Hola a todos: hoy paso a contarles algo maravilloso que me está pasando y que todavía no puedo creer. Escribo desde la adolescencia pero siempre con el ánimo de expresarme y no de ganar premios. pero he aquí que esta semana pasada abrí mi mail y había ganado en dos concursos simultanemente a los que me había presentado. Así que me proponen publicar mis relatos en dos libros diferentes. Quiero dejarle aquí la carta que recibí de la editorial.
Y ahora quiero compartirle uno de los relatos ganadores. Denle mucho amor.
¡Qué
loco esto de escribir lo que los objetos en casa pudieran decirnos! Voy en el tren, yendo a trabajar y entre
tiempo y tiempo, mi mente comenzó a
buscar entre todos los objetos que hay en casa, que son muchos por cierto.
“Cuando llegue a casa veré”
Pero, enseguida recordé la vieja tijera de mi abuela. Ahí está, esa es la que
debe tener mucho que contar. Más de cien años de historias.
Tarde entré a casa, charla, cena,
sobremesa y después ese ratito que me tomo para mí.
Fui por la tijera. En algún armario debe estar.
No fue difícil encontrarla. La tomé en mis manos, la acaricié y la besé. Como
acariciar las manos de mi abuela que tantas veces la usaron. Entonces, como
pasando a otra dimensión una luz comenzó a salir de los ojos de la tijera. Luz,
luz, luz, círculos concéntricos que comenzaron a iluminar toda la habitación,
Cuando levanté mis ojos allí estaba
aquella mujer con sus ropas de gaza blanca moviéndose al compás de la luz, sus
cabellos renegridos cayendo sobre sus hombros y una enorme sonrisa, con sus
ojos dulces que me miraban penetrantes…
-Y tú quién eres- pregunté
-El alma dentro de esa tijera
que de tanto en tanto acaricias- Me dijo.
No podía creer lo que mis ojos
veían, lo que mis oídos escuchaban. Quedé perpleja ante su presencia, entonces
comenzó a hablar.
-Estás buscando historias. Yo
voy a contarte parte de la mía. “Corría
el año 1890, allá por el milenio anterior, muchos, muchos años atrás. El nombre
de mi dueña era Girolama. Ella cosía y cosía. Remendaba y remendaba para que
todo durara más. Era época de pobreza casi extrema, tiempos duros que obligaban
a cuidar y reutilizar.
Por
ahí correteaba Eli, la pequeña de la casa, que jugaba alrededor de su abuela
mientras su madre iba al río a lavar la ropa.
Eli siempre tenía una sonrisa y con sus
pasitos todavía inseguros llenaba de alegría la casa. Cuando fue creciendo, muy
de a poco, Girolama le enseñó el oficio de las mujeres de su familia
“filatrice”. Entonces, me empezó a usar. Al principio le costaba porque no soy
fácil de dominar y a sus manitas pequeñas les costaba bastante. Ya crecida fue
diferente, sus manos eran habilidosas y su trabajo de hilandería se convirtió
en maravilloso.
Mi dueña un día partió y Eli me llevó con
ella como un tesoro.
Seguí trabajando sin cambiar jamás de
tarea.
Eli se convirtió en una bella mujer con su
tez blanca como la nieve y llegó el momento de formar una familia. Ella se
había enamorado equivocadamente de su primo que sentía lo mismo. Ante la mirada
de lo que hubiese sido él decidió alejarse del pueblo para siempre.
Entonces, el amor quedó como algo
abstracto, platónico, inalcanzable.
Pero debía casarse. Allí apareció Michele.
Un hombre bueno, honesto y trabajador. Un hombre por el que no sentía pasión
pero que le daría seguridad.
Pidió su mano y su madre aceptó la
propuesta. Eli no tenía padre, había fallecido antes de que ella misma naciera.
El día de su compromiso, su suegra le
regaló una tijera”- Comenzó a caminar de un lado para el otro, iba
y venía. La sentía enojada- “¡Una tijera!, ¿entendés? Bella,
bellísima. Bañada en oro; con sus ojos con pájaros con brillantes. Cómo iba a
competir con semejante pieza. Yo sencilla, gastada, tosca, sin brillo y hasta
oxidada. Eli la guardaba en una caja especial envuelta en algodón. Yo dormía en
el costurero entre los hilos. Nunca entendí por qué la diferencia.
El tiempo transcurrió y la peor época
llegó y con ella la miseria que obligaba a los hombres a buscar nuevos
horizontes. Michele tomó la decisión de viajar a “la América”; tierra nueva de
oportunidades, donde encontraría un futuro mejor para su familia.
Allí quedó esperando noticias Eli. Las
cartas iban llegando con el dinero necesario para subsistir hasta que un día ya
no las recibió.
Yo la notaba angustiada, me apretaba para
cortar. Lloraba a solas. Yo la escuchaba. Ya no cantaba.
La angustia fue creciendo entonces, tomó
la determinación de partir con su pequeña hija en busca de su esposo.
Yo estaba preocupada. Había vendido toda
la bianquería pero no le alcanzaba para los dos pasajes. Yo estaba en el
costurero, de vacaciones obligadas y con la preocupación de perderla.
Entonces, Eli recordó la fina tijera de
los ojos con forma de pájaros. Era valiosa y le daría lo necesario para hacer
el viaje al Nuevo Mundo.
Era tarde, la espiaba por debajo de la
abertura de la tapa del costurero. Tomó su monedero y salió. Cuando regresó le
contó a su abuela que ya tenía el dinero para la travesía.
“Vendí
la tijera”
Sí, se
la había sacado de encima a ella, no a mí. Yo fui a parar a su bolso de mano con
el que subió al barco. Aquel bolso del que no se separó en todo el tiempo.
Entonces, yo. Ésta que vez acá parada
frente a vos vi crecer a su familia y volví a vivir a cada nueva prenda, en
cada remiendo. Yo formé parte de sus recuerdos más queridos, parte de su vida.
Y ahora formó parte de la tuya.
Historias para contar, montones. Cuando
quieras solamente me tenés que pedir y te las contaré. Y ahora vuelvo a mi
lugar, hasta que nos volvamos a encontrar”
Quedé ahí sentada cuando la luz desapareció
detrás de ella. Con algo nuevo para escribir, con una nueva historia para
compartir, con algo para emocionarme al pensar en todo el recorrido que
hicieron juntas en la vida, ella y mi abuela del alma. Cuántas alegrías,
cuántas lágrimas, cuánta pasión por la vida. Ahí volví a guardarla, pero esta
vez en un lugar seguro donde pueda encontrarla rápidamente para que pueda
volver a contarme alguna historia guardada en su memoria de metal.