Artífice del mimbre (por Patricia F.)
Allá, en las quintas todos lo conocían, pero nadie sabía por qué lo llamaban “El Toscano”, si era porque llevaba permanentemente entre sus labios un pequeño habano o por haber nacido en tierra Toscana, en Italia.
Lo cierto es que en esa zona donde se afincaron inmigrantes italianos, entre finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, todos eran originarios de diferentes zonas de ese país europeo, hablaban diferentes dialectos y a muchos se los conocía por apodos. Así es que nadie sabía el verdadero nombre de “El Toscano”, pero lo que todos sí sabían es que había traído en sus manos el arte de su tierra, trabajaba el mimbre como nadie, se dedicaba a hacer canastos de este material para quienes le encargaran alguno, todos para diferentes usos.
Allá se veían algunos canastos con forma de barcos iguales, parejos entre las emparradas de vid de uva chinche, en la época de la vendimia; de aquellos sarmientos provenientes del viejo Continente y que habían encontrado un suelo óptimo a orillas del Río de La Plata, repletos de oscuros racimos.
Por esos caminos de tierra entre las quintas andaba a paso lento, encorvado de tanto ejercer su oficio en su banquito sentado al lado del oscuro fogón, sus dedos torcidos, ya no recuperarían su postura original, saludaba a sus vecinos y se tomaba un vasito de vino casero que alguno de ellos le ofrecía, recordaban su tierra a la que ya no volverían y luego seguía su camino, a veces seguido por su rengo y viejo perro.
Alguien siempre encargaba un canasto y a veces algún moisés para un recién nacido.
Un día abandonó este mundo, y con él se fue su arte, algunos podrán hacer canastos, pero nadie con la perfección que los hacía “El Toscano”.
(Este es mi recuerdo para un anciano vecino que había hecho varios canastos que había en mi casa, el que usaba mi madre para juntar los huevos, el que dormía mi hermano cuando nació, y varios más, que duraron años, muchos años.
Otra aclaración, por aquel entonces entre la gente llamaban “toscano” es ese pequeño habano, de hecho, había un sacerdote que vivía con uno en la boca, salvo cuando daba misa y en la zona era conocido por “el padre Toscanito”).