viernes, 10 de septiembre de 2021



Ilustración de Daktari


 LA GRAN GATEADA (por Silvy) 

Cuentan las vecinas del barrio, que a Dorita le faltaba un tornillo, bueno, unos cuantos en realidad.  Evitaban pasar por la puerta de su casa porque, si iban de tacón y este taconeaba la vereda, Dorita les gritaba furibunda que hicieran silencio porque despertaría a sus gatos;  lo loco era que con semejantes aullidos la que los sacaría de sus sueños profundo seguramente sería era ella.

Esos mininos eran el terror del barrio. Habían querido contarlos, llegaron a la conclusión que era imposible decir el número exacto ya que, casi todas las semanas, alguna de las gatas volvía a parir por lo que la multiplicación era exponencial. Por cada gata nacían alrededor de 8 gatitos. Los había de todas las razas: Persa, Azul, Ruso, Siamés, Angora turco, Siberiano, Maine Coon, Bengalí, cola larga, cola corta, atigrados, bizcos y hasta uno del que se dudaba si era felino.

Si la ventana de la casa estaba abierta, salía de ella un olor fétido a orina que penetraba por las fosas nasales, llegaba al cerebro del transeúnte, anidaba allí y no había Migral que calmara el dolor punzante de la víctima. Lo peor le pasó a Doña Elvira, que descubrió que era alérgica cuando una mañana, mientras baldeaba la vereda de su casa que linda con la de Dorita, 25 gatos la atacaron porque su delantal con puntillas verdes tenía dibujados unos simpáticos ratoncitos. Claro que a su hija jamás se le había ocurrido que su madre podría ser el centro de atención de unos gatos estúpidos que no distinguían un ratón de verdad de uno pintado en tela. Se calcula que la culpa la tuvo el bizco, que es el capo de esa mafia gatuna. Cuestión que Doña Elvira fue internada de urgencia con terrible edema de glotis y casi no cuenta el cuento.

Al día de hoy, la pobre mujer no puede escuchar un maullido sin que le dé un vuelco el corazón.

Se armó una reunión de vecinos en la sociedad de fomento para tratar esta invasión espeluznante que tenía a todos desesperados. La señora del carnicero contó que su marido estaba al borde de un ataque de nervios porque sus clientas le devolvían la carne por encontrar pelo de gato en todos los cortes.

Ramón, el mecánico, hombre robusto de tez morena y manos como aspas de helicóptero, lloraba compungido porque su hermoso y terrible rottweiler se había convertido en un animalito asustadizo, con pánico, desde que 35 de esos malditos gatos habían entrado en su patio y lo atacaron tan ferozmente que el pobre animal casi muere por la infección que le dejaron los miles de rasguños.

-¡Hay que denunciarla al municipio! – gritó la hija de doña Elvira, desesperada porque no podía dejar sola a su madre.

-Ya lo hicimos y no pasó nada, el hijo es concejal y cajonea todo – dijo Horacio, el almacenero que conocía todos los vericuetos políticos del partido.

Las noches eran insoportables, esos malditos bichos dormían de día pero en cuanto daban las diez, salían a recorrer los techos de todos los habitantes del lugar. ¿Quién podía dormir escuchando como Raúl llamaba a Ramón de un tejar a otro? Cholito, el nieto de doña Chola, dijo haber contado en una noche doscientos setenta y cinco gatos, puede que hayan sido doscientos setenta y cuatro porque hay uno que no parece un felino.

Después de que todos los miembros de la comisión expusieran sus argumentos, y viendo la imposibilidad de que interviniera la justicia (Porque como en todo municipio que se precie de buena política, lo que no da Salamanca lo da la palanca y parecía ser que Dorita tenía una palanca bien grande). Una voz chiquita, suave, casi inaudible dijo “Hay que matarlos a todos”

Se hizo un gran silencio. Todos giraron la cabeza para ver quién había osado decir semejante propuesta. Quien hubiera sido, ignoraba el poder de la reina de los gatos. Algunos incluso podían confirmar que tenía poderes sobrenaturales.

“Hay que matarlos a todos”,- repitió la minúscula persona, de minúscula voz – Yo me encargo, dijo.

Esa noche, todos volvieron como autómatas a sus casas, no pudieron cenar.  Necesitaban que se hicieran las diez para escuchar si volvían los lamentos gatunos… Silencio…

Por la mañana, la primera que salió a la calle fue la hija de doña Elvira. Sus suecos de madera retumbaron en la puerta de Dorita pero nada pasó. La ventana estaba abierta, pero ningún olor nauseabundo salía del interior de la vivienda.

Nadie supo qué pasó con la tribu de gatos ni con su dueña. El concejal puso la casa en venta. Llegó en su auto negro con chofer para entregar la llave a los nuevos dueños. Una voz chiquita, suave, casi inaudible le dijo desde el vehículo “vamos mi amor, se nos hace tarde para tu nombramiento”.

