Los secretos de la abuela
Si había algo que me fascinaba hacer de niña, era revisar
los cajones de la casa de mi abuela. Buscaba el momento en que ella no
estuviera o durmiera profundamente la siesta, entonces yo, sigilosamente,
comenzaba por el cajón del aparador que estaba ubicado contra la pared del largo comedor. Ese mueble verde claro con agarraderas de
vidrio en forma de flores y vitrina biselada me invitaba a sumergirme en un
mundo fantástico.
A la abuela no le gustaba que revisaran sus cajones. Para
ella siempre podía romperse algo. Cuidaba y preservaba todo, cada elemento,
adorno, herramienta. En aquel momento no se hablaba de reciclar, pero ella fue
pionera en el arte de utilizar cualquier cosa rota para convertirla en algo
útil y necesario.
Esa tarde se había ido a visitar a su hermano, así que el
aparador estaba solito para mí, invitándome a viajar a su interior, descubrir
tesoros antiguos traídos de Italia. Tal vez alguna carta de amor secreto o
fotos que yo jamás había visto.
Seguramente allí habría algo con lo que yo pudiera hacer
viajar mi imaginación hasta lugares remotos. ¿Y si la abuela fue una princesa
que escapó de la persecución? ¿Y si era una espía secreta que llegó al país
persiguiendo el crimen?
El cajón del medio era mi gran desafío. Nunca había podido
verlo porque era el que no se abría con facilidad. Las veces que vi a mi nona
guardando algo allí, mis escasos centímetros de altura no me dejaban alcanzar
su interior.
Pero aquella tarde de enero, con el calor de la tarde
entrando por la puerta y el silencio de la siesta, la ausencia de mi abuela me
daba tiempo para averiguar por fin qué escondía.
Agarré el picaporte y tiré
suavemente. Nada pasó. No se abrió ni un centímetro. Tomé una silla, la acerqué
al mueble, me subí y desde allí tenía una mejor posición para hacer fuerza. El
secreto fue ese, levanté un poco el cajón hacia arriba y hacia atrás y como en
un “ábrete Sésamo” la caja celeste se deslizó para que yo buceara en ella.
No me animé a meter mis manos
enseguida. Creo que en el fondo lo sentí como un sacrilegio. ¿Y si se daba
cuenta? ¿Y si movía algo importante? ¿Y si rompía alguna reliquia valiosa?
A simple vista solo pude ver unas
pocas cosas: botones de carey, algunos
pequeños ovillos de lana, la mitad de un broche para la ropa, una aguja para
crochet y una bolita de vidrio verde con destellos amarillos. También sobres
para cartas, un lapicito gastado y estampillas
Iba a empezar a revisar cuando
escuché que se abría el portón del frente. La abuela volvía para dormir su
siesta y yo era un polizón merodeando su lugar.
Cerré el cajón haciendo mucha
fuerza, tratando que el movimiento no desubicara las reliquias. Bajé de la
silla, la puse junto a la mesa y justo en ese instante mi nona entró.
-¿Cosa fai? –preguntó.
- Nada, abuela. Quería saber si esta noche podía dormir acá
con vos.
-Sí, claro.
Yo sabía que aquel mueble
verde con vidrios biselados guardaba secretos increíbles. Y los guardaba
tan bien que solo estaban disfrazados para que nadie los robara, ni siquiera
una niña de 7 años que siguió buscando mil y una maravillas en los cajones mágicos
con agarraderas de flor.
Los cajones y baules de la abuela son tesoros que en la imaginación infantil se desbordan. Por suerte i abuela nos los dejaba ver, nos contaba la historia de cada uno de ellos. Abrazos
ResponderBorrarQué lindo era revisar los cajones, mi nonna me dejaba y me contaba la historia de cada cosa que me llamaba la atención, lindos recuerdos.
ResponderBorrarSeguro que esos botens y tontunas estaban disfrazados para que la nena no viera lo que realmente escondían los cajones.
ResponderBorrarMuy bueno. Un abrazo
Ay que bonito y qué recuerdos, de esas cómodas de nuestras abuelas que guardaban, en efecto, de todo. Besos :D
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