Por lo general algunas casas antiguas tienen su leyenda.
Pues, así las cosas, éste es el caso de un pequeño pueblo
perdido entre las montañas escarpadas de los Alpes. Puepermont.
Sus
casas bajas de paredes arcillosas y con techos de teja pizarra, forman un
círculo perfecto alrededor del aljibe, que con varios siglos en su haber,
corona la pequeña y única plaza del lugar.
Dicen que de esa antigüedad, salen las almas errantes a
buscar su hogar.
Cuentan que por las noches, los habitantes se guardan en
sus casas y ni osan correr las cortinas para mirar hacia la oscuridad. Solo
esas almas perdidas son las únicas que se atreven a dar un paseo nocturno.
Son ellas las que con sus murmullos, sus llantos, sus
golpes y sus pasos se hacen escuchar para que las guíen hacia su destino.
Señalan que, hace unos años, un forastero recién llegado
a Puepermont se aventuró a disfrutar de la noche y fue sorprendido por almas
errantes que le causaron tal pavor que llegó a perderse y se lo encontró en
posición fetal entre unos arbustos, con la mirada perdida y su pelo totalmente
emblanquecido.
También, dicen que el desdichado tuvo por morada final un
manicomio en donde rogó que nunca apagasen la luz, sin darse cuenta de que con
eso no evitaba que su ida se extinguiera de a poco.
¿Quiénes son esas ánimas?
Es uno de los
tantos interrogantes que anoté en mi libreta.
Los habitantes
de Puepermont afirman que son las almas de aquellas personas que, al morirse, no
quisieron abandonar el lugar en donde habitaron. Unos piensan que les quedó
alguna cuestión pendiente, otros dicen que se perdieron en el camino al más
allá, y pocos alegan que su sola existencia se debe al haber tenido una muerte
trágica.
Los visitantes
dicen que es todo una fantasía de las mentes aburridas de los pueblerinos.
Pero hete aquí, que me tocó a mí experimentar un
encuentro cercano con algunas de ellas.
Era mi primera visita a Puepermont para estudiar el caso
paranormal que tanto me fascina, y como encargado de la editorial de la sección
"curiosidades" del diario El Portavoz de mi ciudad, tenía que
escribir al respecto.
Llegué una mañana de primavera, en donde todo presagiaba
normalidad, pues las personas iban y venían como si nada las perturbara.
Me acomodé en el único hotel familiar del lugar, y salí a
recorrer con mi libreta en mano. Las calles eran de tierra, a las cuales le
habían tirado una capa de piedritas para mejorar su estado y hacerlas más transitables.
Las zanjas, a sus costados, delimitaban las veredas de pasto que le daban un
toque pintoresco al lugar.
Como el pueblo no era muy extenso, y yo ya había merodeado por los alrededores, me propuse a encontrar testimonios. Con mi entusiasmo, emprendí la caminata laboral.
¡Imposible! Todos esquivaban la respuesta. Todos cortaban la conversación, alegando una excusa vana y me dejaban solo con mi grabadora en mano y la cinta corriendo.
Caída la noche, y más perdido que perro en cancha de
bochas, salí a dar vueltas por la pequeña plaza del lugar, que solo unos pocos
faroles iluminaban, pues nada me hacía indicar que la leyenda fuese cierta; era
solo un mito.
Pasado un cuarto
de hora, y entre mis Chesterfield y mis pensamientos sombríos sobre el fracaso
de mi artículo, empecé a escuchar pasos que se acercaban hacia mí. Giré la
cabeza y ahí, la ví a ella. Era una mujer de pelo muy largo y blanco, vestida del
mismo color que su cabello y de falda tan larga como este mismo.
Me miraba.
Nada dijo, solo
me miraba.
En un
santiamén, saqué la máquina de fotos que tenía colgada de mi cuello, y
disparé. El flash me encegueció y quedé solo. La figura blanca impoluta se
había ido.
Ansioso por ir a
revelar la foto, pegué la vuelta y me topé cara a cara con un hombres vestido
de frac de color negro portando una galera de igual tono. Su bigote de corte
extraño y color blanco como la nieve, enmarcaba su cara. También me miraba.
De repente, escuché
golpes y pasos lejanos que se iban acercando, y el susurro de la voz que
provenía del hombre que me decía: -¡Huye, ponte a salvo ya! ¡Huye, ponte a
salvo ya!
Sorprendido, y sin
pensarlo dos veces, comencé a caminar a paso ligero hacia la posada ubicada en
la esquina, y entré como una saeta al vestíbulo. Temblando de miedo y de
emoción, y a pura adrenalina, subí hacia el dormitorio y me acerqué a la
ventana. Al correr la cortina, aprecié cómo esas almas en pena, esas almas
errantes, se juntaban alrededor del aljibe buscando con su mirada, el lugar
correcto al que ellas llamaban su hogar.
Ya entrada el alba, vi cómo, una a una, desaparecían.
Entonces cerré
las cortinas, me acosté en la cama y me dormí.-
Wow, me encantó!
ResponderBorrarPatada en la cabeza para los incrédulos, cómo yo! Ay voy a curarme el chichón.
ResponderBorrarAplausos
Muy bueno Poppi, me encanto. Rosana
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