Ojos mágicos (Por Silvy)
Todas las
mañana él se levanta como si el tiempo no existiera. Envidio su calma infinita,
sus pausas y la capacidad de estar presente en el aquí y ahora. Nada lo altera,
salvo alguna que otra disputa con su hermano que logra sacarlo de sus casillas,
unas casillas gigantescas porque Bruno raramente se altera.
Tiene los
ojos más puros y hermosos que yo haya visto. Claro, soy su madre, la belleza
nació con él y con su hermano. Pero la mirada de Brus es distinta. Nunca vi en
esos ojos ningún destello de maldad ni bronca. Jamás percibí una ironía o doble
intención.
Es tan flaco
que, cuando lo abrazo, rodeo su cuerpo y el mío al mismo tiempo. Casi 1,83 cm
de paciencia y dulzura.
No sabe
decir que no. Tal vez un “no sé” o
“puede ser”, para no ir en contra de la propuesta que le haga. –Bruno,
¡decidite!, le digo siempre. Y él alza los hombros y simplemente dice “hagamos
lo que vos quieras”.
Nos gusta
salir juntos. Aprendo tanto de sus conocimientos sobre cosas que jamás había
averiguado. Descubre formas en lugares insólitos, como aquella vez que detectó
que un árbol tenía forma de tortuga y allí estuvo su padre varios minutos
intentando encontrar la imagen que su hijo veía, hasta que la halló.
La botella
siempre está medio llena. Si el día está nublado, él ve la posibilidad de
disfrutar de cine y pochoclos. Si hay tormenta, ¡Qué bueno que nos quedamos
adentros, además de que las plantas lo necesitaban! Si llegamos a algún sitio
elegido y está cerrado, -por lo menos salimos y paseamos, ¿no?
Tantas veces
nos sentamos los dos, callados. Siempre
soy yo la que saca temas de conversación y él atento y solícito responde. Amo
escucharlo reír, contar rarezas que lo divierten e intrigan.
Bruno, el de
abrazos largos y risa fácil. Brus, el que saca chistes de la galera; Brunito,
el que está atento a lo que falta. Bruni, el que, por momentos, gira sus ojos
hacia arriba a la derecha, y abajo y mágicamente entra en otro mundo. Una
dimensión desconocida por mí y tan habitada por él. Allí se queda recorriendo
por instantes unas imágenes que solo él ve. Basta con llamarlo para que vuelva,
y al preguntarle en qué pensaba dirá “nada”.-
Le pregunto
de todo. Qué hizo en el día, de qué se trata la última serie que vio. Cuando no
está en casa, nos mandamos videos de cachorros que son nuestra pasión.
Todo el que
lo conoce, lo ama. Sus profesores de la universidad lo consideraban brillante
pero él no quería ser un profesional. Él descubrió que quiere un mundo de
colores, pinceles, formas y magia.
Y me cuenta
del último cuadro que ayudó a pintar y
cuando se entusiasma, está ahí, presente. Llegan amigos, familia y entonces lo
veo, gira sus ojos y mágicamente se va.
La primera
vez que me di cuenta era tan chiquito que fue casi imperceptible. Creí que era
su amigo invisible, su increíble imaginación, su forma de jugar. Hasta ese día
que posó su mirada sobre mis ojos sin verme ni escucharme. Me asusté. No
entendí su poder mágico de vivir en un mundo no habitado por mí. Un mundo al
que yo le tuve miedo por no poder acompañarlo. Y nos empeñamos en sacarlo. Porque nadie hablaría con el niño que se pierde
estando presente. Quién comprendería a un hombrecito que no entendía los
chistes porque para él todo era tal cual
lo veía o lo escuchaba.
Aprendí a
acompañarlo, me ayudó a vencer el temor y le regalé historias y cuentos.
Fantasías y sueños. Me enseñó a vivir sin pensar en mañana y a encontrar lo
perfecto en lo imperfecto.
Tan hombre
ya, tan grande; 24 hermosos años acompañándolo. Crece, madura, razona. Ve más
que todos y su corazón es tan gigante como él.
Está,
siempre dispuesto, siempre amable. Aunque en algún momento gire sus ojos
marrones de largas pestañas para mágicamente entrar en su mundo, Asperger, dijeron.
Paz, digo yo.