miércoles, 3 de noviembre de 2021

 



Los secretos de la abuela

Si había algo que me fascinaba hacer de niña, era revisar los cajones de la casa de mi abuela. Buscaba el momento en que ella no estuviera o durmiera profundamente la siesta, entonces yo, sigilosamente, comenzaba por el cajón del aparador que estaba ubicado contra la pared del  largo comedor.  Ese mueble verde claro con agarraderas de vidrio en forma de flores y vitrina biselada me invitaba a sumergirme en un mundo fantástico.

A la abuela no le gustaba que revisaran sus cajones. Para ella siempre podía romperse algo. Cuidaba y preservaba todo, cada elemento, adorno, herramienta. En aquel momento no se hablaba de reciclar, pero ella fue pionera en el arte de utilizar cualquier cosa rota para convertirla en algo útil y necesario.

Esa tarde se había ido a visitar a su hermano, así que el aparador estaba solito para mí, invitándome a viajar a su interior, descubrir tesoros antiguos traídos de Italia. Tal vez alguna carta de amor secreto o fotos que yo jamás había visto.

Seguramente allí habría algo con lo que yo pudiera hacer viajar mi imaginación hasta lugares remotos. ¿Y si la abuela fue una princesa que escapó de la persecución? ¿Y si era una espía secreta que llegó al país persiguiendo el crimen?

El cajón del medio era mi gran desafío. Nunca había podido verlo porque era el que no se abría con facilidad. Las veces que vi a mi nona guardando algo allí, mis escasos centímetros de altura no me dejaban alcanzar su interior.

Pero aquella tarde de enero, con el calor de la tarde entrando por la puerta y el silencio de la siesta, la ausencia de mi abuela me daba tiempo para averiguar por fin qué escondía.

Agarré el picaporte y tiré suavemente. Nada pasó. No se abrió ni un centímetro. Tomé una silla, la acerqué al mueble, me subí y desde allí tenía una mejor posición para hacer fuerza. El secreto fue ese, levanté un poco el cajón hacia arriba y hacia atrás y como en un “ábrete Sésamo” la caja celeste se deslizó para que yo buceara en ella.

No me animé a meter mis manos enseguida. Creo que en el fondo lo sentí como un sacrilegio. ¿Y si se daba cuenta? ¿Y si movía algo importante? ¿Y si rompía alguna reliquia valiosa?

A simple vista solo pude ver unas pocas cosas:  botones de carey, algunos pequeños ovillos de lana, la mitad de un broche para la ropa, una aguja para crochet y una bolita de vidrio verde con destellos amarillos. También sobres para cartas, un lapicito gastado y estampillas

Iba a empezar a revisar cuando escuché que se abría el portón del frente. La abuela volvía para dormir su siesta y yo era un polizón merodeando su lugar.

Cerré el cajón haciendo mucha fuerza, tratando que el movimiento no desubicara las reliquias. Bajé de la silla, la puse junto a la mesa y justo en ese instante mi nona entró.

-¿Cosa fai? –preguntó.

- Nada, abuela. Quería saber si esta noche podía dormir acá con vos.

-Sí, claro.

Yo sabía que aquel mueble  verde con vidrios biselados guardaba secretos increíbles. Y los guardaba tan bien que solo estaban disfrazados para que nadie los robara, ni siquiera una niña de 7 años que siguió buscando mil y una maravillas en los cajones mágicos con agarraderas de flor.

4 comentarios:

  1. Los cajones y baules de la abuela son tesoros que en la imaginación infantil se desbordan. Por suerte i abuela nos los dejaba ver, nos contaba la historia de cada uno de ellos. Abrazos

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  2. Qué lindo era revisar los cajones, mi nonna me dejaba y me contaba la historia de cada cosa que me llamaba la atención, lindos recuerdos.

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  3. Seguro que esos botens y tontunas estaban disfrazados para que la nena no viera lo que realmente escondían los cajones.

    Muy bueno. Un abrazo

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  4. Ay que bonito y qué recuerdos, de esas cómodas de nuestras abuelas que guardaban, en efecto, de todo. Besos :D

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