Palomas - por Rosana
Escuchaba que se estaba planeando un viaje, ya habían ido a
San Marino, a Roma y a otros sitios que le costaba ubicar en el mapa, obvio, a
los diez años los niños no realizan la correspondencia mapa-lugar, supuestamente
se ocupan de otras cosas, tal vez de desear un bebote bellísimo en un
supermercado italiano y tener la osadía de pedirlo, de desearlo y escuchar
avergonzada los retos de su madre, cuya vergüenza, cuya culpa – personaje importante
en esta historia – no le dejaban ver que era una niña, y como tal, deseaba, se
relamía con los juguetes y con aquel bebote mullido, recién nacido, con la boca
en “o”, lista a recibir el chupete que lo haría callar, cada vez que el llanto
saliera de su espalda de paño. CHiChio Bello, así se llamaba el pecado que se
atrevió a pedir y que finalmente le regalaron. Se bebía por completo un biberón
mágico. De toda Italia junta, el bebote y
el viaje en barco, era lo que más le habían gustado.
Cuando se enteró de que debía ir al departamento otra vez,
le corrió el mismo escalofrío de siempre: ambos fallecieron hace un largo
tiempo, pero aún huele el olor a desinfectante de los pasillos de los
hospitales, y ve nítida la imagen del salón de estar del geriátrico a donde
había tenido que llevar a su papá enfermo de ELA. Por momentos cierra los ojos
y recuerda cómo conducía la silla de ruedas de su madre por el laberinto del
hospital Muñiz. Sentían frío juntas. Trataba de animarla, muy en su interior
sabía que no quedaba mucho tiempo, pero no se rindió jamás y no abandonó nunca
la búsqueda de una mejor estadía para estirarle el tiempo.
Tomó el manojo de llaves con pesadumbre, ya quisiera que no
estuviese más en su llavero, ya quisiera que no existiesen más en su presente.
Pasó a buscar a su amiga, una amiga de las de verdad, como dicen los milenials,
una amiga “posta”. El breve recorrido que va de Barracas a Sarandí manejó casi
sin pensar lo que hacía: embrague, primera…puente de la Boca. Le mintió, le
dijo que eligiera si prefería el trayecto corto o el largo, obvio que le
mintió, hizo el largo porque la realidad le gritaba que no llegue nunca. Los
vecinos se habían quejado de una suciedad que caía desde el balcón y se tenía
que arremangar y limpiar justo un sábado, cuando ambas caminan, charlan y
aprovechan el sol, después de una semana de trabajo pesada.
Ella no se enteró de que no podía encajar las llaves, no
encontraba la que era, la que le correspondía. La mente le juega por momentos
juegos perversos, y ese no encontrar la llave, sabe positivamente que es un TOC
que tenía su padre. El ferviente deseo de no parecérsele, hace que cada día
cometa iguales errores sistemáticamente y odia esas cuestiones…Honrarás a tu
padre y a tu madre, rezan las escrituras y a quien se atreva a no cumplirlo le
espera el ostracismo, ¡ah no!, eso es de otra religión, pero es algo parecido.
Lo que jamás leyó en ninguna biblia es “Honrarás a tus hijos”, esa parte, o sea
la tragaron al traducirla, o jamás lo escribieron.
Tardó bastante en colocar todas las llaves que abren la
puerta del pasado. Ahí están todos los rostros que fueron importantes,
aplastados en fotografías que ya nadie mira, fotos de momentos felices
encerradas a oscuras esperando a nadie, hace casi tres años.
Lo que debía revisar y limpiar estaba en el balcón, así que
dejó el celular sobre la mesa, las llaves – las tocó tres veces acomodándolas
sobre la mesa, tanteando que estuviesen ahí, eso también lo hacía él y ella se
empeña en no hacerlo, pero le resulta imposible y se odia por eso - Respiró hondo, tomó la cinta para levantar la
persiana y la respiración se le entrecortó inmediatamente. Su amiga estaba
detrás, así que no pudo ver el asombro, tampoco pudo mirarse a ningún espejo,
cuestión por la cual la cara que puso no la podrá describir jamás.
La bolsa de maíz era gigante. La Piazza San Marcos estaba
llena, reía contenta, estaba en Venecia. Habían comido unos churrascos gigantes
y jugosos. Recuerda que su padre, en el empeño de criticar su propio país, dijo
algo así como que “carne así, no comemos nunca los argentinos”. Las palomas
inundaban la plaza, andaban de un lugar al otro, la recorrían, se comportaban
como dueños de casa en medio de una fiesta que no termina y con unas ganas
terribles de que los invitados se vayan yendo. Se apoyaron todos en una de las
columnas que sostienen los palos con faroles que iluminan la plaza por las
noches, ella seguía riendo, feliz. Estaba disfrutando de unas largas vacaciones
y en Italia, qué más podía pedir. El ruido del maíz cayéndole sobre la cabeza
la sorprendió, le quitó el aliento. Los granos de maíz caían a borbotones deslizándose
por sus hombros, y el picoteo constante de las palomas en su cabeza provocaron
los aullidos que comenzó a dar. Eso no fue lo peor. El dolor del picoteo
desaparece como todo dolor físico, no deja huella, por suerte no se puede
transmitir como es el dolor de nada, porque lo olvidamos, no podemos ponerlo en
palabras, lo que jamás pudo olvidar fue lo que vio al levantar los ojos: seis
rostros desdibujados se agarraban el estómago porque no podían más de risa y
entre esos rostros, estaban los rostros de sus padres. La risa no fue
suficiente, después llegaron los retos, que basta, que no es para tanto, que el
papelón que estaban pasando, que todos los miraban y tuvo que meter el dolor en
el bolsillo del tapadito marrón, y continuar…y siempre continuar como si nada,
y seguir porque se debe seguir, porque no se debe demostrar nada, porque hay
que ser fuerte, ante todo, hasta ante la aberración más grande.
Levantó la persiana del balcón y habían vuelto, fue lo que
sintió. Las palomas habían hecho un viaje de trece mil kilómetros y habían
anidado en el balcón emplumado. Tenía que ponerse en acción y cuando se agachó,
solamente sentía el maíz caer por su cabeza y los rostros de aquellos que rieron
aquella vez muertos de risa desde el plano en que se encontraran. Pensó, se
detuvo y negó con el alma. Sabía que su madre ya no se reía de esas necedades, y
que su padre jamás se rio fuera de aquel viaje que habían hecho hacía
añares. Los que reían ahora eran otros,
ella los veía.
Todo estaba emplumado y lleno de excremento: el piso, la baranda, las macetas, las escobas,
su amiga que rasqueteaba en silencio, ese silencio que suele tener y que es a
la vez el mejor de los abrazos que puede darte alguien muy querido… Sintió que
aquellas que le habían picoteado la cabeza, jamás habían desaparecido y ahora
habían vuelto a anidar en ese hogar tan frío como las madrugadas de julio.
Hubiese querido agarrar todas las bolsas de mugre que llenaron juntas y
metérselas en la boca muy profunda a aquellos que ahora reían…porque están,
ella sabe que están, pero riendo desde sus casas, mientras ella sigue,
intentando no demostrar, siendo fuerte, como siempre, ante la aberración más
grande.