Concurso de relatos XXXII del Tintero de Oro, Edición cuentos macabros de Edgar Allan Poe, me inspiré en : el corazón delator.
Pesadilla. (Por Patricia F.)
Corría... Corría, desesperadamente, las avenidas se iban transformando en pequeñas callejuelas hasta convertirse en pasillos angostos y al final ese muro altísimo protegido por un cuervo de penetrantes ojos rojos, como brillantes rubíes, que amenazaba arrancarle los suyos, desmembrarlo y esparcir sus despojos por los aires.
Un grito ahogado, la respiración agitada que amenazaba con hacerle expulsar los pulmones por la boca, el cuerpo bañado en sudor, al igual que el colchón donde yacía.
Esa tremenda agonía que cada noche lo invadía, se colaba por sus venas en la sangre hasta ahogar su corazón, cerebro y cada órgano, transformándolo en una cosa burbujeante, horrorosa que emanaba el hedor de la muerte, tal era la angustia que difícilmente lograba volver a dormirse. Si de algo estaba seguro, era de que ya no quería cerrar sus ojos y entregarse al sueño, pues el espanto volvería.
Intentaba mantenerse despierto de mil maneras, hasta que irremediablemente los párpados cada vez más pesados se cerraban, dejando el camino despejado al visitante nocturno. Otra vez la calle angostándose, la repetición de imágenes, desesperación, la agonía final...
Necesitaba saber, averiguar el mensaje, qué sucedía; de todo intentó hasta la hipnosis, tomó pastillas, algunas drogas, alcohol, pero no podía escapar de su perseguidor.
Algo en su interior lo amedrentaba, lo mataba cada noche volviendo a repetir esa secuencia cada vez; algo sucedió que no podía rememorar, que cada noche le recordaba su pecado, la angustia cada vez mayor, sabía que era malo, que todo estaba mal, pero su mente en blanco se negaba a evocar.
Su delirio tenía un significado, había algo escondido detrás de él, necesitaba averiguarlo.
Esta vez voluntariamente se entregó al sueño, debía saber..., apareció la calle, comenzó a correr, el angosto pasillo y al fondo la silueta oscura del pájaro, frenó su carrera, comenzó a caminar a su encuentro para enfrentarlo, esta vez no huiría, necesitaba saber. A medida que se acercaba el ave se iba transformando, su pico abierto derivó en un par de cuernos enormes, su cuerpo adoptó la figura humana que lo doblaba en tamaño, sólo los ojos púrpura permanecían en su lugar, su aliento despedía vapores de muerte, azufre y cianuro se conjugaban, mientras que su carcajada lo iba atemorizando cada vez más, su mente le ordenaba que siguiera avanzando, debía llegar hasta el fin, aunque le arrancara las entrañas, la calidez de su sangre lo envolvió, sabía que moriría si no abría pronto los ojos, lo intentaba, pero no podía, sentía su cuerpo húmedo y los brazos amarrados a la cama.
Ese demonio salía de su cuerpo y a medida que lo hacía desprendía cada célula ¿ quién era o qué era?, no eran preguntas sin respuesta: el demonio, el cuervo y él eran uno sólo, un asesino que dejaba su último aliento con una inyección letal. Por fin se terminaba la pesadilla.