 

jueves, 9 de septiembre de 2021

Hoy hace su aparición, "La tía Marta", quien les acerca sus frustraciones y desventuras, para que la acompañen, la comprendan y la tengan presente en sus oraciones...

Para lograr todo esto, tuve la ayuda de la gran ilustradora argentina: Susana Cavallero, alias Daktari, a quien agradezco muchísimo que haya captado e imaginado el rostro de La tía Marta y logre que yo también pueda imaginarla, asi tal cual, desde ahora.

Ojalá lo disfruten y me lo hagan saber. 


 La tía Marta


Si algo quebraba la paz de la familia, eran los domingos en casa de la abuela, no porque la abuela no se hiciese querer, sino porque había que soportar un ritual, terriblemente dulce y pesado.

La abuela había dado a luz en sus años mozos a ocho hijas, todos intentos por conservar el apellido del abuelo, por supuesto, pero los intentos fueron fracasando de a uno. Ocho hijas que intentaron armar el rompecabezas de sus vidas, con un esfuerzo inquebrantable. Digamos que la belleza no las caracterizaba, ni la dulzura del carácter, ni la gracia de sus formas, ni una verborragia convincente, ni siquiera una cultura capaz de atrapar a un intelectual, cuestiones todas que tornaban dificultosa la tarea de “cazar al candidato adecuado”, pero lo que sí eran, eran súper habilidosas. Ellas bordaban perfectamente, cosían perfectamente, tejían perfectamente, planchaban perfectamente, limpiaban mucho más perfectamente, excepto, siempre tiene que haber un excepto para que la perfección se desmorone, excepto la tía Marta.

Perdón, pido perdón al lector, porque la estaría difamando, si algo hacía bien la tía Marta, era llorar. Llegábamos siempre los domingos con la esperanza de que algo mágico la hubiese calmado, algo que tal vez le hiciese encontrar el sentido a su vida, pero no, y como la familia, siempre debía estar unida, lo debía estar para todo, también para vivenciar el eterno velorio en que se convertían los domingos, en la casona familiar. La abuela la había convertido en la “solterona” de la familia, era como una especie de título grabado a fuego, por lo que yo entendía, desde mi metro veinte, era como llevar un cartel luminoso anunciando: “Qué desgracia, Dios mío, Marta no va a casarse jamás”

Ni esbelta, ni habilidosa, ni graciosa, ni simpática, mucho menos bonita, la tía Marta no lograba destacarse en absolutamente en nada. Fijaba su vista en el Zenith de tubo, con lámpara, ubicado sobre la mesa de roble, en el salón comedor. Almorzaba en silencio, lloraba en silencio, secaba sus lágrimas con la servilleta del mantel recién planchado y sus mocos con ambas mangas. Miraba el televisor, pero no veía nada, sus ojos fijos veían pasar las imágenes, una tras otra: blancas, grises y negras. Lo encendía cinco minutos antes de que comenzase la señal de ajuste, y lo apagaba cuando dejaba de moverse la pantalla.

Fiel testigo de siete casamientos, el de sus siete hermanas, en esas ocasiones, le había tocado jugar el papel de actriz de reparto. Miraba desde lejos, desde detrás de las columnas, como los ciento de invitados bailaban alegremente festejando que de una vez por todas “una más de las siete hermanas, se había casado”. Entonces detenía su mirada en lo que más le llamaba la atención: el pastel de boda. Esa torre blanca y cremosa, colmada de arabescos blancos, era lo más añorado por la tía Marta.

Una tarde, escuché que mi madre, una de las hermanas afortunadas por haber podido cazar a mi padre, nos miró seriamente y nos dijo: - este domingo no será como cualquier otro, preparémonos para disfrutar de una jornada feliz, junto a la tía Marta.

Me di permiso para sospechar que las ilusiones de mi madre serían en vano, pero la familia es la familia, y coreamos: ¡Viva!, ¡Por fin la tía Marta, alcanzó la felicidad!

En una de sus inútiles tardes junto al televisor, había descubierto que comenzaba un programa nuevo: “Buenas Tardes Mucho Gusto”, un programa que prometía enseñar todo lo necesario para ser una mujer completa y realizada: enseñarían a tejer, a bordar, y a cocinar. La tía Marta se predispuso con la voluntad de un jugador olímpico: se bañó, se puso los ruleros, el mejor vestido que una de sus hermanas le había cosido: el de terciopelo rojo, con el detalle de perlas alrededor del escote princesa y las mangas guante. Una verdadera exquisitez adecuada para mirar la tele. Sobre todo ese acicalamiento, puso el delantal de lino, ese que la abuela le había hecho bordar a los diez años. Edad adecuada para comenzar a preparar la dote, porque claro, si naciste niña vas a casarte y si vas a casarte tenés que cocinar, y por ende ponerte el delantal de lino. El de la tía Marta todavía mantenía el almidón intacto como el primer día, dos iniciales gigantescas “MG”, sobresalían de la tela. A mi madre nadie le ganaba bordando en punto relleno. Las puntillas tejidas al crochet por otra de sus hermanas (recuerden que nada hacía bien), se mantenían tiesas en los bordes, decorando la totalidad del perímetro de esa pieza indispensable para que toda mujer sea feliz: el delantal. Y así, adornada como vidriera de Gath & Chaves en navidad, comenzó a traer al comedor su artillería pesada: cuarenta huevos recién traídos del gallinero de doña Adela, 6 paquetes de harina, tres kilos de azúcar, varios bols de acero inoxidable, media docena de batidores, y cuatro moldes número 24, redondos. Procedía con tanta seriedad, que la abuela la miraba consternada, pero no se atrevió a emitir palabra, ya que lo importante era que las lágrimas de la tía Marta, había desaparecido por completo.

