jueves, 6 de enero de 2022

 

"En un agitar de abanico"

(por Rosana)

Hoy me uno a la propuesta de El dulce susurro. Nos invita a concurrir a su baile, munidos con abanico.





Vivo sobre la calle Defensa. En estos tiempos, por aquí el calor abruma. Solemos escuchar a las cigarras que escondidas en las copas de los árboles nos hacen burlas: "quédense adentro, les va a convenir", dicen en su idioma, pero a mi el verano me provoca, por un lado me empapa de sudor y por el otro me llena de ganas de pasear y recorrer el barrio, este barrio que guarda tantos secretos y que en invierno es imposible que pueda recorrerlo.

Las cigarras a todo el mundo asustan,  a mi - como siempre, ya que jamás hago lo que los demás hacen - me provocan deseos irrefrenables de comenzar a caminar por esas calles que admiro. 

Las calles se mantienen tal cual eran entonces. El empedrado tiene magia, transporta. Se queda con los tacos incrustados. Nos hace caminar tambaleantes. Una danza irremediable que nos bambolea, mientras nos mete en un túnel del que es muy difícil salir. Salí temprano, me faltaban hacer unas compras, el calor sofocaba y las enaguas se me adherían a las piernas, no me dejaban avanzar. Las gotas de sudor iban haciendo piruetas por toda mi cara. La nuca ya estaba empapada y las gotas que iban a empezar a rodar por la frente, seguramente arruinarían el maquillaje que no sé para qué, me había puesto tan temprano. 

Caminé unas pocas cuadras, ya lo veía desde lejos: ahí estaba en la esquina, el mercado de San Telmo, allí conseguiría lo que me faltaba. Un revoltijo colorido y atrayente: de una forma mágica, las verduras  lucían orgullosas en los puestos. Una paleta de verdes y amarillos, salpicados por rojos pimentones y en otros puestos, el chorrear de las medias reces se confundían con  el sonido insoportable de los cuchillos que están por ser afilados, listos para rebanar lo que hace pocas horas era una vaca pastando tranquila por  del campo. En medio de esas escenas tragicómicas, el local de las antigüedades abría sus puertas para mostrar un cuadro de épocas congeladas, todas al unísono, sin muchas posibilidades de descubrir en qué momento histórico estábamos. Y ahí en un rincón, suspendido de un alambre lo vi. Estaba cerrado. El calor seguía matándome y mis ganas de seguir caminando continuaban intactas, así que le dije al vendedor: lo llevo. 

El pequeño hombrecito, lo descolgó con rapidez haciendo muecas de gratitud porque me había enamorado de ese objeto que pendía de una cuerda hacía vaya a saber cuántos años. Me lo entregó por unos pocos pesos e intentó contarme una historia, pero le pedí disculpas por no tener voluntad para escucharlo, solo quería caminar y no tenía ganas de escuchar disparates inventados por un vendedor de antigüedades aficionado a convencer a sus clientes de que todo tiene que tener una historia digna de ser contada. Estiró la mano, tomó el dinero y agradeció con la cabeza, agregó como pudo: "que tenga usted un hermoso fin de año", "vuelva cuando quiera, "ojo cuando lo abra..." y ya no escuché más. Apresuré la marcha, salí del mercado, ya me había fastidiado tanta amabilidad - otro problema que suelo tener, la amabilidad en exceso me saca un poco de eje - 

Ni bien di tres o cuatro pasos, seguí por la calle del Empedrado, abrí el abanico que había comprado para combatir ligeramente la ola de calor. Lo agité un poco delante de mi rostro, mientras tenía los ojos entrecerrados; al abrirlos, el sol se había escondido, y un trote de caballos me anunciaba la llegada de una galera lujosa que iba a pasar justo, justo a mi lado. Frenó unas casas más adelante. El cochero bajó, abrió la puerta y estiró la mano, y  como si me hubiese desdoblado y me estuviese viendo desde lejos, bajé de la galera vestida como jamás me había visto antes. Un hermoso vestido blanco bordado con hilos brillantes tornasolados me cubría de pies a cabeza - una forma de decir, porque tenía un escote más que pronunciado - Un precioso corte princesa resaltaba el busto que siempre se destacó. El pelo recogido se había olvidado de unos rulos que colgaban al costado de mis orejas, y las gotas de transpiración seguían siendo las mismas que hacía un rato, lo que no entiendo es por qué las dejaba rodar sin tocarme la cara, sospecho que en aquella época que estaba transcurriendo a pasos de mi, las señoritas no se secaban el sudor con las manos. El cochero volvió a subir a la galera y lentamente fue desapareciendo hasta doblar por Independencia. Quedé inmóvil dos veces: mirando qué iba a hacer esa niña vestida de gala, que también era yo, y la que hoy estaba espiando a la que fui. 

