Los dos hermanos, espaldas agobiadas, pieles curtidas, se apoyaban uno en el otro, y los dos en el tronco caído de un eucalipto seco. Uno se sacó el pañuelo del cuello y se limpió la cara, el otro le sondeó el alma con la mirada clara.
— Es el fin.
— Sí, creo que es el fin. Después de todo ya hace rato que lo
esperábamos.
—¿Vamos
adentro?
— ¿Para
qué? ¡Que nos acabe de una vez!. Ya se llevó todo, todo. La última esperanza,
la última ilusión.Tenía razón el pastor, en definitiva volvemos al polvo.
El otro asintió con la cabeza, pensativo. Pasaron
unos minutos antes que respondiera:
—¿Volvemos?
¡El polvo viene a buscarnos!
Cambiaron levemente de postura, el de la derecha se acodó en el tronco,
el otro le pasó un brazo sobre el hombro, como cuando eran niños. Escudriñaron
la oscuridad. En la lejanía se había formado la tormenta de tierra más
amenazante que hubieran visto, se acercaba a velocidad de locomotora y con el
mismo estruendo.La tierra era roja, pero desde que La Oscuridad se había
cernido sobre la Tierra, conocían los mil matices del negro.
Primero fue el calor, después la sequía. La sequía acabó con la
vegetación y entonces los vientos reinaron. Sin humedad y sin obstáculos
levantaron la tierra en torbellinos, alimentados por el propio suelo desmenuzado
en partículas. Trombas, tornados, huracanes secos. El aire se llenó de polvo y
el polvo tapó el sol. La falta de luz
mató lo poco verde que quedaba. Los herbívoros sucumbieron primero, algo más
tarde, los demás. Y vino el frío.
Las voces e imágenes de su niñez jugaban a las
escondidas en sus memorias: la planicie verdeaba de trigo. Todavía hacía frío
en las mañanas esas, en las que su padre los levantaba, uno en cada brazo, para
mostrarles los brotes nuevos y los devolvía a la tibieza de la cama,
despeinándolos. “Tienes el pelo del color del trigo”, le decía a un hermano, “ y
tú, del de la miel”, al otro. Después,
cuando el mar dorado ya ondulaba de espigas, hacía calor. Trepados a la rama baja del eucalipto, con el
brazo del mayor en los hombros del más chico, igual que ahora admiraban la
transformación del campo. Hasta que alguno lanzaba el desafío y descolgándose
del árbol correteaban entre el cereal más alto que ellos y adivinaban la presencia
del otro por el roce de los tallos al mecerse. El padre rezongaba tibiamente
por las espigas aplastadas. Buenos tiempos, amor, buenas cosechas.
“Todo esto será de ustedes algún día. La tierra no falla, espérenla. Cómo
iba a imaginarse, el viejo, que las cosas cambiarían para siempre!
Ahora, ni miel ni trigo: los dos tenían los cabellos blancos y la cara
reticulada por surcos de preocupación e
intemperie. Llegó el agujero de ozono y algunos se cuidaron la piel; pero no
ellos, que respiraban sol y ráfagas de eucalipto. La tierra se recalentó. Ellos,
recordando a su viejo, esperaron. Cuando se resignaron que el trigo no se daba
ni daría más, ni ningún otro cultivo, criaron chivos; al final, para
sobrevivir, cazaron. Cazaron cualquier cosa capaz de subsistir en esa tierra
agostada, resquebrajada por el sol impiadoso y por los vientos que barrían su
capa fértil, como una ancianidad prematura que quitaba la capacidad de procrear.Tiempo
después reinó La Oscuridad.
Y el polvo de todos los desiertos se llevó a los dos últimos australianos.
Muy bueno, muy real y actual, invade la tristeza de saberlo así, hermosa tu ilustración.
ResponderBorrarTe lo dije muchas veces, una vez más: qué lindo escribís, y tus ilustraciones son lo más.
ResponderBorrarQué triste realidad y qué nostálgico! Me gusta mucho!!!
ResponderBorrarHola. Qué bonita sorpresa ha sido visitar y conocer tu blog, he disfrutado la escritura. Gracias, ya te sigo.
ResponderBorrarBesos.
Hola Carmen en TU tinta. Gracias por tu comentario. Yo disfruté la lectura de algunos de tus escritos. Daktari
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