Sudestada. (Por Patricia F.)
(foto de la web)
El día amaneció helado, el viento del sudeste amenazaba con hacer bajar aún más la temperatura, congelando todo a su paso; nuestros rostros infantiles de cachetes colorados un poco por el sol y otro poco por el mismo frío (parecían no sentirlo), era época de juegos y lo que importaba era divertirse.
Sabíamos de antemano, porque así nos enseñaban lo adultos que si había sudestada crecería el río y desbordaría de sus márgenes inundando todo, por lo tanto, no podríamos ir a la escuela, por un par de días nos quedaríamos en casa jugando (para nosotros eso era una fiesta). Lejos estábamos en ese entonces de la preocupaciones y problemas de nuestros mayores.
Mi Nonna nos decía: - ¡Miren qué rápido está creciendo el río! ¡cómo arrastra a ese camalote, parece una flecha!, ahí lo veíamos pasar imaginando que era una pequeña isla llevando entre sus hojas algún animalito extraño, (puesto que no era la primera vez que la cantidad de camalotes que arrastraba el río dejaban alguna víbora, araña, iguanas o nutrias que llevaban acuestas).
Más temprano que tarde, las partes bajas del camino comenzaban a cubrirse de agua, con las botas puestas con mi hermano observábamos a los pequeños pececitos, llamados “orilleros”, cómo se abrían camino entre los tréboles que quedaban cada vez más cubiertos por el agua.
Cuando cruzaba el patio, era hora de subir, puesto que en un rato todo quedaría bajo agua y en nuestras casas de alto estaríamos seguros. Esa vivienda construida en madera sobre pilotes, al igual que todas las casas ribereñas fue nuestro hogar, el que mi padre construyó con sus manos y que siempre embellecía con sus detalles y arreglos nuevos; donde mi madre imprimió su sello en las cortinas y colchas hechas por ella. Fue nuestro refugio en la niñez y adolescencia.
El viento sur soplaba cada vez más fuerte trayendo las nubes consigo, con ellas, la lluvia. Todo ya estaba bajo agua, la quinta se transformaba en un inmenso mar de agua dulce, del que sólo asomaban las copas de los árboles y los frutales más altos, allí se refugiaban para no perecer ahogados los cuises (esos pequeños roedores silvestres), compitiendo con los pájaros por las alturas.
Afuera el frío invierno, adentro el calor de la cocina de leña, calor de hogar.
Ahora cuando hay sudestada, recuerdo ese canal devorado por las aguas con esa fuerza increíble que le otorga la naturaleza, si hasta una zamba le escribieron que en algún tiempo sonó en una guitarra.
(foto familiar)
Patricia F.