viernes, 19 de noviembre de 2021

El vuelo.(por Patricia F.)

 El vuelo.  (por Patricia F.)

 

  

Después de mucho pensarlo, Peter decidió salir a hacer una “navegación”, como se dice en la jerga aeronáutica; durante mucho tiempo de planificar el viaje, acumular horas de vuelo y experiencia, por fin se sintió listo para salir.  

  

Su abuelo Jimmy, fue un aventurero del aire, que junto a su Curtiss Robin un día desapareció, setenta años antes hizo el mismo itinerario que ahora su nieto pretende emular.  

  

Minuciosamente estudió la ruta aérea, a la vieja usanza, desplegando los enormes mapas de papel sobre la mesa; regla, transportador en mano, fue marcando el recorrido, si bien llevaría el GPS como soporte, su idea era imitar esos viejos vuelos.  

  

Acondicionó su Cherokee 140, fiel compañero de travesías desde que obtuvo su licencia.  

  

Esa mañana en cuanto el sol asomó sus primeros rayos, despegó; la meteorología era óptima en toda la ruta que pensaba cubrir ese día.  

  

Después de varias horas de vuelo, llegó a su primera parada, cargar combustible y pasar la noche allí era su objetivo, para volver a despegar nuevamente, no bien despuntara el alba.  

  

Esa noche soñó con su abuelo, a quién nunca conoció, pero al que admiraba por su coraje; siempre se preguntó dónde descansarían sus restos y los de su avión, simplemente desaparecieron en esas vastedades.  

  

Nuevamente un hermoso y soleado día lo esperaba, el espacio aéreo totalmente despejado, sin novedades; nada hacía pensar lo que más tarde sucedería...  

  

Un par de horas de vuelo en ese cielo color turquesa y debajo planicies amarronadas con algún que otro pompón verde formado por árboles y arbustos, esa zona semidesértica previa a las altas elevaciones.  

  

Lentamente a lo lejos comenzó a divisarse una franja marrón entre la tierra y el cielo cubriendo el horizonte, no podía imaginar qué sería.  

  

A medida que se acercaba esa franja crecía, encendió la radio con la esperanza de escuchar a otra aeronave, poder averiguar de qué se trataba, pero nada, la radio estaba muda.  

  

Continuó con su ruta, pues regresar ya no era posible, no le alcanzaría el combustible, estaba más cerca de su próxima parada, así que siguió hacia adelante, aunque algo nervioso por no saber qué le esperaba al frente.  

  

Cuando por fin hizo contacto de radio, se enteró que era una tormenta de polvo, poco habitual en esa zona.  

  

Su vuelo “recto y nivelado”, el altímetro le devolvía la altura deseada. El torbellino de polvo llegó rápidamente y comenzó a envolverlo, no veía el suelo ni al frente, nada, solo el color marrón ante sus ojos.  

  

El GPS que había encendido estaba muerto, ninguna señal, los sacudones se hicieron más fuertes, un mar de turbulencias lo envolvía, solo podía sujetar el comando mientras mentalmente se repetía “recto y nivelado”, correcta altitud.  

  

Encendió un GPS de emergencia, tampoco respondía, era como si el satélite ya no transmitiera señales.  

  

La oscuridad cada vez mayor, a esta altura dependía sólo de dos instrumentos el altímetro y el horizonte artificial, pues la brújula también había dejado de funcionar.  

  

Su cabeza seguía repitiendo "recto y nivelado”, pero hacia dónde, en esa oscuridad no sabía su curso, parecía girar en círculos, no lo sabía en realidad, no podía ver más allá de la hélice.  

  

El tirabuzón lo precipitó, pensó que esa era su fin recordó a su abuelo, a sus padres, ya no supo más nada.  

  

Pasaron minutos, quizás horas, días tal vez, no podía saberlo, allí estaba, su avión aterrizado, él todavía aferrando el comando con sus manos, un sol brillante lo cegaba; consultó su reloj, estaba detenido a la hora exacta en que lo abrazó la tormenta, no sabía dónde estaba.  

  

Intentó bajar del avión, su cuerpo dolorido le pasaba factura, cuánto tiempo estuvo inmóvil, no tenía forma de saberlo, no podía recordar qué pasó; solo que esa inmensa boca oscura lo arrastró cada vez más profundo.  

  

Notó que su avión estaba posado sobre un gigantesco mapa, su mapa, ese que había trazado antes de partir; él y su aeronave eran como pequeños juguetes sobre un tablero; caminó unos pasos para asegurarse de que no soñaba.  

  

Frente a él vio un pequeño aeroplano parado y una figura humana venía a su encuentro, la luz tan fuerte del sol no le permitía distinguir quién era... su abuelo lo estaba esperando. 

martes, 16 de noviembre de 2021

Tiempo de tilos y de jacarandas

por Rosana 


    Cuando aún no pensaba en los nombres de los árboles, ni me fascinaban sus pelucas verdes, ni sembraba semillas año a año intentando tener cuanto ejemplar me encontrara en el camino, solía ir los días martes a la casa de mi abuela paterna.



    Este hábito que a mi me fascinaba, paradójicamente fastidiaba a mi madre,  (cuestiones de suegra y nuera que jamás deberían de enterarse los niños que existen). Para mí, los martes eran mágicos: iba a la escuela ya sabiendo que al medio día, el micro escolar me dejaría en su casa, en donde me esperaba, me cocinaba, mirábamos juntas novelas y además, allí, vivía una prima muy querida con la cual jugaba, hija de la hermana mayor de mi papá.




    Jamás le había prestado atención a los tilos que decoraban cual gigantes custodios, la plaza de enfrente, la Plaza José Hernández, la única plaza de la Isla Maciel. Paseaba por allí de la mano de mi tía, a la que le encantaba lucir a su sobrina regordeta, haciendo que mis cachetes fuesen pellizcados por todas las doñas que con la excusa de barrer la vereda, entablaban hartas conversaciones despellejando uno por uno a los vecinos. La verdad, me molestaba bastante, pero yo insistía en ir a vivir esa hazaña: los martes eran diferentes, no importaba en dónde, cómo y con quién. La rutina fue, es y será mi enemiga número uno y elevaré altares a todo aquello que logre destruirla. 

    El tiempo aquel pasó cual ventarrón, pero cada primavera, el aroma de los tilos en Buenos Aires, logra encogerme a un metro veinte de altura, hace que mis cachetes exploten, tome mis útiles, los acomode en el portafolios y parta a vivir ese día tan particular con mi abuela paterna. Los tilos logran el milagro de ganarle al tiempo, el imposible milagro de poder vivir otra vez esos momentos.

    En mi barrio natal no había jacarandas, eso es parte de esta vida que voy transitando, es parte de la adultez. Los visualicé cuando me mudé a Capital, y empecé a notar que en primavera, Buenos Aires se tiñe de violeta. Le encanta colorearse por entera, calle a calle, arteria a arteria. Se pinta de ese tono y desparrama pinceladas por las veredas. Ver el espectáculo engrandece el alma y devuelve las ganas de continuar caminando hacia adelante.

    Con el tiempo, valga la redundancia, el tiempo tiene eso de las fragancias, los colores, las cosas que queremos que queden fotografiadas en la memoria. Después de todo, es lo único que vamos a llevarnos a donde vayamos.








Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...