miércoles, 9 de noviembre de 2022

Barracas Peña


Yo propongo y Dios dispone (por Rosana)

A veces hacemos planes que no pueden concretarse,  pero el hacedor de planes que nos guía, que nos protege, va entretejiendo circunstancias que nos llevan a vivir mágicos momentos.

Partí de casa  con un propósito, como siempre, pensando que en la escuela podría llevar adelante lo que tenía pensado, pero muy por el contrario, la escuela está llena de emergentes y hay que ir acomodándose. Pude llevar adelante la mitad de lo pensado, y antes de hacer salpicar mi furia hacia los costados, elegí, como siempre, estar con los niños, que son hace años, mis mejores compañeros de la rutina diaria.

Aprovechando que un grupo de quinto grado tenía una salida y que se necesitaban docentes que acompañen, me arrojé a la aventura. 

Tal vez es bueno aclarar en este punto que mi escuela está en el barrio de La Boca, uno de los barrios con más historia en esta Buenos Aires políglota y compuesta por ciento de culturas diversas. Un barrio construido por los brazos de los inmigrantes que arribaron hace más de cien años desde Europa.

Hace un tiempo que el Supremo intenta sorprenderme de diversas formar y me deja susurrando, una sorpresa que para mi sorpresa, me une fuertemente con un pasado con el cual estaba enojadísima. Esta mañana volvió a sorprenderme. 

Partimos rapidito, se nos hacía tarde, íbamos a pocas cuadras, así que salimos bañados por el fantástico sol que hoy decoraba nuestra ciudad.










Cuando llegamos, creímos que el lugar era el equivocado, lucía un tanto deteriorado por el tiempo. Se notaba el paso de más de cien años, pero se abrió la puerta. Entramos y entonces la vi: la ventana captó totalmente mi atención, del otro lado del Riachuelo estaba transcurriendo toda mi infancia: los barcos, el muelle, las montañas de pedregullo de donde robaba piedritas para tirar al río y ver por un largo rato cómo se perdían entre los círculos concéntricos que se formaban en el agua.



De pronto sentí una ráfaga de niñez que me había venido a acariciar y creí por un momento que yo también era una alumna más. 
Comencé a girar la cabeza como si fuese el ojo de una cámara; la voz del arqueólogo relataba de dónde habían salido los objetos que estaban detrás de las vidrieras, objetos que para mí eran totalmente familiares, estaban formando parte de un museo. 

Soy nieta de inmigrantes, hija de inmigrantes. Mi nonno llegó de Italia y comenzó a trabajar en los barcos areneros: el río, el muelle, los barcos, los nudos marineros, los salvavidas, y ese penetrante olor a petróleo eran parte de mi paisaje cotidiano. Hoy todo parecía ser parte de un libro en color sepia y yo era parte de la fotografía, pero también era parte espectadora. 
No podía creer lo que veía, aquellos objetos que estaban en las mesas familiares, habían estado en mi mesa tantas veces, y hoy eran piezas arqueológicas: sentí el peso de los años todo junto, pero también, el orgullo de ser un poco de historia viva.
Había trozos de platos de porcelana holandesa, cucharas de cobre muy lustrosas y otras corroídas por el tiempo. 












Esos objetos eran parte de mis almuerzos y mis cenas cotidianas, objetos que jamás creí que fuesen a estar en un museo. La niñez había venido a mi encuentro. Los domingos llenos de familia, los tallarines amasados y el arqueólogo recordó, que los genoveses, hacían los ravioles con seso de vaca y yo salté gritando como si el recuerdo de mi abuela hubiese venido a mi encuentro: ¡Siii, y son riquísimos! 
Añares que no recordaba que cada año nuevo, por años, mi abuela amasaba y hacía esos ravioles que sabían a encuentro, a tuco casero y espeso, a verano pegajoso lleno de nueces, a mortero de mármol,  a brindis con sidra congelada. 

Pasamos a la otra sala y fue como entrar al mundillo del nonno. Mi nonno era un hermoso marinero de ojos color cielo, que cantaba como una calandria y entonaba "Oh Sole Mío", mientras se lustraba los zapatos hasta gastarlos. Había dejado del otro lado del Atlántico, un mar inmensamente verde, calmo y pedregoso, lleno de frutos exquisitos que podían devorarse: crudos, fritos, hervidos, marinados, con pastasciutta, polenta o como a la nonna se le ocurriese. Llegó un día cualquiera de la década del 50 y posó sus valijas en el barrio de La Boca y allí se subió a un arenero por el resto de su vida. 




