sábado, 19 de noviembre de 2022

Colibríes de ceibo. ( Por Patricia F.)

 Colibríes de ceibo. (Por Patricia F.) 



(Fotografía de mi autoría, ISLA MARTÍN GARCÍA, año 2018)

 

Sendero teñido de rojo, hacia el cielo azul un contraste perfecto. Son los ceibos, nuestra flor nacional, que en esta época del año estallan cargados de color... 









                                                                              ( Foto de internet)


- ¡Vamos a hacer un picaflor! (decía mi nonna) y con sus tiernas manos de abuela y un par de toques, la flor del ceibo terminaba siendo un pequeño colibrí rojo. 

Juntaba las flores caídas, las más bonitas de esa alfombra rojiza, nunca cortaba de las ramas. 

Un simple corte y allí estaba la pequeña ave, maravillosa. 








(Dibujo hecho por mí, recordando los pequeños colibríes de flores de ceibo)



 

jueves, 17 de noviembre de 2022

 Felices estamos porque vamos a comenzar la lista con los participantes del reto "Me acuerdo..."

Tenemos en primer lugar a GUSTAB que nos regaló un poema. Haz click sobre su nombre para leer su producción.

Continuamos esperando a todos aquellos que quieran participar.

                                                                                                                          GUSTAB

Se siguen sumando bloguer@s a esta propuesta

CAMPIRELLA


RODRIGO FUSTER


MUSA


ESTER


CHELO


MARGARITA HP


miércoles, 16 de noviembre de 2022

Quando Spunta la luna a marechiare

 

Hola cómo dicen que les va?

Nos hemos levantado con ganas de hacer propuestas. 

La nuestra es que aquellos y aquellas que quieran, escriban un texto de no más de 400 palabras, que contenga "Me acuerdo" en el comienzo de cada uno de sus párrafos.

Este que van a leer a continuación, es el que escribí yo para esta oportunidad. 

Damos comienzo a esta serie de divagues que como tales, si no tiene cómplices no resultarán divertidos. Sabemos que les encanta participar, así que esperamos que nos dejen sus links para que corramos a leerlos y compartirlos. 

Tienen tiempo hasta el próximo martes:

VAMOS, ANÍMENSE:   "ME ACUERDO..."

Aquí va el mío. 

"Quando spunta la luna a marechiare " (Rosana)




Me acuerdo del día en que mi papá le dijo a mi mamá que él también se quería ir a “hacer la América".  Mi madre era de armas tomar, pero ese día enmudeció y sólo pudo recoger lágrimas y mocos enjugándolos con pañuelitos de lino blanco con festones de hilo de seda. 

Mi hermana y yo espiamos la escena detrás de la escalera. Habíamos ido al altillo a buscar papas y cebollas y nos habíamos quedado mirando por la ventana el mar intensamente verde. No  estaba sereno y eso era muy curioso, porque justamente, el Adriático a esa altura es como un manto color esmeralda en el que se traslucen las piedras.

Me acuerdo de que ese día el mar estaba embravecido, tan embravecido como mi madre. Estuvo horas y horas sin emitir sonido alguno, solo lágrimas y dientes muy apretados que crujían de vez en cuando.

Me acuerdo de mi casa de tres plantas, con sótano y altillo; las paredes exteriores pintadas de un tenue amarillo con las aristas blancas. Grandes ventanales que daban al mar,  me permitían soñar con que me iba hasta el horizonte embarcada en los pequeños pesqueros que partían de madrugada y volvían llenos de frutos de mar exquisitos. Las redes tendidas sobre las piedras, el salitre carcomiendo todas las partes de hierro  y los pescadores separando con paciencia los trofeos, para luego, ponerlos en los carritos que cargaban sus mujeres y así, ir  vendiendo por el pueblo pescado fresco.

Me acuerdo que mi padre se salió con la suya y un buen día se embarcó hacia Argentina y quedamos mirando desde la puerta cómo se alejaba hacia la estación del tren que lo dejaría en Génova y  embarcarse con otros que como él, dejaban solas a sus mujeres, rotas en pedazos, humedecidas por las lágrimas, vestidas de negro desde antes de que algo sucediera, por las dudas.

Los llantos invadieron mi casa, y el silencio se apoderó de mi hermana, que alcanzó a decir "ciao babbo" y las palabras se le escondieron vaya a saber a dónde,  hasta tres años después. Mi paisaje había cambiado, apenas si nos habíamos repuesto de las esquirlas de la guerra, que de golpe  se nos hizo de noche  nuevamente. Eran demasiadas las lágrimas y demasiados ruidosos los silencios, así, que con furia me subía a la bicicleta y me alejaba hacia las inmediaciones de Ancona. Subía con muchísimos esfuerzo las colinas hasta donde se veía la cúpula de la "Madonna de Loreto" y ahí en la cima, recuperaba la niñez. 

Nosotras no iríamos todavía, mi nonna estaba enferma y mi madre había jurado que no partiría hasta tanto cuidar a su madre hasta su último respiro y en mi inconciencia adolescente, mi nonna era inmortal, la heroína que me estaba salvando de la partida hacia no sé que tierras prometidas. 

Me acuerdo de que la nonna perdió su capa una madrugada fría en que la nieve tapó la esperanza del mar; aquella mujer que iba a salvarme del desastre, se había encaprichado y había dejado de respirar y a mi la cabeza me daba vueltas y vueltas: quería llorar su partida y a la vez, quería gritarle que por su culpa, seguramente tendría que abandonar cada uno de los objetos que hacían que fuese yo misma. 