Buenas Tardes Mucho Gusto, hizo que a la casa de la abuela entrara Doña Petrona C de Gandulfo, una señora regordeta que hacía magia en televisión. Alternaba docenas de huevos espumosos con lluvia de azúcar, y hacía que eso creciera y creciera y creciera y creciera hasta lograr el ¿Cómo era?, Ah, si, el punto letra y entonces, comenzaban su danza envolvente los batidores, que hacían malabares mientras Doña Petrona con una mano batía y con la otra sostenía el cernidor que hacía que la harina empolvase toda la mesada. Ese ritual que doña Petrona repetía cada martes, quería ser imitado por la Tía Marta que pretendía que el bizcochuelo de la campeona nacional de la cocina, fuera logrado por ella. Martes a martes, llegaban los huevos de Doña Adela, los kilos de harina, los de azúcar, los moldes brillantes y enmantecados, y luego de rellenarlos con litros de crema y camiones de dulce de leche, los guardaba en la heladera para que toda la familia los comiera los domingos.

Jamás de los jamases logró imitarla, sus bizcochuelos fueron siempre lo más parecido al que con los años ganaría las batallas a todas las golosinas habidas en los kioscos: el chicle, pero la tía Marta no lloró nunca más. Desde entonces y por años, cambiamos los papeles, fuimos nosotros los que derramábamos lágrimas cada semana, antes de ir a la casa de la abuela. Sendas indigestiones supieron ser protagonistas de esas visitas que comenzaron a evaporarse cuando la abuela se fue al cielo. Recuerdos, nostalgias. Si la tía Marta no hubiese intentado ser famosa haciendo tortas, ¿qué podría estar contando yo ahora?

Rosana Colombo

miércoles, 8 de septiembre de 2021

El polvo (por Daktari)

 


  Los dos hermanos, espaldas agobiadas, pieles curtidas, se apoyaban uno en el otro, y los dos en el tronco caído de un eucalipto seco. Uno se sacó el pañuelo del cuello y se limpió la cara, el otro le sondeó el alma con la mirada clara.

— Es el fin.

— Sí, creo que es el fin. Después de todo ya hace rato que lo esperábamos.

     —¿Vamos adentro?

     — ¿Para qué? ¡Que nos acabe de una vez!. Ya se llevó todo, todo. La última esperanza, la última ilusión.Tenía razón el pastor, en definitiva  volvemos al polvo.

El otro asintió con la cabeza, pensativo. Pasaron unos minutos antes que respondiera:

 —¿Volvemos? ¡El polvo viene a buscarnos!

Cambiaron levemente de postura, el de la derecha se acodó en el tronco, el otro le pasó un brazo sobre el hombro, como cuando eran niños. Escudriñaron la oscuridad. En la lejanía se había formado la tormenta de tierra más amenazante que hubieran visto, se acercaba a velocidad de locomotora y con el mismo estruendo.La tierra era roja, pero desde que La Oscuridad se había cernido sobre la Tierra, conocían los mil matices del negro.

Primero fue el calor, después la sequía. La sequía acabó con la vegetación y entonces los vientos reinaron. Sin humedad y sin obstáculos levantaron la tierra en torbellinos, alimentados por el propio suelo desmenuzado en partículas. Trombas, tornados, huracanes secos. El aire se llenó de polvo y el polvo tapó el sol.  La falta de luz mató lo poco verde que quedaba. Los herbívoros sucumbieron primero, algo más tarde, los demás. Y vino el frío.

 

              Las voces e imágenes de su niñez jugaban a las escondidas en sus memorias: la planicie verdeaba de trigo. Todavía hacía frío en las mañanas esas, en las que su padre los levantaba, uno en cada brazo, para mostrarles los brotes nuevos y los devolvía a la tibieza de la cama, despeinándolos. “Tienes el pelo del color del trigo”, le decía a un hermano, “ y tú, del de la miel”, al otro.  Después, cuando el mar dorado ya ondulaba de espigas,  hacía calor.  Trepados a la rama baja del eucalipto, con el brazo del mayor en los hombros del más chico, igual que ahora admiraban la transformación del campo. Hasta que alguno lanzaba el desafío y descolgándose del árbol correteaban entre el cereal más alto que ellos y adivinaban la presencia del otro por el roce de los tallos al mecerse. El padre rezongaba tibiamente por las espigas aplastadas. Buenos tiempos, amor, buenas cosechas.

