jueves, 30 de septiembre de 2021

 Cosas que odio I

Manojos de Rutina  por Rosana

Llegar, sonreír, subir al ascensor de la derecha, sonreír, buenos días, sonreír mientras te vas acomodando la manija del bolso en el hombro derecho, mirar fijo la puerta del ascensor sin vacilar, dos minutos es lo que tarda hace veinte años para llegar al tercer piso. Bajar, buenos días a cada uno de los empleados que la vida te puso por delante, sonreír, no olvidar jamás ese gesto, recorrer el pasillo que te lleva al baño con el paso lento y marcado por los tacos que taconean desde entonces y te hacen enterar que el piso es de flexiplas. Entrar al baño, buenos días si hay alguien, siempre hay alguien, el baño era el refugio predilecto para respirar el aire que te quita
el agobio, entrar al baño de damas de la derecha, segundos exactos, tirar la cadena, salir sonriendo y colocarse el guardapolvo celeste, igual que el de Manolo el de la esquina. Sonreír mucho más, mirar a todos sin que la miel se escurra de los labios, y esconder detrás de los ojos café intenso, la rutinaria conformidad que enaltece. Espanto, desde mis dieciocho años, esa ceremonia que no me pertenecía me asfixiaba, me inspiraba para planear el modo de salir corriendo y recién había llegado. Entrar a la oficina con el mismo ritmo que una bailarina ingresa a una función de gala, sentarse, tipear, tipear, tipear y tipear cientos de documentos idénticos, llenos de cifras que jamás serían suyas. Tomar el café a la hora señalada. Sacar de la cartera el táper con las criollitas abrazando el jamón crudo, tirar las galletitas húmedas y reponer la misma cantidad, pero nuevas. Volver al baño, siempre al de la derecha, no olvidarse de sonreír ni de pisar fuerte el flexiplas. Norita, la conocí cinco años antes, tierna y presente como esa hermana solterona que vive tu vida porque no tiene otra, comenzaba la danza del quite del guardapolvo, mientras sacaba el Sweet Honesty de Avón de la cartera y se perfumaba la lengua antes de regresar a su casa. Sus movimientos monótonos ensayados por años, me fueron empujando hacia la puerta, me fueron precipitando hacia el cambio de rubro. Ella permaneció mucho tiempo más. Un día, la estación del subte Federico Lacroze se extendió hacia la puerta del Banco en donde concurre mensualmente a cobrar su jubilación. Sonríe, recuerda, busca las paredes grises de la oficina, intenta comer jamón crudo y ya no puede, sonríe, los dedos dibujan piruetas en el aire recordando el teclado de la Olivetti de carro gigantesco, garabatea trazos, escribe en el aire las portadas de cientos de carpetas que llevan su letra perfecta. Sonríe, las lágrimas no le están permitidas a las señoritas correctas.

4 comentarios:

  1. Me encantó, hasta yo sentí el tedio de repetir por años la misma rutina, felicitaciones, es muy bueno!

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  2. Excelente!!, necesito salir a respirar... lo vivi.

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  3. ¿Has probado a darle la vuelta a la moneda... O por lo menos ponerla de canto y permitir que ruede?

    ¡Funciona!

    Abrazo Rosana.

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