Desde esa sala, además de verse las partes de los barcos que habían rescatado en el fondo del Riachuelo, podían verse otros objetos que formaban parte de los típicos conventillos que se construyeron a finales del siglo XIX, cuando comenzaron a entrar las oleadas de inmigrantes de todos los costados de Europa

Una puerta de madera maciza que perteneció a ese lugar. Un balde de hojalata muy fuerte. Un trozo de carbón de los que brindaban energía a los barcos a vapor. Una olla un tanto corroída.




Al instante, comencé a ver una de las vitrinas y descubrí unas fotografías de niños muy parecida a aquellas que mi abuela me mostraba y en las que estaba mi padre de pequeño. La fotografía estaba acompañada por canicas de vidrio muy coloridas, como aquellas con las que jugaban los chicos en las veredas...una práctica que fue desapareciendo dado los peligros que invaden las calles.
Uno de los señores les hizo escuchar a los chicos unos audios con voces que salían de una vieja película en blanco y negro y mi mente se trasladó a esas tardes en que sentada sobre la falda de mi viejo, mirábamos juntos viejas películas en las que siempre se entonaba un tango triste. 





El broche de oro fue el relato del hallazgo de un velero español. Un velero que había partido de España cargado de mercadería, pero que al parecer, jamás llegó al puerto. Lo encontraron durante las excavaciones realizadas en Puerto Madero cuando lo estaban construyendo y lo trasladaron a la Barraca, para preservarlo.




La mañana había comenzado bastante controvertida, pero como dije al principio, la historia vino a mi encuentro y me envolvió con su manto de un pasado en el que me sentí un poco protagonista. 







14 comentarios:

  1. Un maravilloso y emotivo relato. La historia vive en nosotros de formas asombrosas. Nuestra memoria, a veces, solo necesita un pequieño disparador, una imagen para surgir de entre la telaraña de olvidos. Gracias.

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    1. Muchas gracias Miranda, es verdad, asombrada quedé ayer y por eso pude escribir. Un abrazo. (Rosana)

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  2. Hermoso relato Ro, me generó mucha nostalgia, muchas de esa han sido mis vivencias también, los ravioles de seso, entrañables, mi nonna también los hacía.
    Las fotografías hermosas, pero por sobre todo la rica historia que nos trajiste en este texto y que de una manera u otra quienes aquí vivimos hemos formado parte.
    Me encantó, un abrazo, PATRICIA

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  3. Conmueven tus palabras.
    El.poder para describir cada lugar lleno de nostalgia.
    Gracias por compartirlo..pudimos hacer juntas el paseo

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    1. Mil gracias, eso quise hacer, compartir la misma conmoción que yo sentí. Gracias

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  4. Me alegro mucho por ti de que hayas disfrutado de tus recuerdos y eso te ha hecho feliz. El pasado vuelve de la manera más sorprendente . Un besote grande y muy bellas imágenes las que nos compartes.

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  5. Hola Rosana. Lo que nos cuentas me ha dejado con la boca abierta, pues como tú bien dices, uno propone y Dios dispone. Esa cara a cara con la niñez, esos recuerdos que se han teñido de tiempo y que has visto desde otro ángulo. Me ha encantado leerte. Besos :D

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    1. Gracias Margarita, así quedé yo que no sabía con lo que iba a encontrarme, realmente, lo disfruté muchísimo
      Abrazos

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  6. Un entrañable relato, una fotografías hermosas, de adulto las vivencias de la niñez se ven desde otra prospectiva. Un placer leerte.

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  7. Muchísimas gracias. Los recuerdos parecen intactos pero están distorsionados, acaramelados diría yo. Muchas gracias otra vez.

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  8. Esta maravillosa reseña de tu mañana trajo lagrimas a mis ojos y me hizo palpitar el corazon mas fuerte. Una maravilla leerte, fue casi, casi como leer mi propia historia.
    Un abrazo grande y feliz inicio de semana!

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