“Todo esto será de ustedes algún día. La tierra no falla, espérenla. Cómo iba a imaginarse, el viejo, que las cosas cambiarían para siempre!

 

Ahora, ni miel ni trigo: los dos tenían los cabellos blancos y la cara reticulada por  surcos de preocupación e intemperie. Llegó el agujero de ozono y algunos se cuidaron la piel; pero no ellos, que respiraban sol y ráfagas de eucalipto. La tierra se recalentó. Ellos, recordando a su viejo, esperaron. Cuando se resignaron que el trigo no se daba ni daría más, ni ningún otro cultivo, criaron chivos; al final, para sobrevivir, cazaron. Cazaron cualquier cosa capaz de subsistir en esa tierra agostada, resquebrajada por el sol impiadoso y por los vientos que barrían su capa fértil, como una ancianidad prematura que quitaba la capacidad de procrear.Tiempo después reinó La Oscuridad.

Y el polvo de todos los desiertos se llevó a los dos últimos australianos.

 

martes, 7 de septiembre de 2021

 (Carta a quien pueda leerla - por Silvy)

Hola.

Nunca sé cómo empezar una carta. Será que me desacostumbré a escribirlas y ahora descubro que es el único medio que me queda para ser escuchada.

No quedaron lápices, ni plumas, ni crayones… nada. No hay carbonilla, ni hojas de ningún tipo. Los libros desaparecieron en hogueras para calentarnos.

Puse una dirección de mail de forma aleatoria porque no tengo ni idea si lo van a leer, ni quién ni cuándo.

Ya van más de mil días de encierro. Entiendo que en un principio fue necesario y, no lo niego, hasta cómodo, porque me sirvió para descansar de tanta gente desagradable con quien debía verme todo el tiempo. Pero ya no lo soporto, mi familia se fue desintegrando a medida que la convivencia se convirtió en obligatoria. Tantas palabras muertas en nuestros silencios eternos terminaron por ahogarnos. Ellos están por allí, no sé. Por suerte la casa es grande y no nos cruzamos. Además, tenemos que proteger cada posible entrada para que no entren los usurpadores.

Sí, ya sé… esto poco les puede importar a ustedes, o a ti… o a quien me lea. Aunque me parece que al menos podría quedar registrado lo que vivimos muchos; puede que sirva para la posteridad o para conocer cuáles son las consecuencias de actuar de la manera en que lo hicieron.

Saben, me miro en los espejos y no me reconozco. Se me encorvó la espalda, me crecieron las caderas de forma exorbitante. Las canas invadieron mi cabeza y no pude disimular más la vejez que me acosaba y de la cual venía escapando estoicamente.

Mis hijos envejecieron, no me hablan. Mi esposo, creo que murió cuando se rompió el último televisor a causa del estruendo impresionante que sacudió los muebles, rompió vidrios y estrujó nuestros sentidos. Morir es una forma de decir. Nuestra relación ya estaba muerta mucho antes de que nos obligaran a mirarnos todos los días, a comer juntos, a hablar de lo que nunca habíamos hablado.

¡Ustedes nos mintieron! Dijeron que iba a durar unos pocos días, después, unos pocos meses. Si nos hubiesen advertido de esta eternidad yo habría racionalizado mejor los alimentos. Habría medido los temas de conversación para que no se agotaran en 10 cenas. Habría comprado más cerillos, más pilas, más leña. ¡Pero no! Se dedicaron a extenderlo y ni siquiera nos dijeron que lo mejor era irse a tiempo. Como los López, nuestros vecinos, que cargaron su camioneta y salieron como rayos hacia ningún lugar.

Ahora acaban de avisar que se cortará la luz definitivamente, no tendremos forma de comunicarnos. Mis hijos viven por su celular pero al terminar las baterías tendré que despedirlos, como lo hice con mi marido. Solo me queda enviarles este pedido de auxilio. Necesitamos rescate. Yo necesito rescate. A ellos los perdí hace mucho, así que solo les pido, les suplico que nos vengan a buscar, que nos lleven donde podamos seguir como antes, sin hablarnos por estar ocupados y no por no querer, como ahora. Estamos en la calle Juarez 1203, Ciudad de la Paz. Solo ruego llegar a apretar ENTER antes de que nos dejen a oscuras y sin wif----------------------------------.

lunes, 6 de septiembre de 2021

La palabra es el elemento más mágico que conozco. Con ella puedo crear mundos, generar sentimientos, inventar momentos, parir hijos, descubrir lo impensado, declarar estados... infinidad de posibilidades.
La palabra estaba en mí antes de que yo la pronunciara. Y está en letras, miradas, canciones, oídos y silencios. 
Desde este espacio voy a compartirlas. Voy a tejer con ellas historias inventadas... o no. Porque no sé si lo que escribo nació de mi imaginación o de mis olvidos, de mis sentimientos o deseos. Lo que sí sé es que en cada narración seguramente encontrarán una parte de mí.
Soy Silvy Oli alias China, (como me decía papá) 


Segundos impensados (por Poppy)

Día 1

        Su mundo se había ido. Ahora estaban en uno nuevo, completamente distinto.

