martes, 16 de noviembre de 2021

Tiempo de tilos y de jacarandas

por Rosana 


    Cuando aún no pensaba en los nombres de los árboles, ni me fascinaban sus pelucas verdes, ni sembraba semillas año a año intentando tener cuanto ejemplar me encontrara en el camino, solía ir los días martes a la casa de mi abuela paterna.



    Este hábito que a mi me fascinaba, paradójicamente fastidiaba a mi madre,  (cuestiones de suegra y nuera que jamás deberían de enterarse los niños que existen). Para mí, los martes eran mágicos: iba a la escuela ya sabiendo que al medio día, el micro escolar me dejaría en su casa, en donde me esperaba, me cocinaba, mirábamos juntas novelas y además, allí, vivía una prima muy querida con la cual jugaba, hija de la hermana mayor de mi papá.




    Jamás le había prestado atención a los tilos que decoraban cual gigantes custodios, la plaza de enfrente, la Plaza José Hernández, la única plaza de la Isla Maciel. Paseaba por allí de la mano de mi tía, a la que le encantaba lucir a su sobrina regordeta, haciendo que mis cachetes fuesen pellizcados por todas las doñas que con la excusa de barrer la vereda, entablaban hartas conversaciones despellejando uno por uno a los vecinos. La verdad, me molestaba bastante, pero yo insistía en ir a vivir esa hazaña: los martes eran diferentes, no importaba en dónde, cómo y con quién. La rutina fue, es y será mi enemiga número uno y elevaré altares a todo aquello que logre destruirla. 

    El tiempo aquel pasó cual ventarrón, pero cada primavera, el aroma de los tilos en Buenos Aires, logra encogerme a un metro veinte de altura, hace que mis cachetes exploten, tome mis útiles, los acomode en el portafolios y parta a vivir ese día tan particular con mi abuela paterna. Los tilos logran el milagro de ganarle al tiempo, el imposible milagro de poder vivir otra vez esos momentos.

    En mi barrio natal no había jacarandas, eso es parte de esta vida que voy transitando, es parte de la adultez. Los visualicé cuando me mudé a Capital, y empecé a notar que en primavera, Buenos Aires se tiñe de violeta. Le encanta colorearse por entera, calle a calle, arteria a arteria. Se pinta de ese tono y desparrama pinceladas por las veredas. Ver el espectáculo engrandece el alma y devuelve las ganas de continuar caminando hacia adelante.

    Con el tiempo, valga la redundancia, el tiempo tiene eso de las fragancias, los colores, las cosas que queremos que queden fotografiadas en la memoria. Después de todo, es lo único que vamos a llevarnos a donde vayamos.








15 comentarios:

  1. Muy lindo relato, ese recuerdo de infancia, en aquellas épocas que te pellizcaban los cachetes, cómo me enojaba eso, y ahora las jacarandas de Buenos Aires, en esta época son la gloria, un abrazo Ro.

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    1. Siiiii, los cachetes eran sinónimo de salud y se probaba dejándose pellizcar!!! jajaja. Abrazo
      Rosana

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  2. Los recuerdos de la niñez hay que airearlo para que no se olviden y para que nos hagan recordar los nuestros. Un abrazo

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    1. Hola Ester, en realidad el perfume de los tilos, cada año, no permite que me olvide de esas historias.
      Un abrazo enorme

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  3. Esos recuerdos, tan bien narrados de los martes, están enteritos en tu mente

    Y regresan con los aromas. Preioso post. Un abrazo

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  4. Qué hermosos recuerdos, y que imágenes más hermosas. Yo siempre estuve enamorada de la Jacaranda. Besos :D

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  5. Que bonito tener esos recuerdos de esos martes diferentes, parecen poca cosa y sin embargo ahí están volviendo cuando un aroma aparece. Un abrazo.

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    1. Son las cosas que la mente y el corazón rescatan para seguir para adelante.
      Abrazo

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  6. Hermosas líneas inspiradas en aromas del pasado, que al recordarlas se convierten en deliciosa fragancia del corazón.
    Tu obra posee una narrativa tan dulce y bella que, tus palabras traslucen toda la felicidad que sentiste cuando eras pequeña y que aún hoy, te siguen haciendo feliz de solo recordar.
    La dulce nena de los martes mágicos en casa de la abuela, la de los paseos por la Plaza José Hernández, sigue presente y vigente en los latidos de tu corazón, porque sin importar los años transcurridos, aquella niña sigue viva en ti.
    Me encantó leerte. Gracias por ello.

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    1. Hermosísimo comentario Juan Carlos, muy sentido. Gracias por leerme
      Abrazo

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  7. Cuando somo niños vemos el mundo de otro modo al de los adultos. Es una pena que eso se acabe. Tuve una experiencia en referencia a los cachetes... no sé muy bien cómo definirlo. https://lamadredelpatonegro.blogspot.com/2021/04/22-la-cajera.html

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  8. Hola Cabronidas, bienvenido por aquí. Graaaacias. Me encantaría conocer tu experiencia. Abrazo

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  9. Ay, si! cuanta belleza y preciosos recuerdos! los jacarandaes son una caricia lila para el alma de la Ciudad ೋღ 🌺 ღೋ

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