Día 1
Su mundo se había ido. Ahora estaban en uno nuevo,
completamente distinto.
La explosión atómica había devastado todo, dejando al
planeta en ruinas.
La visión del paisaje era desoladora. Donde antes abundaba
el verde, ahora estaba inundado de color ocre. Donde antes había edificios,
ahora se veía esqueletos de piedra ennegrecidos.
Todo había cambiado. Todo, era todo.
El número de habitantes había disminuido, y sólo se veían
pequeños grupos dispersos y aislados. No había rastros del resto de los
mortales, como así tampoco de cuerpos esparcidos por ahí. Simple o
misteriosamente, habían desaparecido.
Los hermanos se miraron nuevamente queriendo recibir del
otro una respuesta a esta situación. Ninguno de los dos podía hacerlo. Sólo una
mirada compasiva salía de sus semblantes.
Ya habían caminado mucho tratando de encontrar algún lugar o
a alguien, que pudiese explicar lo que estaban viviendo.
Sus penurias fueron muchas: tuvieron que guarecerse en
lugares inhabitables, comer alimentos enlatados y caducados, y usar la misma
ropa sin poder asearse. También, aprendieron el arte de la autodefensa, ya que
no todos los grupos con los que se cruzaron fueron amigables.
Ahora regía el “sálvese quien pueda”.
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La pareja adulta quedó inmovilizada al escuchar la
estruendosa explosión seguida de un temblor aterrador.
A manotazos se pudieron agarrar de lo primero que
encontraron a mano, y así estuvieron hasta que pasó la sacudida y el ruido se
apagó.
Se miraron extrañados, y con el ceño fruncido empezaron a
mirar hacia el exterior.
Todo estaba igual. Nada había cambiado.
Con paso ligero, llegaron a la puerta principal y salieron
al jardín del frente. Allí se encontraron con otros vecinos que también miraban
extrañados alrededor sin saber el porqué de la situación.
Una vez pasados esos minutos de estupor, intentaron
comunicarse con sus dos hijos, pero no había señal móvil. Estaban
incomunicados.
Sabían que en ese horario, ambos hijos estarían en la
facultad, por lo que se subieron al automóvil y partieron raudamente hacia
allí.
Les extrañaba que no caminara ningún estudiante, por ello,
desesperados empezaron a correr por los pasillos en busca de alguna autoridad,
y la encontraron.
Ésta estaba tan desorientada como ellos. No podía dar
ninguna explicación, salvo que antes de la explosión, estaban todos realizando
sus rutinas habituales, y que posteriormente, se habían desvanecido.
No había quedado rastro del alumnado.
A medida que iban llegando más padres y la policía estatal,
todo se convertía en un caos.
Esta última no daba abasto, ya que las denuncias por
desaparición de adolescentes y jóvenes abarcaban un gran radio.
La desesperación y la búsqueda frenética empezaron a poseer
las mentes.
Acorde pasaban los días y las semanas, se hacía más
frustrante la búsqueda. Ya no había recoveco por donde mirar, puesto que todos
buscaban a todos.
El ímpetu empezó a mermar y con él las esperanzas.
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El científico, después de experimentar la sensación de
triunfo, se restregó las manos, se recostó en la silla y empezó a reír.
Daba vueltas en redondo, impulsándose con las piernas,
llegando a tal frenesí, que el mareo lo alcanzó y tuvo que dejar que la inercia
lo frenara.
Sonriendo, se levantó y empezó a verificar todos los
cálculos programados. El plan había salido exitosamente. Esto era un triunfo
para la ciencia y le daba el poder para ser dios. Nadie lo iba a superar.
Él sabía que con sólo presionar el botón verde y bajar las
tres palancas plateadas, podía revertir todo lo hecho, por eso no le importó
haber quedado en la dimensión equivocada.
Su felicidad no fue eterna, ya que su estado emocional hizo
que su organismo celular empezara a fallar.
Se sentó, mareado y sin aire y con los ojos desorbitados y
con una mano agarrándose la garganta, expiró.