Me paré delante del portón de madera, se abrió y entré. Las luces de las velas eran tenues pero contribuían a que el calor sea mucho más insoportable;   las máscaras no me permitían ver a los otros invitados. Sentía que todas las miradas me desnudaban: una joven sola, vestida de impecable blanco, supongo que llamaría la atención. La música era un tanto estridente, a pesar de que el ritmo de un minué intentaba suavizar la escena  temeraria que se me presentaba por delante. Sólo me importaba el calor que sentía, pero todo me invitaba a seguir adentrándome en ese salón inmenso en donde muchos curiosos habían dejado la tertulia por observar detenidamente mi presencia. A pesar de las máscaras, podía intuir que las miradas apuntaban directo a mi abanico y yo no dejaba de agitarlo rápidamente, ya que entre el calor y la pesadez del vestido ya no sabía cómo lograr un poco de aire. Desconocía  el lenguaje del abanico, ni sospechaba que agitarlo de tal forma, llamaría la atención de los señores presentes, deseosos de poder encontrar con quién compartir la gala y ganar también pareja. Aturdida y sin dejar de agitarlo jamás , solo atiné a buscar la puerta de salida, pero las manos de los caballeros intentaban frenar el paso. El sofoco era más terrible todavía y entre todos habían hecho una ronda a mi alrededor para impedir que saliese de allí. Sin cerrar jamás el abanico, lo que rodaban por mi cara ya no eran gotas de transpiración, sino lágrimas  desesperantes, quería huir de allí y esas manos que me querían toquetear no me lo permitían.

De repente escuché que alguien dijo: 

- ¿De dónde lo sacaste? ¿Cómo llegó a tus manos?

¿Cómo les explicaba que yo venía del siglo XXI, que salí a pasear por San Telmo, que el calor me llevó al puesto de antigüedades del mercado ? El vendedor, el vendedor había querido explicarme algo y mi arrebato - como siempre - no me había permitido escucharlo.

Ante la falta de respuestas, los señores comenzaron a reír a carcajadas. Sus bocas detrás de las máscaras parecían túneles en donde seguramente iba a perderme más de lo que estaba. 

De golpe, detrás de los caballeros, la presencia de una señorona muy fina comenzó a adelantarse. Ellos iban abriendo la ronda a medida de que ella iba acercándose. Su vestido de terciopelo azul iba lustrando los zapatos de todos. Caminaba y se imponía y yo aterrada iba retrocediendo. 

- No  sé de donde lo sacaste, ni dónde lo obtuviste, pero agradezco tanto que lo hayas traído hoy aquí. Me pertenece y te agradezco muchísimo el atrevimiento de haber venido para devolvérmelo. 

No me atreví siquiera a decirle que desconocía quién era. Temí ofenderla. Supuse que para la época habrá sido una gran figura digna - o no - de respeto. Sólo sé que lo solté, lo dejé caer al piso y de golpe me encontré viendo las vidrieras de una casa de antigüedades, observando detenidamente un piano de cola que rogaba ser comprado por alguien. El ruido de los colectivos y el gas enviciado  de los caños de escape me devolvieron la tranquilidad que necesitaba. El agobio me recordó que era verano, el momento propicio para recorrer San Telmo, porque en otro momento, el trabajo me lo impedía.

11 comentarios:

  1. Bravo has hecho un lindo relato de magia y misterio, desde luego la sorpresa de la mujer tuvo que ser tremenda en verse siglos atrás en tan elegante fiesta. La magia siempre esta ahí cuando menos la esperamos salta. Te felicito por tu aportación al baile de nuestro amigo Dulce. Un besote y muy feliz Año Nuevo.

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    1. Gracias Campirella. Siempre me las rebusco para torcer un poco la intención de quien propone y darle un toque de estilo propio.
      Muchas gracias por los halagos. (Rosana)

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  2. qué lindo es, mágicamente,
    vivir un rato en otra época!!!

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    1. Gracias Andre, siempre que paseo por casa sueño que vivo en esa época. Un poco de locura tal vez.
      Abrazo (Rosana)

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  3. Antes de todo, muchas gracias por participar de mi Baile, que no es realmente una propuesta, sino un acto de agradecimiento a quienes me acompañan todo el año en mi blog, pero con el tiempo han surgido relatos en torno a mi Baile. Así como el tuyo que mezcla ese calor agobiante del verano con magia, la de viajar a otra época con ese abanico. Y eso es mi Baile, simplemente viajar con la imaginación y hacerlo así posible. Mi gratitud nuevamente Rosana.

    Un beso dulce y Feliz 2022.

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    1. Gracias Duice. El calor se debe a que soy de Argentina y por aquí, si bien las costumbres son bien invernales e importadas de Europa, el calor es inevitable. El barrio en donde vivo es cuna de la época Colonial, una época en la que me hubiese encantado vivir, así que aproveché y me transporté gracias a tu abanico.}
      Abrazo. (Rosana)

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  4. Una historia preciosa, donde el abanico resulta ser tan especial, tan preciado. Me ha enganchado.

    Un abrazo, y feliz finde

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    1. Que bueno que te ha enganchado. Apenas leí que debía incluir un abanico, me transporté a la época colonial, me encanta esa epoca desde siempre. Feliz finde para vos también. Abrazo

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  5. Hola Ro, me encantó fui recorriendo las calles con mi mente, el tan hermoso San Telmo, que desde que aterrizó el covid dejé de recorrer, el mercado, y me imaginé viendo antigüedades por ahí, qué lindo sería por un rato volver y de repente trasladarse al pasado, disfrutar un momento de una fiesta y volver, me encanto un abrazo!

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    1. En cuanto esto se vaya y pase el peligro, vamos a recorrerlo juntas. A mi me encanta. Queda pendiente entonces!!!
      Abrazo

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    2. Si, si me encantaría, cuando pase esta peste, y nos vamos a tomar una cerveza

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