sábado, 26 de febrero de 2022

Artífice del mimbre (por Patricia F.)

 Artífice del mimbre (por Patricia F.) 






 

Allá, en las quintas todos lo conocían, pero nadie sabía por qué lo llamaban “El Toscano”, si era porque llevaba permanentemente entre sus labios un pequeño habano o por haber nacido en tierra Toscana, en Italia. 

Lo cierto es que en esa zona donde se afincaron inmigrantes italianos, entre finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, todos eran originarios de diferentes zonas de ese país europeo, hablaban diferentes dialectos y a muchos se los conocía por apodos.  Así es que nadie sabía el verdadero nombre de “El Toscano”, pero lo que todos sí sabían es que había traído en sus manos el arte de su tierra, trabajaba el mimbre como nadie, se dedicaba a hacer canastos de este material para quienes le encargaran alguno, todos para diferentes usos. 

Allá se veían algunos canastos con forma de barcos iguales, parejos entre las emparradas de vid de uva chinche, en la época de la vendimia; de aquellos sarmientos provenientes del viejo Continente y que habían encontrado un suelo óptimo a orillas del Río de La Plata, repletos de oscuros racimos. 

Por esos caminos de tierra entre las quintas andaba a paso lento, encorvado de tanto ejercer su oficio en su banquito sentado al lado del oscuro fogón, sus dedos torcidos, ya no recuperarían su postura original, saludaba a sus vecinos y se tomaba un vasito de vino casero que alguno de ellos le ofrecía, recordaban su tierra a la que ya no volverían y luego seguía su camino, a veces seguido por su rengo y viejo perro. 

Alguien siempre encargaba un canasto y a veces algún moisés para un recién nacido. 

Un día abandonó este mundo, y con él se fue su arte, algunos podrán hacer canastos, pero nadie con la perfección que los hacía “El Toscano”. 

(Este es mi recuerdo para un anciano vecino que había hecho varios canastos que había en mi casa, el que usaba mi madre para juntar los huevos, el que dormía mi hermano cuando nació, y varios más, que duraron años, muchos años. 

Otra aclaración, por aquel entonces entre la gente llamaban “toscano” es ese pequeño habano, de hecho, había un sacerdote que vivía con uno en la boca, salvo cuando daba misa y en la zona era conocido por “el padre Toscanito”). 

jueves, 24 de febrero de 2022

"Te quiero ma" - por Rosana

Hola a todos, me uno nuevamente a los relatos jueveros. Esta vez con la consigna que viene de "LA TRASTIENDA DEL PECADO", quien nos reta a hablar de EL BESO"
Jamás había sido muy besuquera. Como que expresar sus sentimientos la dotaban de una cierta fragilidad que se empeñaba en combatir. Las demostraciones de cariño no eran lo suyo, por ende, el BESO, no estaba dentro de ese repertorio que se desea para una madre. Sostenia que la demostración de amor o cariño se lograba a través de los hechos y vivía intentando imponer esa forma: - De los hijos no se habla tan bien, ni se los alaba. Queda feo que una madre diga que sus hijos son lindos e inteligentes. Todo apuntaba a impermeabilizar a sus descendientes contra la autoestima, porque quien mucho se estima, logra adquirir un escudo importante. Un escudo que lo convierte en superhéroe de su propia vida, en un ser discutidor y defensor de sus propios derechos. La distancia carnal, la ausencia de abrazos, besos y palabras que hicieran que cualquiera se hiciese fuerte y valiente, jugaba en contra: ese ser tan firme y autonomo, algún día, dejaría de necesitar esas indicaciones varias, como que descartaría el GPS que ella pretendía ponerle a su vida. Hasta que la vida va aplancando a esos espíritus tan poco necesitados de afecto - o que recitan no necesitarlos, pero vaya uno a saber a solas cuántas lágrimas habrán volcado -. La vida golpea sobre el ring de la rutina y hace que todo el valor se retuerza y se destruya y deja a todos por igual indefensos: valientes y no tanto, al desnudo. En ese ir y venir de años de quimioterapia, ese ser que había criado distanciado de caricias, fue quien estuvo a su lado hasta el final, pero hacía lo que había aprendido: acciones tras acciones, corridas y ocupaciones, turnos, médicos y muchísima compañía. Internaciones a granel y toma de decisiones, todo eso debía de transmitirle que la amaba en profundidad...pero. Pero ella sentía que debía de decirle algo que no se había atrevido durante toda la vida. Alguien tenía que tomar la decisión y enseñarle a esa mujer que estaba ya casi de paso por la tierra, debía enseñarle que el afecto también pasa por el cuerpo, por el roce de una mano que acaricia a la que tiene tantas agujas clavadas, que el afecto pasa por las caricias en la frente, por el "ya va a pasar" y entonces se atrevió, tomó coraje, se acercó, arrimó su boca a la mejilla de su madre - o lo que estaba quedando de ella - la besó y le dijo: "Te quiero ma, sabé que te quiero muchísimo" y esa mujer que alguna vez habrá hecho la promesa quién sabe a quién, de demostrar que estaba hecha de acero, que pensaba que era invencible, la miró, dejó rodar las lágrimas que le salían de los ojos sin secarlar y respondió: ya lo sé.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Cuando el frío me enseñó a conducir

