mientras veía flotar en el patio nuestras ilusiones
con las etiquetas flotando también, a un costado. Los despojos que encontré a la vuelta todavía
huelen a petróleo.