        La explosión atómica había devastado todo, dejando al planeta en ruinas.

        La visión del paisaje era desoladora. Donde antes abundaba el verde, ahora estaba inundado de color ocre. Donde antes había edificios, ahora se veía esqueletos de piedra ennegrecidos.

        Todo había cambiado. Todo, era todo.

        El número de habitantes había disminuido, y sólo se veían pequeños grupos dispersos y aislados. No había rastros del resto de los mortales, como así tampoco de cuerpos esparcidos por ahí. Simple o misteriosamente, habían desaparecido.

        Los hermanos se miraron nuevamente queriendo recibir del otro una respuesta a esta situación. Ninguno de los dos podía hacerlo. Sólo una mirada compasiva salía de sus semblantes.

        Ya habían caminado mucho tratando de encontrar algún lugar o a alguien, que pudiese explicar lo que estaban viviendo.

        Sus penurias fueron muchas: tuvieron que guarecerse en lugares inhabitables, comer alimentos enlatados y caducados, y usar la misma ropa sin poder asearse. También, aprendieron el arte de la autodefensa, ya que no todos los grupos con los que se cruzaron fueron amigables.

        Ahora regía el “sálvese quien pueda”.

                                               *****************

        La pareja adulta quedó inmovilizada al escuchar la estruendosa explosión seguida de un temblor aterrador.

        A manotazos se pudieron agarrar de lo primero que encontraron a mano, y así estuvieron hasta que pasó la sacudida y el ruido se apagó.

        Se miraron extrañados, y con el ceño fruncido empezaron a mirar hacia el exterior.

        Todo estaba igual. Nada había cambiado.

        Con paso ligero, llegaron a la puerta principal y salieron al jardín del frente. Allí se encontraron con otros vecinos que también miraban extrañados alrededor sin saber el porqué de la situación.

        Una vez pasados esos minutos de estupor, intentaron comunicarse con sus dos hijos, pero no había señal móvil. Estaban incomunicados.

        Sabían que en ese horario, ambos hijos estarían en la facultad, por lo que se subieron al automóvil y partieron raudamente hacia allí.

        Les extrañaba que no caminara ningún estudiante, por ello, desesperados empezaron a correr por los pasillos en busca de alguna autoridad, y la encontraron.

        Ésta estaba tan desorientada como ellos. No podía dar ninguna explicación, salvo que antes de la explosión, estaban todos realizando sus rutinas habituales, y que posteriormente, se habían desvanecido.

        No había quedado rastro del alumnado.

        A medida que iban llegando más padres y la policía estatal, todo se convertía en un caos.

        Esta última no daba abasto, ya que las denuncias por desaparición de adolescentes y jóvenes abarcaban un gran radio.

        La desesperación y la búsqueda frenética empezaron a poseer las mentes.

        Acorde pasaban los días y las semanas, se hacía más frustrante la búsqueda. Ya no había recoveco por donde mirar, puesto que todos buscaban a todos.

        El ímpetu empezó a mermar y con él las esperanzas.

                                         **************

        El científico, después de experimentar la sensación de triunfo, se restregó las manos, se recostó en la silla y empezó a reír.

        Daba vueltas en redondo, impulsándose con las piernas, llegando a tal frenesí, que el mareo lo alcanzó y tuvo que dejar que la inercia lo frenara.

        Sonriendo, se levantó y empezó a verificar todos los cálculos programados. El plan había salido exitosamente. Esto era un triunfo para la ciencia y le daba el poder para ser dios. Nadie lo iba a superar.

        Él sabía que con sólo presionar el botón verde y bajar las tres palancas plateadas, podía revertir todo lo hecho, por eso no le importó haber quedado en la dimensión equivocada.

        Su felicidad no fue eterna, ya que su estado emocional hizo que su organismo celular empezara a fallar.

        Se sentó, mareado y sin aire y con los ojos desorbitados y con una mano agarrándose la garganta, expiró.

        Su cuerpo inerte había quedado sentado enfrentado al espejo secundado por las múltiples pantallas de monitoreo, a la espera de alguien que lo encontrara en ese búnker secreto.

        Meses después…

        Los chicos seguían andando sin rumbo fijo, pues nadie les podía decir con exactitud en dónde se hallaba ese lugar en el que todos coincidían: Aguaclara.

        No figuraba en los mapas que se exhibían en las tiendas destrozadas. Nadie sabía el porqué, pero todos lo buscaban.

        Ellos, sentados sobre troncos caídos en medio del bosque, empezaron a preparar las armas precarias que utilizaban para alimentarse.

