Es la segunda vez que "El Demiurgo de Hurlingham" me desafía (no sólo a mi, sino a todos los que escribimos el relato juevero), a darle voz y participación a uno de sus personajes. Esta vez, me encantó
participar y crear una historia para esta actriz voluptuosa y desesperada.
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Quién puede explicar cuál es la mochila más pesada: ¿La belleza
extrema o la fealdad incorregible? Sostener ese peso puede convertirse en una
catarata de lava hiriente, capaz de
enloquecer hasta al más coherente de los mortales, a no ser que ambos extremos
también posean una inteligencia envidiable.
Así fue que con el peso de su belleza extrema cargado en sus omóplatos perfectos, Regina
Clamor partió muy temprano hacia el set de filmación. Una punzante carraspera
le lastimaba la garganta. Necesitaba pasar por la farmacia para proveerse de
esos masticables que suelen aminorar el dolor, pero no estaba aún abierto el
local, así que siguió camino sin dejar de repasar la letra que había tenido que
estudiar por días para poder hacer ese papel diferente – sabía que la memoria y
la interpretación no eran lo suyo - unos pasos más y llegaría hasta el auto. No
recordaba muy bien dónde lo había dejado estacionado. Miró hacia uno y otro
lado, de norte a sur, de este a oeste, pero no podía encontrar el vehículo. No
quería darse cuenta de la catástrofe, hasta que Don Pedro, el portero, le vomitó la terrible verdad: “se lo llevaron tipo cinco de la mañana.
Tendrá que retirarlo y pagar el acarreo”.
El dinero no era un problema, además, si no le hubiese alcanzado, sabía
que con una sonrisa y simplemente
agacharse a buscar algo en el piso, dejaría expuesto el surco que formaban sus
pechos y al instante, su billetera volvería a tener algo de cambio para
llevarse el auto. El problema era el tiempo, el tiempo que faltaba para que
comenzase el casting para la única película en su vida en la que no debería ni
mostrar el cuerpo, ni hacer guarangadas frente a la cámara.
Bien sabido es que una de sus más valiosas dotes es su
estruendoso grito, lo intentó: abrió muy grande sus fauces, esforzó hasta el
dolor agudo sus cuerdas vocales, pero la voz se le había escondido en lo
profundo de la garganta. Había quedado apretada entre los dientes, escondida
debajo de su lengua, agazapada en las amígdalas y no había forma de que saliese.
– Ni gritar de indignación pudo…
Regina Clamor, la espectacular actriz que gozaba de una
insuperable belleza extrema, estaba perdiendo una de las pocas oportunidades de
demostrar que no sólo era una bolsa de carne muy bien distribuida, abultada en
los lugares exactos y magra en aquellos que debían de hacerla parecer una dulce
guitarra bien afinada a punto de ser tocada para que suenen enloquecedoras
melodías.
Regina Clamor estaba perdiendo la oportunidad de su vida,
por una distracción, por la dejadez de prestar atención y saber dónde podía o
no estacionar el auto; tal vez por inconciencia, tal vez, porque las miradas
lánguidas de los viejos que imaginaban aventuras cuando la veían descender del
auto, en el fondo le provocaban placer, porque el deseo extremo que su paso por
la vereda provocaba, la excitaba y
enardecía. Ese día supo, que jamás
dejaría de cargar la mochila de la belleza extrema, que su destino era
continuar mostrando su exterior, porque alguna vez creyó que alimentar el
interior, no le sería beneficioso…pero el tiempo pasa, y así como las páginas
de los libros se tornan amarillas, la perfección de los cuerpos descienden en
pendiente y uno queda así, afónico de tristeza.
Rosana