Las cartas iban y venían en intervalos de casi un mes cada una. Sabíamos que mi padre escribía "estoy muy bien", pero la tía Pepina, que ya estaba instalada en el barrio de La Boca, en sus cartas escribía: "No tarden en venir, el que está acá es tu marido y es hora de que te vengas a hacer cargo"

Mi madre apretaba muy fuerte ambas cartas; seguía apretando los dientes; soltaba lágrimas de extrañamiento por su madre y fuertes alaridos reprimiendo las ganas de salir corriendo y agarrar a mi padre por los pocos pelos que le iban quedando, así que un buen día nos miró a las dos y sin anestesia - bien a la usanza nostra - dijo: a fin de mes nos vamos.

Me acuerdo que ese día no podía razonar lo que hacía; solo recuerdo los pies mojados pateando piedras hacia el mar; el vaivén de las olas, la espuma acariciándome las pantorrillas, el horizonte incendiado por el amanecer y un grito sordo  de una voz desesperada que venía desde la rambla. Me quedé muy quieta, sabía lo que seguía, en cuanto la palma de la mano de mi madre tuviese a su alcance mi mejilla, la acercaría en un gesto seco y rápido para estamparme la bofetada que hacía rato no me daba. Como siempre que eso sucedía, lloramos las dos y las lágrimas se fueron fundiendo con la espuma. Nos sentamos en las piedras. Me abrazó fuerte y sin soltarme dijo: llevémonos el mar estampado en los ojos, difícilmente lo volvamos a ver.

lunes, 14 de noviembre de 2022

Amor de mi vida (Por Susana)

 Con las artesanas participamos del mundial de escritura y uno de los textos que escribí en la adrenalina de participar fue sobre nuestra canción favorita, que dicho sea de paso, tengo muchas.

Denle mucho amor. Gracias por pasar por aquí y dejarnos sus comentarios. 

  

   La vida es canciones. Cada momento de mí fue marcado por una melodía en especial.

     Mi niñez estaba llena de folclore y tango. Papá ponía el tocadiscos fuerte los fines de semana mientras cocinaba algo rico en la parrilla y escuchaba a Los Visconti, a Larralde y tantos otros. Nos sentábamos por la tarde y en rueda, mientras tocaba la guitarra él pedía sus temas favoritos.

     Mi mamá cantaba tangos y milongas con su privilegiada voz. Yo me dormía en sus brazos mientras me susurraba “Pintor que pintas iglesias con el pincel extranjero…” Bellísima letra que a pesar de ser chiquita me podía emocionar cuando le pedía “angelitos negros”.

     Mi adolescencia transcurrió entre música de los Beatles y aquellas pequeñas canciones que yo misma escribía. Guitarra en la playa, con el cabello al viento y hacíamos rondas donde sonaban las más bellas canciones. Una que sepamos todos. En cada cena navideña, de madrugaba, se cantaba hasta el amanecer. Siempre música. Siempre canciones.

     Un día mi vecino me presento a Sui Generis, aquel dúo mítico recién separado. Los amé.

     Luego, en la época de mis primeros años de matrimonio, de la mano de mi esposo, descubrí a Serrat que nunca dejé de escuchar. Su Penélope, o Cantares se grabaron a fuego en mi alma.

     A mis hijos en la panza les reproducía los cassettes de George Harrison. MI amor adolescente platónico dura todavía. Vibro al escuchar su voz. Como me gustaba ese hombre. Sueños de niña joven

      Después de algunos años me dediqué a la música alternativa, el rock católico, que tantos amigos me dejó y tantos recuerdos inolvidables me hicieron atesorar. Tantos lugares visitados, tantos conciertos solidarios para tenderle la mano al que lo necesitaba, en el lugar que fuera. Pasión que compartí con mis hermanos del corazón y con mis hijos cuando crecieron. Qué maravilla compartir el escenario con aquellas personas tan queridas. Cómo se extraña ala distancia.

     Cuando mis hijos  comenzaron a componer, dejé de buscar y me dediqué a disfrutar su música y su poesía. Comencé a emocionarme hasta las lágrimas al verlos subir al escenario tantas veces, tantas noches, tantos ensayos.

     Miles de canciones, cómo elegir solamente una. No podría aunque quisiera.

     “Amor de mi vida” sería la correcta porque en ella encerraría a mis hijos, a mi esposo, a mis nietos, que son mis soles y mi vocación que también resulta ser el amor de mi vida.

     Cuando uno va transitando la vida va evolucionando, cambiando de gustos, de opiniones, de música.

     Pero la música, a pesar de modificar lo que escuchamos, es el motor para alegrarse, para pensar, meditar, entristecerse, suspirar.

     Cada melodía que escuchamos nos trae diferentes momentos, diferentes personas y lugares que vamos acopiando en el corazón.

     Siempre nos da la oportunidad de rememorar y volver a emocionarnos.

     El don de la música es lo mejor que mi familia cultivó a través de los años y lo que nos hizo compartir cientos de buenas experiencias. Love of my life, yeahhh…


La ciudad de las rusalkas (Por Patricia F.)

  Este jueves en una nueva convocatoria el blog de Mag, La trastienda del pecado, nos propone un nuevo desafío: "En el fondo del mar&qu...