        Ya listos, comenzaron a agudizar los oídos. El crujido de algunas ramas no se había hecho esperar. Fue ahí que se alertaron y la vieron. La liebre husmeaba de un lado a otro buscando su alimento, sin saber el destino que la acechaba. Con un golpe certero en la cabeza, el animal cayó muerto.

        Ya con la panza llena, y luego de chuparse los dedos y limpiárselos contra las ropas, ambos hermanos se recostaron a descansar un poco. Tenían que emprender la marcha sin tardanza.

        No supieron cuánto tiempo estuvieron dormitando, pero se despertaron al sentir sobre sus mejillas el frío roce de un fusil.

        Los hicieron levantar sin miramientos, y con empujones los esposaron con cordeles gastados.

        Empezaron el interrogatorio seguido por golpes dados ante cada respuesta. Las piñas, las patadas, los cortes, los cigarrillos apagados sobre la piel, las tenazas que apretaban los dedos, los escupitajos y los tirones de pelo abundaban. Las palabras cargadas de maldad también mostraban el abuso.

        Estos eran los peligros que ellos habían estado esquivado durante tanto tiempo. No era el primero, pero cada uno de ellos los llenaba de odio y adrenalina, y les despertaba el instinto de supervivencia.

        La noche había llegado y con ella, la tranquilidad. Las estrellas iluminaban el firmamento y los pájaros nocturnos cantaban sus melodías.

        Sus caras estaban amoratadas y sangrantes, sus cuerpos adoloridos, y su respiración se había estabilizado.

        Sus miradas, a pesar de los dolores, hablaron y urdieron un plan para escapar.

        Aprovecharon la borrachera de sus jóvenes captores, y despacio empezaron a frotar la soga sobre los troncos de los árboles. Les resultaba difícil llegar a cortarla, más si cada tanto paraban al oír uno que otro ronquido. Al constatar que todo estaba bien, seguían con su tarea.

        Les llevó bastante tiempo, pero como aún no había amanecido, pudieron agarrar sus cosas, y retrocediendo, huyeron del lugar.

        Una vez lejos de allí, empezaron a correr y sólo descansaron cuando nuevamente oscureció.

        Exhaustos, llegaron a un lugar totalmente deshabitado. Buscando a tientas, encontraron una cueva tapada por la vegetación que les sirvió de refugio.

        Entraron en ella, prendieron la linterna y se hizo la luz. No había mucho para descubrir. Luego encendieron la fogata y el calor los abrigó. Entonces en ese momento, se recostaron y los inundó el sueño.

        Por la mañana, al sentir que la covacha se iluminaba, despertaron.

        Fue en ese momento que pudieron inspeccionar la guarida.

                                        ********************

        Los padres, a pesar del estado de ánimo desesperanzador que tenían, siguieron con la búsqueda.

        Contrataban a investigadores privados que iban rotando cuando se cortaba una pista y los resultados eran desalentadores.

        Recorrían lugares antes no buscados, abarcando así una vasta zona.

        Su búsqueda corría a la par que los agentes contratados. Los padres llegaban más lejos.

        Todo era un esfuerzo inútil. El dinero se iba cuan desborde caudaloso de agua, y los ánimos se disparaban sin rumbo.

        Fue en una de esas inspecciones que hallaron un cobertizo escondido entre la espesura del bosque. Estaba descuidado y deshabitado.

        Llamaron a la puerta por precaución, y no obtuvieron respuesta alguna; sólo el ruido de los pájaros los acompañaba.

        Entraron silenciosos al cobertizo.

                                        *********************

Hoy

        Los hermanos, abrieron la puerta camuflada entre las rocas, y se encontraron con una habitación totalmente equipada con tecnología de última generación.

        Habían hallado un laboratorio e intuyeron que éste era el porqué del misterio que nadie sabía.

        Se adentraron en él, y en el centro hallaron a una persona sentada frente a todo un panel de pantallas.

        Corrieron hacia el hombre y sólo encontraron un cuerpo en total estado de descomposición.

        Su frustración fue enorme. Sus esperanzas habían renacido fugazmente con ese descubrimiento y habían muerto con la confirmación del deceso.

        Miraron las pantallas y pudieron observar dos realidades opuestas; sobre la izquierda, veían el mundo actual y a la derecha, veían las imágenes que les regalaban el mundo anterior a la explosión. 

        Lo que les llamó la atención fueron las fechas indicadas en las pantallas. Todas coincidían.

        Poco tardaron en descubrir que había dos planos paralelos. Coexistían dos realidades distintas en el mismo tiempo cronológico.

        Después de tal sorpresa, empezaron a buscar a sus padres. Pudieron descubrirlos y la angustia se apoderó de ellos. ¿cómo podrían unir las dos realidades?

        Estaban frente a un panel lleno de teclas, botones y palancas. No sabían la función de cada cual. Otra vez la frustración fue a visitarlos. Otra vez la indecisión se coló en ellos.

        Se miraron, y gracias a su determinación, empezaron a tocar todo lo que veían, pero nada...todo seguía igual.  Ya habían probado con cada cosa que tenían a su alcance para unir los dos mundos.