Su cuerpo inerte había quedado sentado enfrentado al espejo
secundado por las múltiples pantallas de monitoreo, a la espera de alguien que
lo encontrara en ese búnker secreto.
Meses después…
Los chicos seguían andando sin rumbo fijo, pues nadie les
podía decir con exactitud en dónde se hallaba ese lugar en el que todos
coincidían: Aguaclara.
No figuraba en los mapas que se exhibían en las tiendas
destrozadas. Nadie sabía el porqué, pero todos lo buscaban.
Ellos, sentados sobre troncos caídos en medio del bosque,
empezaron a preparar las armas precarias que utilizaban para alimentarse.
Ya listos, comenzaron a agudizar los oídos. El crujido de
algunas ramas no se había hecho esperar. Fue ahí que se alertaron y la vieron.
La liebre husmeaba de un lado a otro buscando su alimento, sin saber el destino
que la acechaba. Con un golpe certero en la cabeza, el animal cayó muerto.
Ya con la panza llena, y luego de chuparse los dedos y
limpiárselos contra las ropas, ambos hermanos se recostaron a descansar un
poco. Tenían que emprender la marcha sin tardanza.
No supieron cuánto tiempo estuvieron dormitando, pero se
despertaron al sentir sobre sus mejillas el frío roce de un fusil.
Los hicieron levantar sin miramientos, y con empujones los
esposaron con cordeles gastados.
Empezaron el interrogatorio seguido por golpes dados ante
cada respuesta. Las piñas, las patadas, los cortes, los cigarrillos apagados
sobre la piel, las tenazas que apretaban los dedos, los escupitajos y los
tirones de pelo abundaban. Las palabras cargadas de maldad también mostraban el
abuso.
Estos eran los peligros que ellos habían estado esquivado
durante tanto tiempo. No era el primero, pero cada uno de ellos los llenaba de
odio y adrenalina, y les despertaba el instinto de supervivencia.
La noche había llegado y con ella, la tranquilidad. Las
estrellas iluminaban el firmamento y los pájaros nocturnos cantaban sus
melodías.
Sus caras estaban amoratadas y sangrantes, sus cuerpos
adoloridos, y su respiración se había estabilizado.
Sus miradas, a pesar de los dolores, hablaron y urdieron un
plan para escapar.
Aprovecharon la borrachera de sus jóvenes captores, y
despacio empezaron a frotar la soga sobre los troncos de los árboles. Les
resultaba difícil llegar a cortarla, más si cada tanto paraban al oír uno que
otro ronquido. Al constatar que todo estaba bien, seguían con su tarea.
Les llevó bastante tiempo, pero como aún no había amanecido,
pudieron agarrar sus cosas, y retrocediendo, huyeron del lugar.
Una vez lejos de allí, empezaron a correr y sólo descansaron
cuando nuevamente oscureció.
Exhaustos, llegaron a un lugar totalmente deshabitado.
Buscando a tientas, encontraron una cueva tapada por la vegetación que les
sirvió de refugio.
Entraron en ella, prendieron la linterna y se hizo la luz.
No había mucho para descubrir. Luego encendieron la fogata y el calor los
abrigó. Entonces en ese momento, se recostaron y los inundó el sueño.
Por la mañana, al sentir que la covacha se iluminaba,
despertaron.
Fue en ese momento que pudieron inspeccionar la guarida.
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Los padres, a pesar del estado de ánimo desesperanzador que
tenían, siguieron con la búsqueda.
Contrataban a investigadores privados que iban rotando
cuando se cortaba una pista y los resultados eran desalentadores.
Recorrían lugares antes no buscados, abarcando así una vasta
zona.
Su búsqueda corría a la par que los agentes contratados. Los
padres llegaban más lejos.
Todo era un esfuerzo inútil. El dinero se iba cuan desborde
caudaloso de agua, y los ánimos se disparaban sin rumbo.
Fue en una de esas inspecciones que hallaron un cobertizo
escondido entre la espesura del bosque. Estaba descuidado y deshabitado.
