viernes, 3 de marzo de 2023

Testigos de la historia. (Por Patricia F.)

 

En estos días que la inspiración me escapa y juega a las escondidas en mi cerebro, surgió este texto, producto de una reflexión solitaria en una tarde de mate y calor.


Testigos de la historia. (Por Patricia F.) 








En estos terribles calurosos días que estamos soportando por estos lares, trato de cumplir mis obligaciones fuera de casa en horarios tempranos para regresar lo más rápido posible a mi oasis y encerrarme en la fresca burbuja de casa. Siempre que no corten la luz es un paraíso. 

Aprovecho el auto encierro para hacer cosas que normalmente no hago, la cuestión que revisando papeles viejos encontré un par de cartas que escribí hace treinta años, nada más ni nada menos que treinta... Uf, sí que pasó rápido el tiempo. 

Me agarró un ataque de nostalgia. 

Llevábamos menos de un año de casados con mi esposo y el mismo tiempo viviendo en Venezuela por razones laborales, en esas cartas dirigidas a la familia les contábamos situaciones cotidianas que a esta altura uno ya ni recuerda. Mientras las leía pensaba en que son fieles testigos de una parte de nuestra historia, que gracias a ellas hemos podido rememorar situaciones, momentos que se van quedando perdidos en el camino de la memoria. 

Si parece que fue ayer cuando emprendimos este recorrido, como dirían algunos, pasó mucha agua bajo el puente... Me propuse buscar otras cartas, tengo tantas que he recibido de amigas, familia, la idea es reconstruir parte de la historia según sucedió en esos años de intensa correspondencia y no como la recuerda la mente en la actualidad con los giros y vericuetos de la misma. 

Recordar anécdotas, momentos, escribirlos, aunque nunca lleguen a ser libros, pero serán parte de la historia de los hijos, nietos. 

Ahora es todo tan “tecnológico” que los diálogos, las historias se borran tan rápido, como los mensajes de WhatsApp porque llenan la memoria del teléfono.  

Me emociona leer esas viejas cartas, tanto no cambió mi letra desde entonces, aunque ahora trato de volver a hacerla caligráfica, en ese tiempo (quizá por rebeldía a las monjas del colegio) dejé de escribir prolijo y lo mío era casi ilegible. 

Disculpen tanta cháchara a la que me llevaron estas esquelas, aunque a esta hora me pregunto si fueron ellas o el infierno de calor que me está quemando el cerebro estos días por Buenos Aires. 


Patricia F.

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