        Cansados y frustrados, empezaron a llorar mientras miraban las pantallas de la derecha, mientras observaban el mundo de sus padres y el de ellos.

        Salieron de la guarida sin saber que las tres palancas plateadas y el botón verde que ellos buscaban estaban detrás del espejo central.

        Empezaron a caminar sin rumbo y desaparecieron del lugar. 

        Así se esfumaba la esperanza.

                                        *********************

           El desgastado matrimonio había encontrado todo ordenado y con una capa de polvo sobre cada superficie. Las telas de araña habían tomado posesión del lugar y se las veía por doquier.

        Caminaban cautos y mirando todo detalle.

        En una de ésas, vieron que de una moldura de la pared sobresalía una muesca fuera de lugar. La tocaron, y como un resorte, el panel dio lugar a una puerta corrediza que automáticamente se abrió.

        Lo que vieron los llenó de asombro.

        Se animaron, y entraron a un laboratorio con la más alta tecnología que ellos conocieran. A lo lejos, hallaron a un hombre sentado en una butaca.

        Sus palabras no eran recibidas por éste, pues los ignoraba. Enojados, llegaron junto a él y se dieron cuenta de que habían estado hablando con un cadáver. Ya no había vida en ese cuerpo. Las bacterias eran las únicas vivas y se dedicaban a trabajar en la descomposición.

        Frustrados siguieron mirando.

        Les llamó la atención el espejo que se encontraba en el centro de la pared, secundado en ambos lados por varias pantallas. En ellas se mostraban dos realidades.

        Su asombro, no podían ser contenido al ver la devastación que mostraban unas y la prosperidad que devolvían las otras.

        En eso, sus hijos aparecieron reflejados en una de las pantallas. Los vieron correr por la zona destruida y cazando para comer. La madre se llevó las manos a la boca queriendo ahogar un grito y el padre la abrazó.

        Hipnotizados con esas imágenes, los vieron por última vez entrar a una cueva.

        Al hacerlos en otro plano, se desesperaron y comenzaron a tocar toda tecla, toda palanca y todo botón que veían: nada fue el resultado.

        Frustrados, salieron de ahí sin saber que estuvieron a centímetros de cambiar la realidad.

        La tristeza los siguió acompañando mientras abandonaban el lugar para siempre. 

 

Pájaros de metal (por Patricia F)

 Cuando se enciende el motor y la hélice empieza a girar, se genera esa adrenalina previa al vuelo.

Dar potencia y comenzar a carretear, cada vez más acelerado hasta dejar de tocar la pista y elevarse con la fuerza y alegría de las aves, sentirse libre, ver el mundo desde otra perspectiva, desde esas alturas donde todo se convierte en figuras geométricas perfectamente identificables y que desde la planicie del suelo no se distinguen.

Cuadrados, rectángulos, círculos... curvas y rectas, figuras perfectas creadas por la mano del hombre, realmente perfectas, que sin esta mágica visión aérea no se aprecia.

Los automóviles, la gente, pequeñas hormigas de colores, que en sus caminos de asfalto cargan sus historias.

Pero lo verdaderamente hermoso, es volar sobre los campos, las montañas, el río o el mar.

Ese río sereno, ancho, marrón, con la costa perfectamente recortada en la caprichosa forma que la naturaleza le dibujó; y más al sur, la línea divisoria de aguas, contraste de marrón y celeste-verdoso, allá donde se fusiona con el mar.


Así es la naturaleza, libre en sus formas y paleta de colores; planicies, elevaciones, magia desde el aire.

Lo más bello para mí, la majestuosa Cordillera de los Andes, esas altas cumbres de nieves eternas y pequeños espejos de agua ocultos, laderas escarpadas, acantilados profundos, la sensación de tenerlos al alcance de la mano.

Allá a lo lejos un poco más abajo un cóndor, emoción a flor de piel.

Realmente, son mágicas las montañas,  encierran secretos milenarios, glaciares, eternas sepulturas de algún aventurero desprevenido, que desafiando su poder se animó a adentrarse en sus entrañas.

La magia de volar, de sentirse libre, con tus pensamientos y reflexiones, ver pasar tu vida mientras tus ojos reflejan el paisaje y por momentos estar a la altura de los pájaros y por momentos más alto en tre nubes.

Perspectiva maravillosa del mundo, sentirse muy libre, estar libre...


domingo, 5 de septiembre de 2021

Puepermont, un lugar perdido (por Poppy)

             Por lo general algunas casas antiguas tienen su leyenda.

            Pues, así las cosas, éste es el caso de un pequeño pueblo perdido entre las montañas escarpadas de los Alpes. Puepermont.

            Sus casas bajas de paredes arcillosas y con techos de teja pizarra, forman un círculo perfecto alrededor del aljibe, que con varios siglos en su haber, corona la pequeña y única plaza del lugar.

            Dicen que de esa antigüedad, salen las almas errantes a buscar su hogar.

