viernes, 3 de febrero de 2023

Un tal Iglesias (Por Patricia F.)



Hola a todos, el blog El Tintero de Oro nos convoca a un nuevo concurso de relatos, la edición número 35, LA CONJURA DE LOS NECIOS DE John Kennedy Toole.
Hay que escribir una historia protagonizada por un personaje excéntrico y único, sin superar las 900 palabras.





Aquí les dejo a mi personaje y su historia, el dibujo es una rápida imagen creada por mí para representarlo, si con los años la memoria no me falla, más o menos este dibujo lo muestra, con ustedes:



UN TAL IGLESIAS. (Por Patricia F.)





Por un tal “Iglesias”, así simplemente lo conocían, nadie sabía su nombre y suponían que ése era su apellido. 

En sus tiempos mozos debió ser un hombre “pintón”, como se les solía decir a los hombres atractivos en aquellas épocas de mi infancia. 

Vestía como los malevos de Buenos Aires (según el lunfardo así llamaban a los matones y pendencieros, que vivían en los arrabales de la ciudad). Así vestido siempre con un pantalón y saco marrón a rayas, camisa blanca y pañuelo al cuello, en su cabeza un chambergo y en la cintura un puñal, que no siempre el saco lograba disimular. 

Alejado de los tiempos de arrabales, él vivía fuera de la ciudad capital, entre los quinteros inmigrantes italianos en la costa del Río de la Plata, en un rancho de madera, a orillas del canal. 

Nadie sabía a ciencia cierta de dónde venía y porqué se quedó en el tiempo con su vestimenta tan particular, si por un amor perdido o deudas sin saldar, lo cierto es que todos le temían y nadie se animaba a contradecir, pues no sabían cómo podía reaccionar. 

Contaban los mayores que cuando llegó a vivir a esa zona era bastante joven, educado y bien presentado, pero que con el tiempo la bebida lo fue cambiando, hasta el punto de que sus ojos inyectados de sangre asustaban hasta el más valiente de los vecinos; el alcohol era un poderoso veneno. Flaco, realmente muy delgado, pero con una fuerza descomunal; cuando se trenzaba a los puños entre dos no lo podían parar. 

Le gustaba escuchar los tangos y alguna milonga a veces se le escuchaba silbar, era un guitarrista bastante bueno por eso al principio lo invitaban a alguna celebración para que tocara la guitarra y acompañara a otro músico que tocaba el bandoneón. 

Al principio se mostraba bastante educado, saludando a las mujeres que pasaban con una leve inclinación de cabeza y levantando un poco su sombrero. Con el paso del tiempo las buenas costumbres se fueron perdiendo, a medida que el vino se apoderó de su sangre y por cierto que en las quintas había vino en abundancia, ya que la mayoría de los quinteros tenía sus vides de uva “chinche” y hacían sus propias bebidas alcohólicas, por lo tanto, Iglesias estaba bien provisto de lo contrario se iba al almacén de ramos generales y bar a tomarse unos tragos de ginebra o alguna grapa casera. 

 Tambaleándose por el camino de tierra, hablando con sus fantasmas y enojado con la vida misma se lo veía pasar y todos lo evitaban mientras los niños le temíamos, pues según las abuelas decían pasaba cómo “alma que llevaba el diablo” y obviamente nadie quería cruzarse con el diablo. 

La gente lo miraba con recelo, pues un alma en pena con vaya a saber uno que tristezas albergaba, no era de fiar; dejó de andar pulcro y prolijo, ya ninguna flor adornaba su ojal. 

Su ropa sucia y raída, el rostro sin afeitar y en su mente los mil demonios fueron a habitar hasta tal punto que una tarde lo vieron pasándose kerosene (el combustible que por entonces se usaba en los faroles de noche) por los zapatos, sus pantalones y sus manos repitiendo que así eliminaría los bichos que se le trepaban... sin dudas deliraba o su mente en una danza de locura perdió toda conexión con la realidad. 

A los pocos días lo hallaron muerto a orillas de un zanjón, no fue el puñal de un contrincante sino su peor enemigo: el alcohol. 

 

 

 

 

Uno entre miles. (Por Patricia F.)

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