 Cuando el frío me enseñó a conducir - (por Rosana)


Calles de Dock Sud
Imagen extraída de la web


    Seis y diez de la tarde. Hace un rato largo que está oscuro. El invierno se anuncia de esta forma, un día de semana, realmente un descarado, no traje más que el sweater, a la mañana no hacía frío. Todavía estoy en la escuela. El aire frío entra por las ventanas. El colectivo va a tardar muchísimo. Si por lo menos el timbre tocara seis y veinticinco no me perdería el que pasa seis y media. Ahora tendré como media hora para contemplar el gris del barrio a esta hora de la tarde. Tiemblo, tengo piel de gallina. ¡Odio esperar el colectivo que encima va a dejarme como a cuatro largas cuadras! Quisiera tomar un helicóptero que me deje directamente debajo de la ducha tibia.

    No llega. Quedan al desnudo los adoquines que al medio día sufren una y mil pisadas de los transeúntes que, a esta hora, ya están con algo caliente en sus manos, en sus casas. Hace como diez minutos pasó la última madre en compañía de su niño, fueron a la fotocopiadora a encargar lo que necesitará para las clases de mañana. Quedan a la intemperie los autos destruidos de la agencia de Remis. Solo por estos lares, los autos pueden ser desparpajos oxidados, con las puertas sujetas con pegamento y un motor que carraspea todo el viaje hasta el destino.

    Ya subí y bajé del cordón de la vereda más de veinte veces, sigue sin divisarse ese patético colectivo que, para colmo, llegará lleno de gente que vuelve de un intenso día de trabajo, salpicada de aromas que provocan vómitos. Siento el hielo del aire lastimándome la piel. Sólo andan cabizbajos cuatro o cinco perros callejeros. Van olfateando las paredes despintadas, van y vienen, se acercan, intentan ser amigables, quieren lograr  que alguien les arroje un hueso, aunque sea ya pelado por otros canes, otras veces.

    Tantos años trabajando en el colegio, jamás logré que me dieran un horario más humano, menos frío, menos anochecido. El barrio va convirtiéndose en un gigante nocturno que amenaza con tragarme. Un rato más y comenzarán a deambular esos que sueñan con arrancarme el celular de la mano, o despojarme de los pocos pesos que llevo en la cartera. La aprieto contra el costado, tanto, que las manos heladas quedan dibujadas en el cuero y las yemas de los dedos comienzan a dolerme. Silencio, frío y silencio. Los comercios van bajando sus persianas y me voy quedando sola esperando el maldito colectivo. Esto no da para más. Demasiadas horas fuera de casa para llegar cada día, a la misma hora, tiesa. El frío va a guiarme hacia la academia de manejo. Creo que es lo único que voy a tener para agradecerle.

martes, 22 de febrero de 2022

Abrazo abrazador (Por Silvy Olivieri)

 


 




Laura había salido a trabajar, como todos los días; dejó las compras hechas para que, al llegar su cuñada, no tuviera que salir con los chicos. Lauti y  Guada dormían en sus camas cuando Gloria llegó para cuidarlos. Esta vez la tuvo que hacer venir más temprano que de costumbre, su jefe le había pedido que llegara a las ocho para comenzar con el inventario.

Ambas se saludaron furtivamente. Gloria, estrenando sus dieciséis años ese día, intentaba mostrar su mejor cara de despierta, aunque sus ojeras y su pelo revuelto delataban sus escasas horas de sueño.

Todo está ahí, Glo – dijo Laura. No necesitás salir. La leche está en el estante de arriba, compré galletitas y para el mediodía hay pollo al horno ya listo. Solo prepará el puré.

Sí, sí – contestó Gloria, fastidiada por la demora de su cuñada -. Ella sol quería quedarse sola y terminar de dormir lo que le faltaba.

