Calles de Dock Sud Imagen extraída de la web |
Seis y diez de la tarde. Hace un rato largo que está oscuro.
El invierno se anuncia de esta forma, un día de semana, realmente un descarado,
no traje más que el sweater, a la mañana no hacía frío. Todavía estoy en la
escuela. El aire frío entra por las ventanas. El colectivo va a tardar muchísimo.
Si por lo menos el timbre tocara seis y veinticinco no me perdería el que pasa
seis y media. Ahora tendré como media hora para contemplar el gris del barrio a
esta hora de la tarde. Tiemblo, tengo piel de gallina. ¡Odio esperar el
colectivo que encima va a dejarme como a cuatro largas cuadras! Quisiera tomar
un helicóptero que me deje directamente debajo de la ducha tibia.
No llega. Quedan al desnudo los adoquines que al medio día
sufren una y mil pisadas de los transeúntes que, a esta hora, ya están con algo
caliente en sus manos, en sus casas. Hace como diez minutos pasó la última
madre en compañía de su niño, fueron a la fotocopiadora a encargar lo que
necesitará para las clases de mañana. Quedan a la intemperie los autos
destruidos de la agencia de Remis. Solo por estos lares, los autos pueden ser
desparpajos oxidados, con las puertas sujetas con pegamento y un motor que
carraspea todo el viaje hasta el destino.
Ya subí y bajé del cordón de la vereda más de veinte veces,
sigue sin divisarse ese patético colectivo que, para colmo, llegará lleno de
gente que vuelve de un intenso día de trabajo, salpicada de aromas que provocan
vómitos. Siento el hielo del aire lastimándome la piel. Sólo andan cabizbajos
cuatro o cinco perros callejeros. Van olfateando las paredes despintadas, van y
vienen, se acercan, intentan ser amigables, quieren lograr que alguien les arroje un hueso, aunque sea ya
pelado por otros canes, otras veces.
Tantos años trabajando en el colegio, jamás logré que me
dieran un horario más humano, menos frío, menos anochecido. El barrio va
convirtiéndose en un gigante nocturno que amenaza con tragarme. Un rato más y
comenzarán a deambular esos que sueñan con arrancarme el celular de la mano, o
despojarme de los pocos pesos que llevo en la cartera. La aprieto contra el
costado, tanto, que las manos heladas quedan dibujadas en el cuero y las yemas
de los dedos comienzan a dolerme. Silencio, frío y silencio. Los comercios van
bajando sus persianas y me voy quedando sola esperando el maldito colectivo.
Esto no da para más. Demasiadas horas fuera de casa para llegar cada día, a la
misma hora, tiesa. El frío va a guiarme hacia la academia de manejo. Creo que
es lo único que voy a tener para agradecerle.
Muy bien narrado, y tengo que darte la razón cuando se habla del horario de trabajo se omite el de los desplazamientos y suman muchos minutos. Abrazos
ResponderBorrarTal cual Ester, a nadie le importa mucho todo lo que padecen los empleados, solamente vale que la empresa funcione.
BorrarAbrazos.
Excelente narración, ahi me vi yo saliendo de mi trabajo, sola con el frío y la ya parcial oscuridad, el cansancio y el miedo, juntos forman un panorama de terror, muy bueno, un abrazo.
ResponderBorrarBello como todo lo que escribis. Me hacés transportar a todos esos lugares y me traes recuerdos siempre. Gracias. Susi
ResponderBorrarHe ido acompañando a la narradora gracias a lo bien descrito que están el contexto y sus emociones. Un buen relato.
ResponderBorrarBesos.
Qué bien contado, te he ido acompañando a cada paso. Besos :D
ResponderBorrarTal vez necesites un carnet de conducir, porque al frío se cala hasta los hueso leyendo tu texto.
ResponderBorrarUn abrazo, y feliz jueves