            Cuentan que por las noches, los habitantes se guardan en sus casas y ni osan correr las cortinas para mirar hacia la oscuridad. Solo esas almas perdidas son las únicas que se atreven a dar un paseo nocturno.

            Son ellas las que con sus murmullos, sus llantos, sus golpes y sus pasos se hacen escuchar para que las guíen hacia su destino.

            Señalan que, hace unos años, un forastero recién llegado a Puepermont se aventuró a disfrutar de la noche y fue sorprendido por almas errantes que le causaron tal pavor que llegó a perderse y se lo encontró en posición fetal entre unos arbustos, con la mirada perdida y su pelo totalmente emblanquecido. 

            También, dicen que el desdichado tuvo por morada final un manicomio en donde rogó que nunca apagasen la luz, sin darse cuenta de que con eso no evitaba que su ida se extinguiera de a poco.

            ¿Quiénes son esas ánimas?

Es uno de los tantos interrogantes que anoté en mi libreta.

Los habitantes de Puepermont afirman que son las almas de aquellas personas que, al morirse, no quisieron abandonar el lugar en donde habitaron. Unos piensan que les quedó alguna cuestión pendiente, otros dicen que se perdieron en el camino al más allá, y pocos alegan que su sola existencia se debe al haber tenido una muerte trágica.

Los visitantes dicen que es todo una fantasía de las mentes aburridas de los pueblerinos.

            Pero hete aquí, que me tocó a mí experimentar un encuentro cercano con algunas de ellas.

            Era mi primera visita a Puepermont para estudiar el caso paranormal que tanto me fascina, y como encargado de la editorial de la sección "curiosidades" del diario El Portavoz de mi ciudad, tenía que escribir al respecto.

            Llegué una mañana de primavera, en donde todo presagiaba normalidad, pues las personas iban y venían como si nada las perturbara.

            Me acomodé en el único hotel familiar del lugar, y salí a recorrer con mi libreta en mano. Las calles eran de tierra, a las cuales le habían tirado una capa de piedritas para mejorar su estado y hacerlas más transitables. Las zanjas, a sus costados, delimitaban las veredas de pasto que le daban un toque pintoresco al lugar.

            Como el pueblo no era muy extenso, y yo ya había merodeado por los alrededores, me propuse a encontrar testimonios. Con mi entusiasmo, emprendí la caminata laboral.

            ¡Imposible! Todos esquivaban la respuesta. Todos cortaban la conversación, alegando una excusa vana y me dejaban solo con mi grabadora en mano y la cinta corriendo.

            Caída la noche, y más perdido que perro en cancha de bochas, salí a dar vueltas por la pequeña plaza del lugar, que solo unos pocos faroles iluminaban, pues nada me hacía indicar que la leyenda fuese cierta; era solo un mito.

Pasado un cuarto de hora, y entre mis Chesterfield y mis pensamientos sombríos sobre el fracaso de mi artículo, empecé a escuchar pasos que se acercaban hacia mí. Giré la cabeza y ahí, la ví a ella. Era una mujer de pelo muy largo y blanco, vestida del mismo color que su cabello y de falda tan larga como este mismo.

Me miraba.

Nada dijo, solo me miraba.

En un santiamén, saqué la máquina de fotos que tenía colgada de mi cuello, y disparé. El flash me encegueció y quedé solo. La figura blanca impoluta se había ido.

Ansioso por ir a revelar la foto, pegué la vuelta y me topé cara a cara con un hombres vestido de frac de color negro portando una galera de igual tono. Su bigote de corte extraño y color blanco como la nieve, enmarcaba su cara. También me miraba.

De repente, escuché golpes y pasos lejanos que se iban acercando, y el susurro de la voz que provenía del hombre que me decía: -¡Huye, ponte a salvo ya! ¡Huye, ponte a salvo ya!

Sorprendido, y sin pensarlo dos veces, comencé a caminar a paso ligero hacia la posada ubicada en la esquina, y entré como una saeta al vestíbulo. Temblando de miedo y de emoción, y a pura adrenalina, subí hacia el dormitorio y me acerqué a la ventana. Al correr la cortina, aprecié cómo esas almas en pena, esas almas errantes, se juntaban alrededor del aljibe buscando con su mirada, el lugar correcto al que ellas llamaban su hogar.

            Ya entrada el alba, vi cómo, una a una, desaparecían.

Entonces cerré las cortinas, me acosté en la cama y me dormí.-

Se presenta Daktari

 Holaa. Soy Daktari, amante de la escritura, la lectura y los animales. Soy Veterinaria de profesión y Escritora por vocación.  realicé  varios talleres y un posgrado de Periodismo Científico. Mis escritos son cuentos, mitad realidad mitad ficción y me gustan todos los géneros literarios. He ganado algunas menciones como finalista y semifinalista y un premio en un certamen en la Biblioteca Nacional. integro este blog , espero les gusten lasa historias.  ESpero sus comentarios!!

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...