No era fácil criar dos hijos sola, jamás había pensado que así sería cuando decidió mudarse a Córdoba para escapar del ruido ensordecedor de Buenos Aires. Poder mirar las sierras cada mañana, sentir el canto de los pájaros, ver a los chicos correr libres sin miedo era lo que le daba fuerzas para seguir cada día. Nunca pensó que iba a tener un marido ausente y  despreocupado de sus hijos ni que tendría  que luchar tanto para por fin tener su casa; pequeña, de madera, con lo justo y necesario pero suya.

Cuando llegó a la oficina notó que había olvidado el celular enchufado en su habitación. Esa maldita manía de usarlo como agenda, no tenía forma de recordar el teléfono de Gloria para advertirle ni para saber si necesitaba algo. Y la adolescente no tenía los teléfonos de línea de las oficinas. ¡Tantas veces que pensó en anotárselos y siempre se olvidaba!

Confió que ante cualquier circunstancia, su cuñadita llamaría a su madre que estaba a solo veinte minutos de la vivienda.  Era un día terrible en la oficina, sin tiempo para cafés, ni preocupaciones externas al inventario.

Al dar las cinco, se apresuró a agarrar sus cosas y llegar a la parada del único colectivo que la llevará a su pueblo. Si perdía el que pasaba a las cinco y veinte, debería esperar una hora hasta poder tomar el próximo.  Había trabajado demasiado por ser lunes y lo único que quería era llegar a su casa, prepararse unos mates y mirar tele con los chicos. Los dibujos animados eran un buen relax  para su cabeza llena de números, fotocopias, órdenes y llamadas.

A medida que se iba acercando al pueblo, comenzó a ver la humareda que se alzaba por encima de los árboles. El colectivo se corrió a un costado de la ruta para dejar pasar a los camiones de bomberos que raudamente pasaron a su lado, aullando con su sirena y levantando polvo.

El micro la dejaba a ocho cuadras de su propiedad, pero a medida que se iba acercando a la parada, sintió que el corazón le latía con más fuerza. Ese humo espeso que empezaba a arderle en los ojos se distinguía en dirección a su hogar.

Corrió. No recuerda cuánto, ni como lo hizo con sus zapatos de tacón. Corrió como desaforada empujando a quien se cruzara a su paso. No supo en qué momento tiró su cartera ni el saco que llevaba en la mano, no se percató de que perdió un zapato en esa loca carrera para llegar a ver lo que no quería ver.

Su casa no estaba. Literalmente no estaba. Apenas un par de hierros retorcidos se podían identificar entre medio de las maderas quemadas y el denso cortinado negro de cenizas. Se lanzó desesperada y unas manos intentaron retenerla. Pero Laura solo quería entrar allí donde ya no quedaban puertas ni ventanas, ni nada. No sintió el calor de las llamas que aún ardían, sus ojos se acostumbraron al humo y gritó con todas sus fuerzas ¡Mis hijos!

Cayó de rodillas, sin aliento ni para llorar. El mundo se había roto en mil pedazos y todo por lo que había luchado se volaba con la brisa de las sierras.

Sintió una leve caricia en su cabeza gacha y unas pequeñas manitos tiznadas que se prendían a su cuello. Cuatro brazos se enredaron en su cuerpo y sintió que volvió a parir. Ahí estaban Lauti y Guada, con sus caritas morenas iluminando la oscuridad y la desolación. No había perdido todo, no había perdido nada, porque todo estaba allí, entre sus brazos.

 

lunes, 21 de febrero de 2022

Huellas más allá

 Vadereto (Febrero)

Hoy voy a participar de este reto que es mensual y pertenece al blog "Acervo de letras". El desafío es realizar un relato  que contenga la palabra "desierto". Así que lo tomé y ahí va el texto que propongo:



Huellas más allá (por Susana)

 

     Caminar por los senderos de la vida a nuestro propio ritmo, dejando huellas en la arena.

Huellas que seguirán aquellos que nos aman para reencontrarse con nosotros al alzar la mirada.

     Allí estaremos en aquel camino de nuestro propio desierto a la espera de un abrazo, a la espera de consuelo.

     Nos tomarán las manos, nos guiarán despacio para llenar espacios, para evocar recuerdos.

     Allí dejaremos ir lo que no es parte de nuestro mundo y encontraremos de nuevo lo que nos impulsa, lo que nos motiva, lo que nos desangra, lo que nos limita.

     Y las manos juntas se volverán palomas, atravesarán el cielo, levantarán su vuelo. Verán alejarse las dunas doradas, viendo como el viento las lleva, las trae, las funde, las mata.

Dejenle mucho amor. que lo disfruten...

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...