lunes, 13 de septiembre de 2021

Chaitén ( por Patricia F.)

    Chaitén. 

 Fotografía tomada por mi año 2012.

Quién se podría imaginar lo que acontecería unos días después, cuando ese mes de abril del año 2008, el gigante dormido en las entrañas de la tierra, empezó a dar señales de vida. 

Muchos habitantes de la zona ni siquiera sabían que esa pequeña punta asomando entre montañas era un volcán dormido; siglos, milenios sin dar señales, completamente silencioso, 9000 años pasaron exactamente desde su última erupción, cuando ese 2 de mayo por fin explotó, descargando toda su furia incontenible, vomitando lava hirviente, cenizas y fuego. 

Ese centro volcánico de pequeñas dimensiones ubicado en el oeste de Chiloé continental, a 10 km. de la ciudad de Chaitén, apenas visible, comenzó con su expulsión de cenizas. 

Como un presentimiento del desastre comenzó la evacuación forzosa, los días previos de la ciudad y sus alrededores, parecía increíble lo que sospechaban, pero sucedió. 

Dos días antes de la erupción del volcán Chaitén, hubo muchos temblores, casi 60, anunciando la catástrofe, alrededor del 30 de abril, comenzaron los sismos incrementándose en frecuencia y magnitud, para el 1 de mayo empezar a expulsar ceniza, seguidas de elevadas columnas de gas, humo y más cenizas, hasta lo inevitable, ríos de lava y piedras volcánicas deslizándose por las laderas. 

Hacia un lado el bosque devorado por el líquido hirviente que nada perdonó a su paso, por el otro el río Blanco arrastrando todo el material volcánico, ceniza en grandes cantidades, desbordando de sus márgenes y cubriendo todo a su paso hasta la ciudad misma en varias cuadras desde la orilla, como una gigantesca boa serpenteante el río devoraba todo a su paso, hasta perderse en el mar. 

Imágenes dantescas se apoderaron del lugar; las casas cubiertas de cenizas y de lodo, los bosques totalmente quemados. 

¿Quién podría imaginarlo? 

Esas casas sepultadas o semi sepultadas dejando asomar alguna parte de los muebles o electrodomésticos, jardines que fueron cuidados con amor, ahora enterrados bajo una pesada capa de ceniza gris, esa capa gris, gruesa que todo lo cubre, se llevó el color y la alegría. 

Al pasar los días, cuando todo volvió a la calma, a pesar de la oferta del gobierno chileno de comprar las propiedades a sus respectivos dueños para que pudiesen volver a empezar en otro sitio y de que muchos aceptaron y migraron, unos pocos no quisieron abandonar su hogar; empezaron a limpiar, reconstruir, sacar cenizas de los jardines y de algunos espacios, el gris empezó a desvanecerse, para dar nuevamente paso al color en paredes y las flores.  Entre tanta monotonía del gris en Chaitén algunos puntos aislados de color asomaron, y resurgieron algunas hortensias maravillosas del sur chileno, entre otras. 

El bosque de las laderas montañosas o lo que quedó de él ante tanta devastación, un cementerio triste de cientos y cientos de esqueletos negros, a causa del fuego ocasionado por la lava, que los transformó en carbones de pie y con caprichosas formas de árboles asomando por allí también de la capa gris de ceniza volcánica, que como en el pueblo lo cubrió todo, cuál mullida alfombra. 

Allí, entre tanta muerte y devastación, entre tanto negro y gris, allí, asomando un pequeño y reluciente brote verde, un helecho de los bosques, como anuncio de que todo pasa, que la vida continúa y a pesar de todo la naturaleza encuentra muy lentamente la forma de volver a surgir, a renacer. 

 

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