miércoles, 24 de noviembre de 2021


Otra vez me sumo a la propuesta de MOLÍ DEL CANYER, quien nos pide que relatemos una situación que haya acontecido en un pasillo. Esto es parte de algo que viví hoy, pero obvio, es un relato, así que no sé muy bien dónde comienza la realidad y dónde se convierte en fantasía.

¿A quién le gusta esperar?

 No voy a decir que odio al odontólogo, porque es una cosa más de todas las que odio. Tal vez lo que más odio es la espera. Esa manía de jugar a ver quién te hace esperar más para ser atendido; ese no poder cumplir jamás con el horario que tenés reservado.

El COVID trajo consigo no sólo muerte y terror, sino un sin fin de cambios que para mí, seguro que perdurarán en el tiempo. Cambios que hubo que asimilar como normales, como conocidos desde siempre. Unos de esos cambios es la organización totalmente diferente de todo, de todas las cosas que hacíamos de otra manera. 



Las esperas son diferentes. Si bien continuamos esperando que el odontólogo nos atienda, antes del monstruoso virus, compartíamos la desesperación con otro desesperado que odiaba al odontólogo tanto como nosotros. Son tan diferentes estos momentos, que ya no podemos acomodarnos y hundirnos en el mullido sillón de la sala de espera y hacer la nada o a leer, o a mirar los últimos posteos de Instagram, o hablar de lo molestos que estamos con la otra víctima sentada en el sillón de enfrente,  no, qué va, ahora esperamos en los pasillos y solos.

La combinación "espera al odontólogo" con "lluvia torrencial", es mucho más odiable todavía, porque la lluvia invita a quedarse en casa y entonces así sí es maravillosa.

El ascensor frena, abro la puerta y desemboco justamente en el pasillo. Sé que debo aguardar allí hasta que la secretaria abra la puerta, salga un alma muda con la boca anestesiada y entre el otro alma muda, pero de terror. Todo en mi está mojado, no me quedaba un sólo centímetro de vestimenta seca. Comienzo a controlar el cronómetro. Iban cinco minutos y ya empezaba a querer correr. 

El doctor, muy comprensible él, colocó un cuadro un tanto particular en las paredes del corredor. Fijo la vista en ese objeto tan particular y luminoso, recorro el perímetro de su marco y descubro el cable con el enchufe que va hasta el tomacorriente. Mi turno era 11.30 y ya vamos por las 11.38. Las gotas que empaparon mi pelo ruedan como tiradas de un tobogán por mi cara, no hago a tiempo a secar una que ya viene rodando la otra: estoy totalmente desalineada. Pienso en cuantas cosas hubiese hecho ya y la espera me exaspera. Miro otra vez, en la pantalla del cuadro monitor ya no está Nemo, sino una pareja de pájaros extraños que parecen amarse, que con estar cerca les es suficiente. Ahora se fueron, un paisaje rojo incandescente me molesta cuando miro. Me ahoga la soledad del lugar y me asfixia la humedad del cuerpo, pero me atrae la caída del sol que allí se refleja. 11.41 y aún sigo parada contra la pared del odioso pasillo, mientras el mango del paraguas se me resbala por décima vez. Es lo que hay. La pantalla impulsa mis ideas, tal vez, era lo que necesitaba para descansar un rato de la rutina que también odio...

lunes, 22 de noviembre de 2021

 Oh no!!! Los Reyes Magos no existen.

(por Rosana)

Me di el permiso de sumarme a una propuesta de escritura cuyo objetivo era rememorar un momento, digamos que un tanto no agradable de la niñez, y salió esto.






Abro los ojos, (no me desperezo porque no tengo registro de sueño profundo. Siempre estoy alerta, tratando de controlar si van o no a abandonarme, si cuando despierte, todo seguirá con la normalidad que a mí me tranquiliza). Giro la cabeza hacia la derecha. Es el alba de una de las noches en las que me toca dormir con mí nonna, (mí nonno está trabajando a bordo de un barco arenero). Me encanta dormir con ella, a pesar de que le molesta cuando doy vueltas en la cama y sacudo las sábanas. Ella tiene tele en el dormitorio y juntas vemos lo que nos gusta hasta que se nos antoja. Cuando duermo sola, el insomnio me trae la visita de múltiples fantasmas que prolongan el tiempo hasta que logro conciliar un sueño corto.

Veo la mano de mí mamá sosteniendo el ludo Matić y al instante, apoyarlo en el piso, al lado del pasto y del agua para los camellos. Tengo 10 años y lo acepto, listo: los Reyes no existen. Sigamos. No soy una niña fría y sin sentimientos, solo que me fueron modelando para aceptar. Si hubiera sospechado por un instante que aceptarlo todo me llevaría a negarme a mí misma, otra hubiera sido mí reacción.

Cuarenta y pico de años después recapacito y pienso que la combinación explosiva de una madre que había jurado fidelidad a los mandatos sociales y el agregado de una estricta educación religiosa, sometieron a   una guerrillera en potencia, en el fondo, talvez me ahorraron varios disgustos.

La frase "ya sos grande" se incrustó en cada una de mis células, tal es así que hoy, harta de haber nacido grande, voy buscando los vestigios de una niñez que creo no haber vivido nunca

Sencillamente tomo el ludo Matić y comienzo a leer las instrucciones para saber cómo se jugará y obviamente en este mundo adulto que me rodea siempre, debo esperar a que los quehaceres les permitan tener un rato para experimentar el nuevo juego.

 Así cada milímetro de mis terminales nerviosas fue captando que lo principal en la vida son las obligaciones y el saber soportar los cambios, sin que se derrame una sola queja: “Si la guerra se había cobrado tantas vidas y el mundo seguía andando. ¡Cómo iba a lamentarme yo por haber descubierto que los Reyes Magos no habían existido más que en el año cero, durante el nacimiento de Jesucristo!”

Guardo el ludo Mátic, no puede quedar muy a la vista, necesito más de un jugador y casi siempre en medio de mis juegos me vuelvo polifónica: soy maestra y alumna; doctora, asistente y paciente, ejerzo todas las profesiones y las pongo en práctica conmigo misma.

Hoy veo concretada en mi nieta esa niñez que tanto estuve buscando: juega, se expresa, busca la misma compañía que yo buscaba a su edad y la encuentra en cada uno de nosotros y nos transporta hasta su altura y nos sumerge en su mundo imaginario, en ese mundo en que con una chalina alrededor de su pequeño cuerpecito, se encarna de repente una princesa vestida con sueños color naranja. Me dejo sumergir y me prohibí decirle que no tengo tiempo, porque el tiempo con ella es también un tiempo que estuve buscando, es el tiempo que queda incrustado en el corazón. En ese tiempo, no soy yo, sino aquella niña que buscaba con quien jugar, entonces me encuentro…

 Sé que, si mi madre estuviese viva, le haría el mejor de los disfraces en un abrir y cerrar de ojos. “Hacer siempre” era la forma que tenía para demostrar su amor incondicional. Me hubiese encantado que se conociesen, que se disfrutasen. Sé que la vida le enseñó, (como siempre a los golpes), que para contarle a un niño que los Reyes Magos no existen, hay cientos de miles de formas amorosas, que es lícito estar tristes por un desencanto, que se puede detenerse un momento a añorar lo que no es, para retomar fuerzas y seguir adelante.

 

 

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...