Pensando durante el desayuno
Por Rosana
Cuatro ruedas y la carrocería azul. El transportador que me
sacaba del aburrimiento, me devolvía no sólo la sonrisa que me quitaba el
tedio, sino, me devolvía a la madre que las ocupaciones me sustraían a diario.
Pequeño, muy pequeño, por momentos se expandía como un globo
azul, y comenzábamos a entrar de a uno, en fila india, pero antes, en el
diminuto baúl, casi imperceptible, mi vieja ponía provisiones como si nos
estuviésemos escapando siempre de alguna guerra. Como la vez que fuimos a Mar
del Plata, y en el asiento de atrás, no nos distinguíamos, hoy dudo si tal vez,
habremos respirado en ese viaje de ida y vuelta.
Para mí era el símbolo de la libertad: los domingos en
Palermo, las tardes en el Ital Park, algunas veces al Parque Pereyra, el FIAT
600, llegaba a donde le indicaran sin presentar resistencia.
Una noche, desde la ventana de mi habitación vi que un extraño se subía, con el consentimiento de mi padre. En mis épocas, los niños no participaban de ese tipo de decisiones, por ende, nadie contempló la necesidad de que me despidiera de ese primer puente a mis cortas aventuras: mi papá había vendido el “fitito”, sin siquiera sospechar, que a mi tanto me importaba.
Se fue, y con él se fueron tantos momentos vividos en la
niñez que hasta entonces había durado muy poco. La famosa frase “vos no tenés
por qué opinar”, reinó siempre en la mesa de casa. Gran error pensar que porque
el adulto lo dictamine, la mente infantil pone freno a sus pensamientos y
obedece… No pude opinar, pero si senti que el “Fitito”, se llevaba en su baúl,
tantos secretos de mis primero años.
me rio no es una entrada que vaya a tener muchos comentarios
ResponderBorrarEscribimos porque nos gusta, y nos gusta compartirlo. Bienvenidas sean todas las opiniones.
BorrarTu relato toca un punto sensible que puede romper pequeños corazones. Y es que, los niños suelen otorgar un valor distinto a las cosas, como en este caso sucedía con el pequeño auto familiar.
ResponderBorrarNo era una simple máquina con llantas y motor que se va depreciando con el tiempo. Era el compañero de aventuras, el amigo de paseos memorables, el imán de recuerdos familiares… y nadie vende a un amigo.
Nadie le advirtió nada, no pudo abogar por él, ni siquiera tuvo la oportunidad de despedirse. Y es que, los adultos olvidamos que alguna vez también fuimos niños y que ellos se encariñan de una manera distinta, ignorándolos en decisiones que deberían ser familiares… pero esa es otra historia.
Me encantó esa tu forma tan natural de abordar el tema, como si una parte de ese corazón infante estuviera aún latiendo en las letras de tu obra.
Gracias por compartir tu talento.
Claro que no era una simple máquina, Juan Carlos, desde mi baja estatura, era una puerta a la libertad. Gracias por tus elogios.
BorrarGracias Mari Carmen, me encanta leer tus opiniones. Sirven para seguir avanzando. Cariños desde Argentina
ResponderBorrarGracias a todos!!!
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