Llamaron a la puerta por precaución, y no obtuvieron
respuesta alguna; sólo el ruido de los pájaros los acompañaba.
Entraron silenciosos al cobertizo.
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Hoy
Los hermanos, abrieron la puerta camuflada entre las rocas,
y se encontraron con una habitación totalmente equipada con tecnología de
última generación.
Habían hallado un laboratorio e intuyeron que éste era el
porqué del misterio que nadie sabía.
Se adentraron en él, y en el centro hallaron a una persona
sentada frente a todo un panel de pantallas.
Corrieron hacia el hombre y sólo encontraron un cuerpo en
total estado de descomposición.
Su frustración fue enorme. Sus esperanzas habían renacido
fugazmente con ese descubrimiento y habían muerto con la confirmación del
deceso.
Miraron las pantallas y pudieron observar dos realidades
opuestas; sobre la izquierda, veían el mundo actual y a la derecha, veían las
imágenes que les regalaban el mundo anterior a la explosión.
Lo que les llamó la atención fueron las fechas indicadas en
las pantallas. Todas coincidían.
Poco tardaron en descubrir que había dos planos paralelos.
Coexistían dos realidades distintas en el mismo tiempo cronológico.
Después de tal sorpresa, empezaron a buscar a sus padres.
Pudieron descubrirlos y la angustia se apoderó de ellos. ¿cómo podrían unir las
dos realidades?
Estaban frente a un panel lleno de teclas, botones y
palancas. No sabían la función de cada cual. Otra vez la frustración fue a
visitarlos. Otra vez la indecisión se coló en ellos.
Se miraron, y gracias a su determinación, empezaron a tocar
todo lo que veían, pero nada...todo seguía igual. Ya habían probado con cada cosa que tenían a
su alcance para unir los dos mundos.
Cansados y frustrados, empezaron a llorar mientras miraban
las pantallas de la derecha, mientras observaban el mundo de sus padres y el de
ellos.
Salieron de la guarida sin saber que las tres palancas
plateadas y el botón verde que ellos buscaban estaban detrás del espejo
central.
Empezaron a caminar sin rumbo y desaparecieron del
lugar.
Así se esfumaba la esperanza.
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El desgastado matrimonio había encontrado todo ordenado y
con una capa de polvo sobre cada superficie. Las telas de araña habían tomado
posesión del lugar y se las veía por doquier.
Caminaban cautos y mirando todo detalle.
En una de ésas, vieron que de una moldura de la pared
sobresalía una muesca fuera de lugar. La tocaron, y como un resorte, el panel
dio lugar a una puerta corrediza que automáticamente se abrió.
Lo que vieron los llenó de asombro.
Se animaron, y entraron a un laboratorio con la más alta
tecnología que ellos conocieran. A lo lejos, hallaron a un hombre sentado en
una butaca.
Sus palabras no eran recibidas por éste, pues los ignoraba.
Enojados, llegaron junto a él y se dieron cuenta de que habían estado hablando
con un cadáver. Ya no había vida en ese cuerpo. Las bacterias eran las únicas
vivas y se dedicaban a trabajar en la descomposición.
Frustrados siguieron mirando.
Les llamó la atención el espejo que se encontraba en el
centro de la pared, secundado en ambos lados por varias pantallas. En ellas se
mostraban dos realidades.
Su asombro, no podían ser contenido al ver la devastación
que mostraban unas y la prosperidad que devolvían las otras.
En eso, sus hijos aparecieron reflejados en una de las
pantallas. Los vieron correr por la zona destruida y cazando para comer. La
madre se llevó las manos a la boca queriendo ahogar un grito y el padre la
abrazó.
Hipnotizados con esas imágenes, los vieron por última vez
entrar a una cueva.
Al hacerlos en otro plano, se desesperaron y comenzaron a
tocar toda tecla, toda palanca y todo botón que veían: nada fue el resultado.
Frustrados, salieron de ahí sin saber que estuvieron a
centímetros de cambiar la realidad.
La tristeza los siguió acompañando mientras abandonaban el
lugar para siempre.