viernes, 22 de julio de 2022

Retazos. (Por Patricia F.)

Retazos. (Por Patricia F.)


A veces la vida es eso... retazos, sólo eso, una colección de pequeños retazos...

                                                                                                                                   Patricia F. 






(Collage en papel y luego digital, de a poco volviendo a las cosas que me gustan, el collage inspiró la frase)

lunes, 18 de julio de 2022

 Hasta los monstruos también lloran (por Susana)


Hola a todos: hoy quiero compartirles un relato que escribí a partir de

 una obra de mi alumna Ambar. Ella concurre a mi taller desde hace un

 año. Tiene doce años, pero parece una genia pintora de 80. Su musa es

 extraordinaria y cuando comienza a tirar líneas en silencio, me apasiona

 ver los resultados porque son maravillosos. Cuando terminó este dibujo

 le dije que yo escribiría la historia. Sus condiciones fueron el nombre de

 la protagonista y el de la historia. Suele ponerle nombre a sus obras

 normalmente, pero este nombre me enganchó de una forma que no

 podía dejar de escribir sobre ella. Espero les guste porque yo la pasé

 muy bien escribiéndola. Denle mucho amor y gracias por pasar a

 leernos.



     Cuando llegué del colegio y bajé del micro escolar, mi abuela me esperaba en la puerta con una hermosa sonrisa.  Su abrazo fue diferente ese día. Me apretujó y me dijo que me amaba.

     Entré en casa y en el sillón del living papá estaba abrazando a mami, pasaba el brazo por su hombro y lo atraía hacia él. Me pidieron que me sentara que tenían algo que decirme y parecía muy importante.

     Después de la noticia me encerré en mi cuarto a leer, luego de almorzar, como todas las tardes.

     Nada parecía igual y las cosas, a pesar de la sensación, seguían en su lugar.

     Corrí las cortinas para que no entrara el sol. No quería su calor. Nada podía entibiar mi alma aquella tarde.

     En algún momento, levanté la vista del libro que leía y vi cómo se deslizaba una sombra por debajo de la puerta. Iba creciendo a medida que entraba. Era oscuro, muy peludo y con unos dientes enormes. Apenas se veían sus ojos.

Le pregunté quién era y de dónde había salido. Simplemente me respondió que recién había llegado y que se quedaría conmigo un tiempo.

“Soy Maddie”, le dije. Él me respondió que no tenía nombre, que lo llamaban de diferentes maneras y que yo ya encontraría cómo decirle.

     Comenzamos a conversar y de repente, me encontré confiándole mis secretos, mis recuerdos y hasta mis chistes.

Esperaba llegar de la escuela para encerrarme en mi cuarto y contarle todo tipo de vivencias hermosas, pasadas y presentes.

     Pasaron algunos meses. Un día papá me retiró de la escuela antes de tiempo y me llevó a casa.

     Mamá hacía muchos días que no se levantaba de la cama. Me acerqué a su lado y con su débil voz comenzó a decirme que debía dejar ir el miedo, que es un monstruo enorme que nos encierra en nosotros mismos y nos aísla de los demás. Que la vida continuaría y aunque ella no estuviera físicamente con nosotros, jamás nos abandonaría. Que papá y la abuela estarían allí para mí, siempre.

     La abracé muy fuerte, se despedía y no podía retenerla. Entonces, recordé que todos esos meses de su enfermedad había estado encerrada con mi propio monstruo contándole cada momento especial vivido junto a ella.

     Era mi propio miedo a perderla que se había colado aquella tarde por debajo de la puerta de mi habitación.

     Cuando entré allí ese día, él simplemente estaba llorando en un rincón.

     Me miró con sus ojos pequeños y sus enormes dientes filosos y me dijo: “te acompañaré hasta que esto termine. Pero luego, por tu bien, deberás dejarme ir” Era mi confidente, mi refugio ¿también él se iría?

     Llegó el día del funeral. No fue agradable el entierro, el cementerio es un lugar muy silencioso y tú solo quieres gritar hasta quedarte sin voz.

     Yo sólo escuchaba llorar detrás de mí a mi monstruo interior. “Hasta los monstruos también lloran”

     Lloraba porque no podía ver que me despidiera de mi madre en aquel lugar, tan pronto.

     Cuando la ceremonia terminó, la lluvia se detuvo. Me di cuenta que solamente eran sus lágrimas cayendo sobre mi paraguas.

     Me aferré a la mano de mi padre y comenzamos a caminar hacia el auto para volver a casa. Me senté en el asiento trasero y mi abuela me abrazó muy fuerte.

     Cuando me asomé por la ventanilla él había desaparecido.


Uno entre miles. (Por Patricia F.)

  Este jueves la propuesta vuelve de la mano de Neogéminis.  Mónica nos desafía a escribir un relato titulado: 1 entre 1000, después de much...